Hoy es navidad, con ayuda de su madre y de Alex, me han permitido poner un pequeño árbol y decorar con luces su habitación. Su expresión vale cada dólar que le deberé a Alex, quien ni siquiera ha preguntado para que lo quería y que también estuvo encantado de ayudarme a comprarlos. Hay bastante alboroto en el hospital, pero Lucy está muy cansada, así que nos quedamos en su cama mirando el techo acompañadas por la música asiática. Su madre nos ha dado espacio, aunque sé que no se ha querido marchar, como tampoco lo hace Alex, sin importar que asegure haber recorrido la isla.
―¿Cuándo te vas? ―pregunta sacándome de mis pensamientos.
―No pronto ―contesto poniendo pause a la música. No quiero decirle que estaré hasta vísperas de año nuevo. No tiene por qué saber sobre mi trato con Alex.
―Si debes volver... ―Giro mi cabeza, mirándola.
―El 31. Sé que no es mucho tiempo.
―Es más del que esperaba y si yo no hubiera...
―No pasa nada ―niego reconociendo ese tono de voz―. Lo entiendo, aunque eso no significa que me guste.
―Quería qué te quedarás con una buena imagen y no con lo que soy ahora.
―Eres tú en otra versión, pero sigo viéndote. Y lo que es más importante, eres mi mejor amiga.
Asiente, pero veo el brillo de las lágrimas en sus ojos. No es que sea vanidosa, se trata más de no querer causar lastima. No lo hace, pero nuevamente la única que sabe por lo que pasa y siente es ella.
―¿No quieres ver a Alex? ―cambio de tema, queriendo aligerar el ambiente.
―Probablemente debería. Ha hecho mucho con acompañarte y esperar. ―A pesar de sus palabras, hay cierta incertidumbre. Si yo tuviera que ver al chico que me gusta, probablemente lo pensarían también dos veces.
―Tenemos tiempo, no hay prisas. Tranquila.
Lucy tuvo una especie de flechazo por él cuando lo conocimos, sé lo importante que es que no la vea así.
La visita de Alex llega dos días después, cuando el alboroto de Navidad ha pasado y ahora todos se preparan para pedir los famosos 12 deseos. Yo solo pediría uno, mejor dicho, lo pediré. No importa que digan, siempre hay esperanza.
Los siguientes días, se instala una rutina, aprovecho todos los momentos que puedo tener con ella, celebrando cada sonrisa que consigo dibujar en su pálido rostro. Es complicado, especialmente cuando las dosis de morfina parecen no hacer efecto, pero mi amiga no se queja, no grita, no se rinde. Y por ello, yo tampoco lo hago. Así que tengo que obligarme a ignorar la impotencia que siento cada vez que me marcho.
El domingo por la noche no me voy a la cama después de cenar algo, como suelo hacerlo, miro a Alex, quien no ha dicho nada, a pesar de que mañana es 31, el día que se supone debemos marcharnos.
―Estoy lista.
Él aparta la mirada de su plato, su frente contraída, como si no entendiera lo que digo.
―¿Lista?
―Sí, para volver. ―No responde de inmediato, se relaja, apoyando su espalda en la silla.
―Nos quedaremos.
―¡¿Qué?!
―Nos tenemos que irnos aun.