Esto no es tan malo

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Estaba tan preocupada, mis ojos se sentían cansados de tanto llorar. Mamá estaba mal, muy mal. Había perdido mucha sangre. Esto es tu culpa, Katie. Y todo era mi culpa. Si yo hubiera sabido mejor esto no estuviera pasando. Si Takashi no hubiera estado aquí, Dios no se que hubiera sido de mi mamá. Él estaba preocupado tanto o peor que yo. Caminaba de lado a lado mientras yo estaba sentada en las sillas al frente de él. No sabía cuánto tiempo había estado aquí, tal vez un par de horas. No había noticias de los doctores desde que habían dicho que había perdido mucha sangre y estaba delicada. A Shiro se lo notaba nervioso, no se había sentado por un solo momento.
—Shiro, deberías sentarte.—se detuvo y se giró para mirarme. Se sentó a mi lado. No había dicho nada sobre lo de mamá.
—Katie... ¿desde cuando es así?—dijo en tono apagado. No conteste.
—Tu mamá, ¿desde cuando está así?—preguntó mirando a la pared. Un nudo se formó en mi garganta. No se veía enojado, se veía triste.
—Pues. Desde que te fuiste.—dije con el nudo en mi garganta.
—Tú... ¿No has pedido ayuda, verdad?—cuestionó girando hacia mí.
—No.—murmuré.
—Eso no está bien, ¿lo sabes, no?—dijo con sus ojos fijados en mi. Se veía como si sintiera pena por mi, no enojo. Y yo realmente hubiera preferido mil veces que estuviera enojado a que tuviera pena por mi, no me gustaba la pena a la gente, peor la de Takashi.
—Lo sé.—dije subiendo los pies a la silla por abrazarme a mi misma. Comencé a llorar con mis piernas contra mi pecho. Por todo: por Matt, por papá, por la pena que le daba a las otras personas y por mamá. Los brazos de Takashi me atraparon en un abrazo que me tranquilizaba un poco.
—Todo estará bien, Katie. Lo prometo. Todo estará bien, Katie.—dijo contra mi oído. Esas simples palabras de Shiro me reconfortaron.
—Esto es mi culpa, Shiro.—sollocé.
—No, claro que no lo es.—negó Shiro.
—Tú hiciste lo que creíste correcto. Cuidaste de tu mamá por ti sola, Katie.
—Y en qué terminó...—murmuré.
—Esto no es tu culpa, Katie. No puedes culparte por lo que le pasó a tu mamá. Eso no es culpa de nadie. Tú nunca debiste soportar todo esto por ti sola, Katie.—dijo abrazándome más fuerte. Solté mis piernas y las deslice por el asiento para abrazar a Takashi.
—Te extrañe, Takashi.—dije contra su pecho.
—Yo más, mi pequeña.—dijo descansado su cabeza en la mía.
—Disculpe. ¿Usted es Takashi Shirogane?—interrumpió un señor en traje. Me separé de Shiro. Era un hombre de unos treinta años que se veía como un hombre serio. Llevaba un maletín y un traje lo que le daba aún más el toque de hombre serio.
—Sí, ¿porque?
—Buenas tardes, Sr. Shirogane.—saludó dándole la mano a Shiro.
—¿Y usted es?—preguntó mientras le daba la mano.
—Soy Todd Godoy tengo que hablarle de un asunto de alta importancia: es sobre la señora Holt. Pero preferiría hablar privadamente con usted, si me permite.—dijo refiriéndose a mí que estaba sentada a la derecha de Takashi. ¿Sobre mi mamá?
—Claro.—dijo para luego dirigirse a mí.
—Vuelvo enseguida, Katie. Espérame aquí, ¿si?—preguntó en voz baja. Le asentí y se paró para irse con el señor Godoy. Solo se alejaron un poco así que aún podía verlos. Takashi tenía el ceño fruncido pero en un momento desapareció y se remplazó por una pequeña sonrisa de lado, seguían hablando. Ya había pasado un buen rato y aún no volvía. Mire a mis pies y comencé a jugar con ellos. Mis párpados comenzaron a cerrase por el cansancio, iría al baño un momento. Me desplace por los pasillos hasta llegar al baño.

Vi mi reflexión en el espejo de los fregaderos y estaba hecha un desastre. Mi pelo estaba desarreglado y el moño estaba en la punta de mi cabello. Mis ojos estaban rojos de tanto llorar y tenías unas ojeras que parecía mapache. Estaba tan pálida que parecía un fantasma. Estaba lista para Halloween. Fui al fregadero y me eché agua encima para evitar caer dormida. Volví a recogerme el pelo en una coleta. Me veía un poco mejor. Regrese a las sillas en las que estaba en un principio y me senté. Parecía haber regresado a tiempo porque Shiro estaba ahí. Una gran sonrisa acompañaba su rostro. Se paró y se dirigió a mi con emoción.
—¡Katie!—llamó a mi nombre para volver a alzarme.
—¡Shiro!—dije avergonzada. Me bajo enseguida al darse cuenta que estábamos en un hospital.
—Perdón. Pero tengo buenas noticias.—dijo riendo nervioso.
—¿Mamá está bien?—pregunté con un brillo de esperanza en mis ojos.
—No...—negó dejando al lado la emoción de hace unos segundos.
—Hablando de eso, Katie. Tu mamá está bien... pero no psicológicamente. Le hicieron unas pruebas y la trasladaron a Psicología porque ella no está bien, Katie. Se quedará aquí hasta que se recupere. Es inestable.—informó con expresión triste. No tenía porque sorprenderme eso lo sabía. Intente sonreírle pero no pude. Además: ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Que iba a pasar conmigo? ¿Iría a un orfanato? ¿Estaría sola?
—Lo lamentó, Katie. Tenía mi cabeza en otro lado.—dijo apenado.
—No te preocupes, Shiro. Estoy bien. ¿Cuál es la buena noticia?—pregunté sonriéndole de lado.
—¿Te gustaría ir a vivir conmigo?—preguntó y mis párpados se abrieron en par en par.
—Resulta que si alguna desgracia pasaba y nadie podía hacerse cargo de ti, después de unos procesos legales podría ser tu tutor legal y...—dijo antes que me lanzara contra él.
—Sí, mil veces sí.—llore sobre su hombro. Extrañaba que alguien se preocupara y cuidara de mi, pero sobre todo extrañaba el olor de Shiro.

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⏰ Última actualización: Dec 28, 2018 ⏰

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Cuando el león deja de rugir||ShidgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora