Augurios en la vía

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Eran una paradoja.

Inocencia versus experiencia.

Suavidad versus violencia.

Una vida de amor versus una vida de crueldad.

Un sueño roto versus un alma destrozada.

La oruga convertida en mariposa versus el pájaro cuyas alas quedaron atrapadas en el espino.

La luz y la oscuridad. Nunca pudiendo estar separadas la una de la otra, pero nunca pudiéndose encontrar.

Quizá fuese un error decir cual le pertenecía a cada uno. Tal vez estaba en los ojos de quien pudiese ser testigo de ambos. O podía ser que ambos lo tuvieran claro a su manera.

Ash estaba rodeado de la oscuridad más absoluta. Aquella que ningún rayo de sol puede alcanzar. Esa que nos acompaña cada vez que cerramos los ojos para dormir y no tener idea del mundo. Sin embargo, coexistiendo con esta oscuridad se encontraba un destello imposible de ignorar.

Eiji era luz. No la más radiante, no aquella que cegaba, pero era luz. El suave centelleo aliviador entre cualquier espacio carente de esta que dice Todavía estoy aquí, no estás tan perdido como podrías estarlo. Podía ser que de vez en cuando se apagara dejando paso a la opacidad nuevamente, pero siempre con la certeza que la luz volvería.

Juntos era una cosa aún más extraña.

Podría decirse que Eiji era la luz que faltaba en la vida de Ash. Podría decirse que Ash era la luz que faltaba en la vida de Eiji. Una esperanza. Un arma de doble filo. Porque, también eran los únicos que podrían sumir al otro en la oscuridad para siempre y sin retorno.

Oh, pero eso dependía de a cual estrella quisieran seguir.

Treinta y ocho grados de temperatura, domingo y la calle desierta. Excepto por el pequeño torpe y abatido japonés corriendo por la berma dentro de un traje azul al menos dos tallas más grande. O eso era lo que Eiji pensaba de si mismo en ese momento. No podía culparse. Su jefe se había encargado de sacarle hasta la última gota de vigor existente en su cuerpo para adelantar trabajo antes de que el chico se fuera de viaje por una semana. No es que le disgustara su nuevo trabajo, ser asistente de fotógrafo en realidad era bastante productivo y le había entregado la ambición que nunca se atrevió a tener, además de el hecho que en serio necesitaba el dinero extra. Los departamentos en Tokio costaban más de lo que probablemente valdría uno de sus órganos si los vendiera. Lo que en realidad era un maldito robo, ya que con suerte cabía su sombra en él.

Aunque le gustaba su tarea no veía la hora de convertirse en un fotógrafo real. Tener sus propios asistentes y agenda. La cámara se había vuelto prácticamente una extensión de su brazo (de hecho en ese momento la traía colgada al hombro) y cada foto era el vestigio de una historia retenida en el tiempo. La verdad es que existía bastante magia dentro de su incipiente carrera. Servía como medio para recuperar algo de la vitalidad que perdió varios meses antes. Y ahora regresaba al punto de partida. Sin embargo ahora no dejaría que la bruma dispersara la vía de su vida de nuevo. Además los motivos de su vuelta a Nueva York eran esta vez mucho más alentadores y animados que la última vez. ¿No es siempre así con las bodas?

Casi lo había olvidado. Si no fuera porque una de las cajas que todavía no había desempacado le cayó en la cabeza nunca hubiera visto el sobre rojo con la invitación que Jessica le entregó meses atrás a él y a Ibe. Quien ya estaba en la ciudad desde un par de días atrás para cubrir un seminario sobre herramientas digitales en Brown. Quedaron de verse en la estación, pero el vuelo de Eiji se retrasó y ahora tenía menos de 15 minutos para llegar al Rockefeller Center mientras pasaba a ser más sudor que hombre. No podía creer que no hubiese encontrado ningún taxi en la ciudad donde habían más de esos que personas. Se preguntó si acaso tendría la misma suerte con los taxis para no encontrarse ningún policía y así poder sacarse el pesado y sofocante traje de su padre y correr desnudo las cuadras que le quedaban.

VitalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora