El lugar de todos los miedos

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Una hora pasó desde que llegaron al hospital. Max e Ibe se fueron a almorzar fuera para darle tiempo a Eiji, quien todavía seguía caminando en círculos frente a la puerta de la habitación donde estaba Ash. Sólo habían pasado tres semanas desde que vio al chico, sin embargo se sentían como años. Recordó cómo su mundo se desplomó cuando Ibe llegó casi sin aliento a su casa a decirle que Ash había sido apuñalado y que no era seguro que sobreviviera. La mente de Eiji se fue a negro y su cuerpo funcionó por si sólo. Corrió sin tener la menor idea de adonde se dirigía; cómo si su propio cerebro hubiera botado toda información que no tuviese relación con lo que acababa de escuchar y esta misma dibujara un camino que lo llevara justo donde se encontraba la fuente de todos sus pensamientos. Terminó en medio de un parque descalzo y con la polera manchada de sangre producto de su reciente herida. Al día siguiente de haberlo llevado al hospital ya estaba en pie dispuesto a comprar el primer boleto que lo trasladara nuevamente a Nueva York. De vuelta a Ash. ¿Qué pasaba si es ya era muy tarde? El estar separado de Ash dolía, pero era algo que podía afrontar. Cosas tan mínimas como el mero hecho de saber que en algún lado Ash estaba caminando mientras él lo hacía o que soñaba mientras Eiji despertaba era suficiente. Saber que respiraban el mismo aire y que siempre estaba la esperanza de que algún día no importara cuanto tiempo hubiese pasado se volverían a cruzar sus caminos; pero la idea de perderlo era tan insoportable que la vista se le nublaba de pura conmoción al mismo tiempo que sus oídos dejaban percibir cualquier tipo de ruido y su cuerpo se convertía en piedra, y apegado a la promesa que Eiji le había hecho viniera en busca de su alma y se la llevara con él, dejando a Eiji junto a un vacío inconcebible.

la puerta se abrió devolviéndolo a su existencia.

— ¿Eres amigo del chico? —le preguntó una enfermera pelirroja.

—Sí —dijo Eiji en un tono mucho más fuerte del que pretendía.

la enfermera lo miró del mismo modo que lo habían hecho todos aquellos que no podían explicarse como es que el escalofriante, hermoso y astuto Ash Lynx tuviera a su lado a Eiji, el tranquilo y pequeño japonés con rostro de niño. Era incongruente a simple vista, pero Ash y Eiji sabían mejor y más que nadie sobre ellos, y con el tiempo otros también lo hicieron. Y varias veces eso les había traído dolor.

—Está sedado ahora mismo. Tuvo una noche difícil.

Eiji se puso rígido.

—¿Él... —la mujer lo cortó de inmediato al ver su preocupación.

— ¡Oh, no! Nada de eso —dijo haciendo gestos con las manos— le ha subido la presión de golpe, debido al estrés y la ansiedad supongo. Así que le haría realmente bien ver que tiene a un amigo acompañándolo cuando despierte, en especial si es de su misma edad. No es muy entusiasta en presencia de los adultos.

Por su puesto que no, pensó Eiji. Le habían hecho suficiente daño ya. Lo decepcionaron, lo dejaron desprotegido, solo. Entonces a Eiji se le ocurrió que talvez una de las razones por las cuales Ash se había abandonado ese día en la biblioteca era porque no podía verse a si mismo como un adulto. Crecer para decepcionar y dañar a otros porque no conocía como funcionaban las cosas de otra manera, y esa imagen pudo haber sido impensable para él. El pecho de Eiji se torció de dolor. Él le enseñaría, él lo ayudaría. Siempre lo haría.

Esperó a que la enfermera dejara el pasillo para poder entrar. las manos le temblaban y le costó casi tres intentos girar el picaporte, pero finalmente estaba dentro. Y ahí estaba Ash. Recostado sobre su espalda; el cabello rubio esparcido sobre la almohada y el rostro sereno. Eiji disfrutaba ver esa expresión en su cara. No era muy usual, incluso cuando dormía. Peleó contra el deseo de ir y acariciar su rostro. A pesar de que nunca se había sentido más aliviado que en ese momento, la urgencia de sentir al chico aunque solo fuese con las puntas de sus dedos era increíblemente fuerte, como querer saltar y tomar las nubes con las manos. Pero tocarlo en ese momento se sentía como una invasión, y Ash ya tuvo demasiado de eso. Así que en vez de eso se sentó en la silla que estaba al lado de su camilla y puso sus brazos en un circulo cerca de la muñeca de Ash, respirando el fresco y familiar olor de su amigo por sobre el olor del cloro de la habitación. Siendo inundado por la calidez que el otro muchacho desprendía sintió que después de varias semanas al fin era capaz de descansar. Enterró la cabeza entre sus propios brazos y cerró los ojos.

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