-¡Vuelve aquí, rata inmunda!- vociferó el pescador en cuanto vio la ágil silueta del niño que huía con dos pescados envueltos en su chaqueta. El hombre maldijo en voz alta mientras los presentes se volvían a observar la escena. Ninguno de los testigos detuvo al niño de cometer su ofensa menor. Quizás era porque le tenían lástima. O quizás le temían. Él no sabía, pero tampoco le importaba mucho. Solo quería una cosa: sobrevivir.
El niño no se atrevió a mirar atrás. Atravesó el mercado como una flecha hasta que los gritos dejaron dejaron de sonar tan agudos en sus oídos. Cada palabra se sentía como caminar descalzo sobre vidrios.
-¡Es la última vez que me jodes, mocoso! ¡ La última puta vez!- los gruñidos fueron cesando a medida que el niño se acercaba a la carretera. Cruzó hasta el barranco y se deslizó hacia abajo. El camino hacia su refugio estaba señalado con las rocas más grandes que pudo encontrar en el momento en que lo construyó. El olor familiar de la humedad llenó su nariz, dándole la bienvenida mientras se dedicaba a buscar su estaca. Estaba justo donde la dejó unos momentos antes, sobre una piedra. La tomó y comenzó el camino a su guarida. No tenía que caminar mucho, solo unos 20 metros entre el pasto larguísimo. Y así se fue, con los pescados en su chaqueta, estaca en mano y zapatos sucios.
Las turbonaves atravesaron el cielo dejando "polvo de estrella" manchando el suelo. El niño sabía que aquellos que se iban en una de ellas quizás no volverían, y si lo hacían, serían muy viejos al retornar.
La ciudad se alzaba alta en la distancia, y podía examinar las luces de los edificios y sus luces brillantes mientras los vectores volaban de aquí para allá. Recordaba la ciudad como insulsa pero ensordecedora. La odiaba con todo el resentimiento que podía ocupar su pequeño cuerpo. Flashbacks de la lluvia, insultos y botas pateando el piso aparecieron en su mente, pero trató de hacerlas a un lado. No se podía permitir tener un episodio en ese momento.
Decidió vivir en el barranco porque las calles eran demasiado ruidosas para él, y no hubiera podido encontrar paz entre los vectores y turbonaves. Ser un paria era mejor.
El cielo cambió a píxeles color violeta que se fueron degradando a negro. El viento limpió el polvo de la carretera y las luces se embellecieron. El niño miraba el espectáculo de luz.
Se quitó su gorra estilo beanie y reveló una corta y desprolija melena de pelo negro y una cara surcada por manchas marrones y pálidas. Preparó el fuego y cocinó los pescados robados. Miró las naves desaparecer en la atmósfera y volvió su vista a la ciudad. Solo faltaba un día para viajar y obtener su venganza.
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Codes
Science FictionUna enfermera, un androide, una estrella pop y un niño huérfano emprenden el viaje más épico de sus vidas