Capítulo Dos: El Destino

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Hope Spencer salió por las puertas de la sala de Emergencias y se dirigió a los lockers para buscar sus cosas. Había sido un día duro. ¿Cómo era posible que la gente fuera tan descuidada? En diez horas había visto tres casos que requirieron inyecciones antitetánicas, dos mordidas de perro, siete accidentes de trabajo incluyendo escaleras o herramientas y once accidentes con vectores. Ajustó vendajes, suturó cortes, aplicó inyecciones y limpió sangre. Este trabajo requería una buena cantidad de agallas y determinación, y Hope los tenía.

Tomó su teléfono y miró la hora: 01:53 de la mañana. Se llevó su bolso, saludó a la recepcionista y bajó las escaleras camino al estacionamiento con sus llaves en la mano. Siempre trataba de llegar a su auto lo más rápido posible, gracias al profundo y oscuro temor a que un asesino, o peor, un acosador sexual la atacase. Abandonó el hospital Saint Silas en su barato Peugeot.

Hope era una mujer de clase baja. Vivía al nivel del suelo. La mayoría de los pacientes que había atendido ese día eran de clase alta, o snobs, como los llamaba ella. Vivían en los niveles altos de la ciudad, manejaban vectores y gozaban de privilegios con los que gente como Hope sólo podía soñar.

Las calles no estaban muy pobladas, pero aún así no estaba sola. Manejó durante diez minutos hasta que llegó a su complejo de departamentos y entró.

Hope tenía veintiocho años, pero tenía la mente de alguien el doble de su edad. Sus padres habían muerto hace cinco años y era hija única. Había estado casada una vez, pero se dio cuenta que no estaba realmente enamorada del hombre que eligió. Algunos de sus conocidos ya estaban casados, comprometidos o esperando hijos e interrogaban a Hope acerca de cuándo iba a sentar cabeza por fin.

-Ya lo he hecho.- les contestaba- Esta es mi vida.

Pero aún, estos conocidos no veían como válido el hecho de vivir en un departamento con un gato y cocinar porciones pequeñas de comida y no pensar en salir en citas. Pero Hope era feliz, o eso creía. No tenía realmente alguien en quien confiar. Mantenía una relación cordial con María Helena, la vecina de 60 años, pero no era una amiga.

Sus padres. No había pensado en ellos en mucho tiempo. Su madre, una mujer blanca de clase alta que eligió casarse con un hombre negro de estatus bajo durante la Gran Ola Expansiva, muy en contra de los deseos de su familia. Su padre, también enfermero, le había enseñado todo lo que sabía sobre cuidado infantil y neonatología. Todo lo que hizo fue enorgullecerlo, y era él a quien ella más extrañaba.

Dulce y amable, así era como sus colegas la calificaban, pero había algo más que eso, una clase de tristeza que vino con su transición a la adultez que no podía sacarse de encima. Muy en lo profundo de su ser dolía existir.

Pero amaba a los niños. Cuando era más joven quería ser maestra de preescolar y había trabajado como niñera.

Un suave miau vino de la cocina. Gilbert demandaba su segunda cena.

"Gato gordo", pensó, "vives como un rey".

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El niño partió al amanecer. Marchó camino a la ciudad con nada más que su estaca y su chaqueta de cazador. La mayoría de su ropa la había conseguido de organizaciones de caridad o iglesias; algunas ya ni le quedaban y las convertía en pedazos de tela para atar cosas.

La ciudad estaba a unos tres kilómetros desde donde él estaba, por lo que cálculo que le tomaría al menos una hora para comenzar su plan.

Más turbonaves despegaron a medida que alcanzaba la civilización. Las contó: cuatro. El polvo cayó del cielo y le nubló los ojos, impidiéndole ver el auto que venía en su dirección.

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El teléfono de Hope la despertó de su sueño profundo. Había tenido un extraño sueño sobre una figura infantil sosteniendo una esfera azul. Tenía ropa hecha harapos y lo que parecían ser pecas en toda su cara. Gruño y contestó.

-¿Diga...?

-Hope...- era Dave, un colega- ya sé que este es tu día libre pero te necesitamos, es una emergencia...

-Dave...

-Lo sé, ¡pero este está demente! Por favor.

Tomó un largo suspiro y pasó su mano por su cabello rizado.

-Voy en camino.

Se vistió rápido y se fue. Estos casos alimentaban su reputación como enfermera y como persona. Al llegar, entró en la sala de emergencias en su ropa de civil, y casi la detiene un guardia pero logró reconocerla a tiempo.

Los doctores y enfermeros entraban y salían de una habitación en particular, viéndose claramente estresados y algunos hasta...

Hartos, pensó Hope. Debe ser uno complicado.

Se le cayó el alma a los pies cuando lo vio. Atado a la cama y gritando como un animal. Un pequeño niño de cabello negro y extraña piel. Sumó dos más dos e inmediatamente lo reconoció. Lo había visto en su sueño antes.

Se quedó quieta sin saber qué haces durante un rato. No podía ser una simple casualidad...

-¿Hope?- una enfermera le hablaba- vamos a sedarlo y...

-¿Sedarlo...? ¡Por Dios, Karen, sólo es un niño!

Empujó a sus colegas para pasar hasta el niño, que buscaba librar sus manos de las cintas.

-Oye, hey, cariño, mírame...está bien.- se volvió a los profesionales que se agolpaban en la sala.- ¿por qué  lo ataron así? Sus muñecas están casi azules.

-Es inestable, teníamos que inmovilizarlo.

El niño intentó patearla, pero gritó al estirar la pierna. Este niño necesita ayuda.

-¿Han revisado su pierna?

- Cada vez que lo intentamos nos muerde o grita. Debemos sedarlo para...

-¡No lo permitiré!

-Pero, Hope...

No le importaba, sólo sabía que ese había visto a ese niño en su sueño y que debía ayudarlo. Empezó a cantar una canción de cuna que su madre le había enseñado. Todos el personal médico que los observaba se quedó boquiabierto. Los brazos del pequeño se relajaron de a poco hasta que los dejó caer a los costados de su cuerpo.

Cuando terminó de cantar acarició el cabello del niño con delicadeza.

-¿Me dejarás ver tu pierna?- preguntó dirigiendo sus manos a su tobillo.

El niño emitió un gruñido cuando lo tocó.

-Está bien, no te pasará nada.

Hope realizó un corte en la pantorrilla de sus jeans y reveló un gran e irritado corte a la altura del tobillo acompañado por un alambre clavado en su piel.

-¿Qué le ocurrió?

Los enfermeros se miraron unos a otros durante un instante hasta que Dave se atrevió a hablar.

-Lo arrolló un auto. El conductor lo cargó hasta aquí.

-Vamos a curarte eso, ¿sí?

El niño sólo la miraba sin articular sonido alguno.

Eres especial, pensó

Hope se volvió para mirar al resto.

-¿Se van a quedar allí? Vamos, a trabajar. Pero antes, dejenme hablar con este pequeño.

***

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