Hasta encontrarnos

Treinta y dos

—¿Por qué no? —grito a mi padre.

—Donabeth, se llaman castigos y casi siempre son la causa de un mal comportamiento o una acción errónea —responde muy tranquilo.

—No es justo, no puedes aisladamente del mundo exterior, necesito la computadora para estudiar.

Se rie.

—Dona, estas en vacaciones.

—Estaba escribiendo un libro, la necesito para eso —dijo intentado encontrar una razón.

Me lanza un cuaderno.

—Los mejores escritores primero escribieron en físico y luego en computadora.

—No es justo.

—Amuor, nada es —dice mi madre desde la cocina intentando hablar español.

Exacto eso he hecho estos siete días, hablar español frente a mi madre y ayudarle a mejorar, mi padre dice que pronto viajaremos a Colombia y ella necesita por lo menor entender el idioma.

—Mama —dijo —por favor, la necesito.

—No, necesito silencio.

Me retiro de la cocina no sin antes examinarla, definitivamente soy su hija esos ojos azules me fueron heredados, veo a mi padre sentado frente a su computadora, su cabello se ve canoso pero antes era muy negro, miro el mío, eso también me fue herencia.

—Voy a invitar a Cara a la casa.

—Haz lo que desees —dice mi padre, lo miro con una sonrisa —menos coger la computadora y salir.

Me acerco al teléfono de la casa, es el único aparato electrónico que no me fue escondido.

—334 568 417 —digo en voz alta mientras marco.

Un timbre.

Dos timbres.

Tres timbres.

Cuatro timbres

Cinco timbres.

Y rechaza la llamada.

¿Qué?

Suena el teléfono.

—¿Aló?

—Con Donabeth Rodríguez, por favor.

Esa voz.

—Con la misma, ¿Juan Alejandro?

—Para los amigos Juano.

Sé que él tiene la misma sonrisa que yo.

—Te extrañe.

—Todos los días.

Me río.

Miro el reloj del teléfono.

5:25 pm

Creo que el cinco es mi nuevo número favorito.