Capítulo 5

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Tomo el camino largo a casa porque no quiero estar pensando en Ryan y Brianna cuando llegue allí. No quiero jugar al "y si…" como vengo haciendo más de la mitad de las veces. Quiero estar feliz por Brianna y nada más.

Pero cuando llego a casa, el coche de Ryan está en la entrada.

Me detengo junto a él, mi estómago retorciéndose mientras mi corazón (estúpido, traidor) se agita en mi pecho, haciéndome marear.

Miro al pórtico y veo sentados allí a mi padre, a Brianna y a Ryan, los tres parcialmente iluminados por la gran esfera de cristal esmerilado que mi madre ganó como segundo lugar finalista en la Competición Mejores Casas y Estilos de vida de Súper pórticos de entrepisos para Cenar (Ella hizo mini—panes de carne con miel de mostaza glaseada y pastelitos de maíz serrano y chili con mantequilla de miel. Número de veces que lo comí de cena: cerca de sesenta. Estuvo bien: las primeras cuarentas veces. Las últimas veinte fueron bastante difíciles, pero a mi madre le gusta conocer sus recetas por dentro y por fuera).

Miro a Ryan y Brianna —me hice a mí misma verlos— y mi corazón dejó de revolotear porque es así como son las cosas. Ésta es la realidad.

¿Pero por qué están aquí?

—Hola, Sarah Bear —dijo mi padre, levantándose y abrazándome como si tuviera seis y no diecisiete. Suspiro pero le devuelvo el abrazo, contenta de que él no se estremezca por su cadera mala. —

¿Por qué están en el pórtico? —le pregunto, y después miro a Brianna—. ¿Y cómo hiciste para llegar antes que yo?

Brianna pone sus ojos en blanco.

—Conduces como un anciano, Sarah —ella mira a mi padre—. Sin ofender, Sr. E.

—De ninguna manera —dice, y despeina su pelo. Odio cuando me lo hace a mí, porque me recuerda que mi pelo no es tan brillante ni se ve tan bien, sino que parece como si alguien lo hubiera despeinado todo el tiempo. A Brianna le gusta —aunque siempre lo tenga— y lo corta con una sonrisa tímida antes de girarse a Ryan y curvar un brazo alrededor de sus hombros.

—De todos modos —dice ella—. Estamos aquí para secuestrarte. Es viernes por la noche y mi mejor amiga no puede estar sentada sola en casa. Es decir, ¡lo haces todo el tiempo!

Trato de no estremecerme en esto pero lo hago. Brianna tiene razón, pero aún así, duele… y tras eso mi padre agrega:

—Sarah Bear, no tienes que quedarte en casa hasta la una, ¿sabes?, y además, no hay necesidad de perder el tiempo en casa esta noche —él me sonríe—. No a menos que quieras escuchar mi clase sobre jurisprudencia. O recordarme mis píldoras para la artritis, tu madre ya lo ha hecho dos veces incluso antes de que le diga que las tomé.

Mi padre es grande para un padre —tenía cincuenta cuando nací— y se retiró de practicar abogacía hace siete años y ahora enseña a tiempo parcial en la Universidad de Crestwood. Le gusta mucho, pero sé que extraña ser un abogado. Tiene artritis reumática, lo que quiere decir que su sistema inmune ataca sus articulaciones, o, como siempre me recuerda, los tejidos articulares. (No veo la distinción. Todo lo que sé es que es malísimo y le duele). Terminó siendo tan malo que no pudo trabajar más a tiempo completo, y lo tuvo que dejar.

Sé lo que significa que mi madre esté preguntando por sus píldoras y lo miro.

—¿Cómo está tu cadera?

—Todavía conectada a mi cuerpo —dice con una sonrisa, y bajo la mirada a las zapatillas que estoy usando porque sé que está sufriendo y deseo que haya algo que pueda hacer. Por él. Pero no puedo.

The unwritten rule~Elizabeth ScottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora