El olimpo.

136 14 14
                                    

Una chica de largos cabellos dorados abrió los ojos de la nada, tomando con pánico varias bocanadas de aire, temblando asustada. Se levantó de una suave cama conformada por enormes cojines de seda sobre un suelo cubierto por una alfombra del más fino y delicado musgo que uno pudiese imaginar.

Se limpió el sudor de la frente y miró a su alrededor, cerciorándose que estuviera a salvo; se llevó las manos al pecho, justo donde latía su corazón y palpó su piel, buscando cualquier indicio de heridas. Las pupilas de sus ojos iban cambiando rápidamente entre el color verde y el violeta hasta que finalmente quedaron en aquel verde esmeralda.

Al encontrarse a salvo comenzó a intentar regular su respiración y miró por entre las cortinas de seda que cubrían los rayos de sol que ya se asomaban e iluminaban el cuarto. Se levantó en silencio y se desprendió de la tela de seda blanca que cubría su cuerpo, quedando desnuda. Caminó lentamente hasta lo que parecía un armario de oro y plata y sacó algunas telas blancas con las que se vistió, dando la imagen de que se había puesto un vestido y se colocó alrededor de su terso cuello un collar de oro adornado con piedras preciosas. Se cepilló el cabello con un peine de oro y se salpicó el rostro con un poco de cristalina agua que tenía dentro de un cuenco de barro.

A paso lento salió del cuarto hasta encontrarse en la cima de una montaña donde yacía una ciudad constituida por enormes edificios griegos. Pilares, marmol, escaleras que subían y bajaban, acueductos construidos para pasar las aguas cristalinas de un edificio a otro y más impresionantes obras arquitectónicas daban una vista exuberante pero maravillosa.

Una mujer de piel negra, con orejas de gato y rasgos felinos, se acercó a ella. Paseó sus oscuros ojos por el rostro de la chica antes de hacer una rápida y pequeña reverencia.

—Buenos días, princesa, ¿recordó algo esta mañana?

La chica rubia la miró unos segundos y negó.

—Aún... no tengo idea alguna de quién soy.

—... Bien, debí haber esperado esa respuesta. Entonces, Iris, vayamos a tus clases del día de hoy —Ella se detuvo un segundo y la miró—. Tus ojos son verdes esta mañana, supongo que estás feliz.

Iris asintió a la mujer y ambas comenzaron a caminar.

Salieron del cuarto donde dormía la chica para ver una enorme ciudad de arquitectura, en su mayoría, griega, en donde se alzaban grandes templos, partenones, pirámides, pasillos y columnas. La chica de nombre Iris iba mirando las estructuras de mármol y oro a su alrededor; torres y templos de cristal alzándose por todos lados junto a escaleras de piedra tallada y adornada con piedras preciosas así como esculturas y relieves; los pasillos de grandes pilares sostenían los varios pisos del lugar, uno sobre otro. En el oriente se veía al astro sol salir lentamente para tomar su lugar en el cielo azul y despejado de aquel día, brindando sus rayos de luz a toda la ciudad conocida como el Olimpo.

El Olimpo era una ciudad erigida entre las altas montañas de Grecia, en algún punto alejado de las civilizaciones humanas, tenía varios siglos funcionando y dando santuario a todos los dioses del mundo. Los dioses elegidos por su astro creador: Luna.

Los dioses eran personas inmortales con la responsabilidad de ayudar a los humanos a vivir una vida recta y evitar la llegada de la edad oscura. Nacidos en las naciones de todo el mundo, cada dios tenía algo para contar, enseñar, proteger y aprender; siempre usando el Olimpo como un punto de encuentro con sus demás compañeros y amigos o como su hogar. Dioses de distintos tonos de piel, distintas ropas, distintas lenguas, distintas culturas, todos juntos podían convivir gracias a la magia del lugar y del néctar lunar que tomaban.

—El néctar es sacado de una flores blancas que durante la noche brillan con esplendor. Fueron un regalo de Luna para el dios Osiris —Bastet, una diosa egipcia con la piel oscura y el cabello tan negro como la noche con rasgos felinos como orejas y una cola, mostraba a Iris una flor blanca muy parecida al lirio pero con ligeros cambios como el color dorado en la punta de sus pétalos—. Sus dotes mágicos permiten que los dioses, al tomarla constantemente, puedan entenderse los unos a los otros a pesar de la diferencia de sus idiomas. Las semillas sólo pueden ser plantadas y crecer en el Olimpo, pero una vez maduras pueden ser re-plantadas en cualquier otra tierra y mantenerse vivas por 300 años antes de perecer.

Era de la mitología.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora