Iris abrió los ojos con horror en medio de un bosque, se levantó asustada y comenzó a buscar con la mirada a su madre o cualquier cosa que le señalará el camino de regreso al Olimpo y sus alrededores pero todo era un paisaje verde que no podía reconocer. No había rastro de nadie, ni siquiera de aquel extraño hombre que la había "secuestrado".
Temblaba con nerviosismo mientras sus ojos parpadeaban entre su color normal y un color anaranjado ante el estrés que la chica sentía recorrer su espina dorsal; el frío sudor empapaba su rostro mientras ella, con desesperación, buscaba cualquier indicio de ayuda que la sacara de aquel lugar desconocido.
Comenzó a caminar mientras llamaba a Isis lo más fuerte que podía.
—¿Mamá?
Siguió caminando entre el follaje verde, abrazada a sí misma, miraba hacía el cielo encontrando la noche estrellada pero sin una luna que la iluminara y reconfortara. Iris temía perderse en aquel bosque más de lo que ya estaba perdida.
Nunca la encontrarían a ese paso.
Siguió su camino sin un rumbo fijo durante un largo rato, por momentos había llorado, por momentos se había quedado sentada temblando, por momentos había gritado, por momentos sólo se había quedado parada en silencio. No sabía especialmente que había hecho para acabar ahí, pero algo le hacía pensar en el pergamino.
—¿Qué hice?, ¿por qué abrí el pergamino? —Se susurraba con cansancio— ¿Qué demonios hizo esa cosa para que yo terminará aquí? ¡Maldición!
Ella se quedó en silencio unos segundos y luego comenzó a llorar de nuevo, se limpió el rostro con el antebrazo, mirando las gotas multicolor que manchaban su piel.
El amanecer no daba indicios de aparecer pronto por el horizonte y la diosa comenzaba a perder la paciencia, pensando en los peores escenarios posibles que le podrían ocurrir en aquel lugar. Al nunca haber salido antes del Olimpo no conocía realmente el mundo exterior, así que evitaba tocar cualquier cosa que se atravesara en su camino como arbustos, ramas, rocas y demás. Tal vez en otro escenario ella estaría maravillada con lo que veía mientras su curiosidad la hacía brincar y correr de un punto a otro, riendo a carcajadas.
Lástima que ese no era el caso.
La diosa seguía derramando pequeñas lágrimas mientras caminaba, abrazándose e intentando mitigar el frío que sentía. Miraba los árboles a su alrededor mientras escuchaba distintos ruidos sonar a la lejanía; el viento se deslizaba por entre las ramas y las hojas, creando un silbido que ponía sus nervios de punta.
—Quiero salir de aquí, por favor Luna... te lo imploro —Murmuró ella, asustada, rogando a la Luna que la escuchara y respondiera su súplica.
No tenía idea de cuánto tiempo había pasado hasta ese momento, pero ya lo sentía como una eternidad. Se acercó a un árbol y se sentó, rendida, mientras recargaba su espalda al tronco y miraba el cielo con sus ojos llenos de lágrimas.
Se quedó en silencio y este mismo reinó por unos minutos que para Iris fueron como horas, para la mala suerte de la diosa este silencio se rompió momentos después por una voz desconocida.
—¿Estás perdida, pequeña? —Exclamó una voz hueca y distorsionada detrás de ella, como si una voz femenina y una masculina dijeran las cosas al mismo tiempo.
Iris se giró con rapidez, soltando un respingo.
Recargado en el árbol junto a ella se encontraba un hombre cubierto por una larga capucha negra con pequeños detalles en rojo. Iris no veía más que la tela que lo cubría de pies a cabeza; lograba ver parte de su rostro pero no podía verlo muy bien debido a la poca luz en el cielo.
ESTÁS LEYENDO
Era de la mitología.
FantasyLa historia ha cambiado con cada paso que da el ser humano; a veces manteniendo la verdad, a veces siendo transformada para la conveniencia de algunos, a veces desapareciendo para siempre de la eternidad. Algunas veces las hazañas se conservan duran...