Capítulo 1 - Eira

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Eira

El hielo amenaza con fragmentarse cada vez que deslizo mis patines sobre él.

Toda mi agresividad sale disparada hacia él a cada giro, a cada pirueta. La ira fluye entre ritmos melódicos que resuenan a través de los altavoces del recinto, mientras yo le declaro la guerra a mi helador enemigo.

- ¡Más sutileza!- exclama mi entrenador desde uno de los asientos de la grada.

Ojalá la vida fuera más sutil conmigo, pienso, y, haciendo caso omiso a sus indicaciones, prosigo mi guerra interna evocando mentalmente las situaciones más tensas de mi pasado y presente.

- Eira, ¿me estás escuchando?- reclama de nuevo mi entrenador.

Yo salgo de mi ensoñación y me detengo abruptamente en medio de la pista.

- Lo siento John, volveré a intentarlo - le indico ante lo que él asiente.

John Watson, mi entrenador desde que, por primera vez, me calcé unos patines.

Lo conocía desde que tenía uso de razón. John se encontraba en muchos de los primeros recuerdos de mi infancia.

Lo conocí con tan solo seis años, momento en el que acudí a estas mismas instalaciones para probar los patines que mi madre me había regalado las pasadas navidades.

Él estaba en estas mismas instalaciones junto a su mujer y a sus dos hijos, una adolescente de unos quince años y un niño de unos ocho o nueve años.

Yo patinaba torpemente bajo la atenta mirada de mi madre, la cual me vigilaba desde la misma grada en la que hoy John está sentado.

John trataba de enseñar a sus hijos a patinar. De vez en cuando, dejaba ver su talento sobre el hielo haciendo una demostración de sus mejores piruetas.

Sus hijos lo miraban asombrados y yo, desde la valla, también lo hacía. En aquel entonces, mi inocencia me llevó a tratar de imitarlo, pero caía una y otra vez sobre el hielo.

Él se percató de lo que intentaba hacer y me observó atentamente durante unos minutos.

- Si levantas la pierna derecha no te caerás - dijo acercándose hacia mi - venga, inténtalo.

Con ayuda de mis pequeñas manos logré ponerme en pie por décima vez. Me dispuse a reproducir el mismo movimiento, esta vez con las indicaciones del que, aún por aquel entonces, era un total desconocido para mi.

-¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho!- exclamé con entusiasmo.

Él, con expresión de sorpresa, esbozó una sonrisa y se agachó a mi altura.

-¿Cuántos años tienes?- preguntó

- Seis, pero el mes que viene cumpliré los siete - dije sonriendo inocentemente

-¿Quieres aprender a patinar?- me preguntó ante lo que yo asentí - bien, llévame hasta tu madre.

Yo lo tomé de la mano y lo conduje hasta el lugar de la grada en la que permanecía ella.

Y así fue como John Watson, mi actual entrenador y tres veces campeón del mundo de patinaje artístico, se ofreció a darme clases gratuitas todas las tardes tras la salida del colegio.

Mi familia era incapaz de afrontar los costes de sus clases. John lo supo desde el momento en el que trató de persuadir a mi madre.

- Señora Lewis, su hija tiene mucho potencial- dijo John dirigiéndose a mi madre - en mi larga trayectoria no he visto a ningún niño o niña de su edad que fuera capaz de hacer ese giro sin horas y horas de entrenamiento.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora