La Heredera

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(Cuento Corto)

La luz que se filtra por la ventana de un hospital es abismalmente distinta a cualquier otra. La ventana de mi casa irradia vida mientras que esta parece querer llevársela, y lo está logrando, en este caso está llevándose la vida de mi padre.

Viéndolo ahora, tendido en una cama con una manguera entrando en él a través de su nariz, me doy cuenta de cosas que antes no había notado, como una mancha marrón probablemente de nacimiento en su frente, los pocos pelos de color negro que no han sido corroídos por el ataque de las canas, y una ligera línea negra entrecruzando el verdor de sus cansados ojos.

Supongo que vemos cosas que nunca antes habíamos visto gracias a las vidas que van llegando a su fin.

—Hola, mi niña.— su voz suena quebrada tanto por la enfermedad cómo por la vejez o por el balazo que le infringieron . Ya no sonríe, apenas mueve la boca.

—Hola pa. No hables mucho, dijo mamá que no te haga hablar más de lo que podés.

—Tengo que decirte algo importante. Voy a ser sincero y directo, no nos queda mucho tiempo.

—Pero papá...

—Escucháme. No soy lo que ustedes creían. Toda mi vida oculté secretos, secretos que terminaron consumiéndome.

Si quería mi atención, la tiene, por completo.

—¿Qué estás diciendo pa?— siento mi ceño fruncirse.

—Soy un asesino hija.— se me revuelven las tripas. Está diciendo esas palabras, sin embargo no puedo creerlas.— Desde que tenía tu edad he matado a más de veinte personas.

—Es broma ¿no?

—Es cómo una enfermedad, nunca supe lo que fue, pero sí que debía hacerlo. Y...— se detiene y mira hacia un costado cómo si le costara mucha articular la siguiente oración. —Se sentía bien.— concluye avergonzado.

Obviamente está divagando, nada de lo que dice tiene sentido. Es una locura.

—Ok pa. Tratá de descansar.

—La persona que me disparó, quiso concretar una venganza. — la determinación se asienta en las arrugas de su frente.— Una venganza por un hombre que maté hace un año y dos meses.

—Papá, no sigas.

—Era su hermano. Maté a su hermano, por eso quiso matarme, por venganza. Pero este hombre era un narcotraficante que quería ingresar droga en nuestro barrio. Se llama Diego Costa.

—Papá no quiero seguir escuchando esto.

—Todo lo que te estoy diciendo. Todo lo podrás corroborar en mi habitación, bajo el mueble grande, en la parte de los zapatos...— comienza a toser, con mucha fuerza, pareciera que su garganta está siendo destrozada.

—¡Enfermero! ¡Ayuda!

Mis suplicas atraen a los enfermeros y estos al doctor. Y yo reviento en llanto.

No sé muy bien del tema. Pero se nota cuando una persona está a punto de morir.

Es como si la vida abandonase el cuerpo de manera progresiva a veces y precipitada otras veces. Cómo es el caso de mi padre a quien ahora mismo lo están abandonando todas las fuerzas que alguna vez tuvo.

Los enfermeros forcejean con un paciente convaleciente, un número en un papel, uno más del montón. Pero yo veo morir al hombre que me compró mi primer vestido azul, yo veo morir al amoroso padre que me curó la pierna cuando me caí de la bicicleta sin ruedas, veo irse a la persona que me acompañó a mi graduación escolar y lloró cuando entré a la universidad.

No Tengo MiedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora