Doce razones [Catradora]©

Primera: Es muy dulce

—¡Catra, ven! —grita, mientras corre como un lunático hacía el parque de diversiones. Sus ojos brillan de una manera tan pura y bella, logra que la comisura de mis labios se levanten automáticamente.

Adora lleva un lindo vestido verde agua, que sujeta la zona de sus pechos hasta su cintura, y luego, cae como una cascada leve. La pollera tiene pequeñas tabletas que se marcan muy suavemente. Lleva un moño verde y rosáceo en la cabeza, un collar dorado con el dije de una espada a la mitad, y unos pequeños aretes.

Yo, por otro lado, llevo unos jeans negros y una camisa blanca, el mismo collar pero con la otra mitad de la espada y un piercing del lóbulo al medio de la oreja derecha.

—¡Carta, Catra! —insiste, mientras da saltitos en su lugar. Apunta hacía uno de los puestos—. Voy a jugar. ¿Que peluche te gusta?

—Ninguno —me sincero, encogiéndome de hombros. 

Adora formula un puchero leve con sus labios y luego, camina lo que le falta para llegar al puesto de peluches. Yo voy detrás de ella, con mis manos en mis bolsillos y observando detenidamente las miradas lascivas que le dan.

—A mi me gusta el unicornio —confiesa mientras lo señala—. Lo ganaré. 

Asiento en silencio, observando como pide fichas y las paga. Cuatro intentos después, sigue perdiendo. Suelto una carcajada cuando la ficha cae a dos centímetros de ella. Es horrible.

—Déjame a mí —murmuro. Me entrega las ficha con lentitud, con la poca confianza que le queda. Creó que ya se dio por vencida—. ¿Solo debe entrar una ficha? 

Son pequeñas argollas que se deben introducir en el determinado premio que quieras obtener. Miró detenidamente la ficha y luego al lugar donde se supone que debo meterlo, achino los ojos y comienzo a sacar cuentas. El juego está hecho para perder, pero soy Catra, y odio perder. Más sí al ganar haría feliz a mi mejor amiga. No dejaré que ella se ponga triste porque no pudo conseguir ese estúpido peluche.

—En realidad tienen que ser las tres... —comenta, con una sonrisa—. Pero te lo dejaré a una.

Su mirada me dice una sola cosa: cree que no lo lograré. 

Sonrío con suficiencia, haciendo otros cálculos, me acomodo para tirar la jodida ficha en su lugar. Controlando el nivel de fuerza que pongo en mis brazos, el viento leve que corre por el sector y la distancia, lanzo la ficha. Ésta, con facilidad, cae donde pertenece. Una sonrisa se forma en mis labios y miro al señor a cargo.

—Aún me queda un tiro —murmuro, advirtiéndole que debe darme el unicornio o buscaré la forma de ganar otro de los peluches grandes.

Él me sonríe, para luego bajar el peluche y entregárselo a Adora, quién aún se encuentra en shock. Comienza a dar aplausos y se tira sobre mí.