Capítulo 16

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Capitulo 16

—Oh, no —protestó ella. Rápidamente recogió su abrigo y se dispuso a marcharse con toda rapidez. Jack levantó una ceja—. Quería decir que no te molestes. Seguro que tienes trabajo que hacer. Estoy convencida de que hay algo que te reclama en tu despacho o algo así.

—Sí, mi trabajo nunca cesa —admitió él-Pero, de vez en cuando, tengo que comer.

Jack le quitó el abrigo para ayudarla a ponérselo. Cuando le colocó las manos sobre los hombros, la calidez que emanó de ellas atravesó la gruesa tela y le quemó la piel. Como respuesta, Elsa se tensó. Se sentía muy a la defensiva. Jack pareció notar su reacción, porque puso los dedos muy rígidos y la obligó a darse la vuelta.

—Mi intención no era tomarte a ti para almorzar, Elsa. ¿Es que nunca vas a dejar de sospechar de mí?

Cuando salieron al exterior, las calles estaban limpias de nieve, pero una ligera capa blanca cubría las aceras y los coches que había aparcados.Elsa se sintió atrapada en el coche de Jack, a su lado, mientras él conducía el Mercedes por las calles de Nueva York. Cuando llegaron a Central Park, ella trató de aliviar la tensión y el incesante tamborileo de su corazón.

—Mira, es precioso, ¿verdad? —comentó mientras indicaba las ramas desnudas de los árboles cubiertas de nieve, que relucían como si fueran diamantes—. Me encanta la nieve. Todo parece tan limpio y tan fresco. Hace que todo se parezca...

— ¿A tu hogar?

—Sí —admitió ella.

De repente, pensó que, al lado de Jack, su hogar podría estar en cualquier parte. Sin embargo, comprendió que no debía revelar su debilidad. Él nunca debía conocer el amor que la embargaba por dentro y le batía el corazón como los vientos de los tornados que atraviesan Nashville a finales de la primavera.

Siguió hablando sin parar de todos los temas que le vinieron a la cabeza. Así, esperaba que él pudiera vislumbrar el secreto que guardaba con tanto celo.

— ¿Te encuentras bien, Elsa? -le preguntó Jack de repente, cuando ella se tomó un respiro-. Últimamente has estado muy nerviosa...

La miró atentamente y, durante un aterrador instante, Elsa temió que aquellos ojos le penetraran en el pensamiento y leyeran el secreto que albergaba.

—Claro que no-dijo ella, con voz tranquila-. Sólo estoy muy emocionada por el proyecto. Vamos a terminar muy pronto y la edición de la revista estará en los puestos de periódicos. Estoy deseando ver cómo lo reciben los lectores.

—Si es eso lo único que te preocupa, creo que puedo decirte que la reacción será tremenda. Serás una sensación, Elsa —le aseguró él mientras la miraba durante un instante—. Recibirás ofertas de todas partes. Revistas, televisión, empresas de publicidad...Te aseguro que podrás elegir tus trabajos.

—Oh...

— ¿Acaso no te emociona esa posibilidad? —preguntó él, al ver lo cálida que había sido su reacción—. ¿No es eso lo que siempre habías querido?

—Por supuesto que sí -afirmó ella, con más entusiasmo del que sentía—. Tendría que estar loca para no alegrarme y te agradezco mucho la oportunidad que me has dado.

—Ahórrate tu gratitud —replicó Jack, con una cierta brusquedad—. Este proyecto será el resultado del trabajo en equipo. Lo que saques del proyecto te lo habrás ganado tú sola. Ahora, si no te importa, dime dónde te dejo antes de que yo regrese a mi despacho.

Elsa asintió. Le resultaba imposible comprender lo que ella había dicho para despertar su ira de aquella manera.
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La fase final del proyecto estaba en camino. Elsa se cambió en una pequeña habitación del estudio de Eugene. Al verse en el espejo, contuvo el aliento. El camisón le había parecido precioso, pero poco inspirado, cuando lo sacó de la caja. En aquellos momentos, se sintió abrumada por su belleza. Era blanco y transparente y parecía flotar alrededor de las esbeltas curvas del cuerpo de Elsa antes de caerle en suaves pliegues hasta los tobillos. Tenía un buen escote, aunque no excesivo, por lo que el abultamiento de sus senos simplemente se adivinaba bajo la tela. Sí. Mientras daba vueltas sobre si misma, Elsa decidió que era maravilloso.

Poco antes aquel mismo día, había posado con un precioso abrigo de marta. Recordó el suave tacto de la piel contra la barbilla y suspiró. Eugene había capturado su primera expresión de delicia y deseo cuando hundió el rostro contra el cuello del abrigo. Sin embargo, Elsa sabía que preferiría tener aquel camisón más que diez abrigos de marta. Tenía algo especial, como si se hubiera creado especialmente para ella.

Salió del improvisado probador y observó cómo Eugene había completado el decorado. Aquella vez se había superado. La luz era cálida y suave, como si se tratara de un dormitorio iluminado por velas. Además, había colocado una luz trasera que se parecía a los rayos de la luz de la luna. El efecto final era romántico y sutil.

—Ah, estupendo. Veo que ya estás lista -dijo Eugene. Entonces, se tomó un minuto para observarla—. ¡Vaya! Estás preciosa. Todos los hombres que vean tu foto caerán rendidos de amor por ti. Las mujeres, por su parte, soñarán con estar en tu lugar. Algunas veces, sigues sorprendiéndome.

Elsa se echó a reír y se acercó a él justo en el momento en el que se abría la puerta del estudio. Se dio la vuelta y vio que era Jack, con Astrid del brazo. Sus miradas se cruzaron durante un instante antes de que la mirada de él la recorriera lentamente con la intensidad de una caricia física.

Jack se tomó su tiempo en volver a mirarla a la cara.

—Estás extraordinaria, Elsa.

—Gracias —susurró ella. Entonces, se encontró con la gélida mirada de Astrid. El contraste fue como el de una ducha helada, por lo que Elsa deseó de todo corazón que Jack no la hubiera llevado.

—Estamos a punto de empezar —comentó Eugene.

—En ese caso, no dejes que los entretengamos —afirmó Jack—. Astrid quería ver el proyecto que me ha mantenido tan ocupado.

Aquellas palabras parecían tener la implicación de que Astrid formaba parte de la vida de Jack, por lo que Elsa sintió que se le caía el alma a los pies. A pesar de todo, decidió sacudirse la depresión que sentía y se recordó que los sentimientos que tenía hacia Jack no eran correspondidos.

—Ponte ahí, Elsa -le indicó Eugene. Rápidamente, ella se dirigió al lugar indicado.

La suave luz le dio un delicado brillo a su piel, tan suave como la caricia de un amante. Los focos traseros brillaban a través de la fina tela, resaltando así la silueta de su cuerpo.

—Muy bien —afirmó Eugene—. Perfecto —añadió mientras encendía la máquina de viento.

La suave brisa de la máquina le alzó el cabello y provocó que el camisón se le pegara al cuerpo. Eugene agarró su cámara y comenzó a hacer fotografías.

Tu Dulce Mirada |•Jelsa•| Completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora