Capítulo 13

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Capitulo 13

Durante las siguientes semanas, las sesiones fotográficas avanzaron sin complicaciones. Eugene se mostraba muy entusiasta sobre los progresos que estaban haciendo y le mostró a Elsa un archivo de las fotografías para que ella viera los frutos de su trabajo.

La joven estudió las fotografías con objetividad profesional y admitió que eran excelentes, probablemente uno de los mejores trabajos que Eugene  y ella habían hecho juntos o por separado. Las fotografías ya estaban empezando a formar un buen estudio sobre las diferentes facetas de la mujer y habían realizado ya la mitad de las que necesitarían para terminar el proyecto. Si todo seguía igual de bien, terminarían mucho antes de lo previsto.

Jack estaba pensando en preparar una edición especial, que saldría publicada a principios de la primavera.

Las sesiones proseguirían después del largo fin de semana de Acción de Gracias. Elsa se alegraba de tener algo de tiempo libre, no sólo para descansar, sino para poder separarse del hombre que ocupaba constantemente sus pensamientos e invadía sus sueños.

Después de la velada que pasaron juntos, ella había esperado notar cierta tensión entre ellos, pero Jack la había saludado con tanta normalidad que, de hecho, la joven pensó por un momento que se había imaginado todo lo ocurrido. No hubo mención alguna de la cena que tomaron juntos ni de la escena que se produjo a continuación. Jack volvió con aparente facilidad a su actitud de siempre.

A Elsa no le resultó tan fácil comportarse con indiferencia después de los sentimientos que él había despertado en ella. Sin embargo, logró mostrar una actitud que distaba mucho de reflejar el torbellino interior que sentía.
A pesar de todo, las sesiones fueron avanzando con normalidad. Si Eugene se vio obligado a decirle de vez en cuando que no frunciera el ceño, estaba tan preocupado por su trabajo que no vio nada de extraño en ello.

Elsa estaba de pie frente a la ventana de su apartamento. Su estado de ánimo era tan sombrío como la vista que desde allí se veía. El cielo de noviembre mostraba una apariencia plomiza y parecía provocar un deprimente ambiente en la ciudad. Hacía mucho tiempo que las hojas habían abandonado los árboles y éstos mostraban una apariencia triste y desnuda. La hierba había perdido el alegre tono verde de la primavera y parecía una triste y amarilla alfombra. Aquel desolado día encajaba perfectamente con el estado de ánimo de la joven.

De repente, la melancolía se adueñó de ella. Sintió un fuerte deseo de volver a ver los dorados campos de trigo de su tierra natal. Se acercó al equipo de música y puso el disco de Denver. Sin que pudiera evitarlo, se quedó inmóvil al recordar que Jack había estado en aquel mismo espacio que ella estaba ocupando. El recuerdo de la firmeza de su cuerpo y de la intimidad que tan brevemente habían compartido se adueñó de ella y reemplazó rápidamente a la melancolía.

En un instante, comprendió que la atracción que sentía por él era mucho más que física. Apretó el botón del equipo y dejó que la suave música llenara el ambiente. Se recordó que enamorarse no había formado parte de sus planes y que hacerlo de Jack estaba fuera de lugar, ni en aquellos momentos ni nunca. Ese camino sólo la llevaría al desastre y a la humillación. Sin embargo, le resultaba imposible acallar la voz que le decía desde el interior de la cabeza que ya era demasiado tarde. Se sentó en una silla y permitió que la confusión y la depresión la cubrieran como una pesada niebla.

Había llegado muy tarde a casa después de reunirse con Merida e Hiccup para celebrar el día de Acción de Gracias. A pesar de que las viandas eran deliciosas, Elsa había ocultado su falta de apetito por su preocupación por mantener la línea. Se había esforzado mucho por esconder su depresión y mostrar una apariencia normal y contenta. Justo cuanto terminaba de cerrar la puerta, el teléfono comenzó a sonar.

—¿Sí? ¿Diga?

—Hola, Elsa. ¿Has estado fuera de la ciudad?

No había necesidad alguna de que su interlocutor se identificara. Elsa reconoció a Jack inmediatamente. Se alegró mucho de que los fuertes latidos de su corazón no pudieran escucharse al otro lado de la línea telefónica.

—Hola, Jack —respondió ella, tratando de reflejar cierta frialdad en el tono de su voz—. ¿Siempre llamas a tus empleados tan tarde?

—Ya veo que estás algo enfadada -comentó él, impertérrito—. ¿Has pasado un buen día?

—Estupendo —mintió—. Acabo de llegar a casa después de haber cenado con unos amigos. ¿Y tú?

—Maravilloso. Me encanta el pavo.

— ¿Has llamado para comparar menús o es que hay alguna razón? -le espetó. Acababa de imaginárselo con Astrid en un estupendo y elegante restaurante.

—Sí, tengo una razón. Para empezar, se me había ocurrido brindar por el día de Acción de Gracias contigo, si es que aún tienes esa botella de whisky.

—Oh... —susurró ella. La voz se le rompió y el pánico se apoderó de ella. Rápidamente se aclaró la garganta para poder seguir hablando—. No, quiero decir sí, claro que tengo la botella de whisky, pero es muy tarde y...

— ¿Tienes miedo?

—Por supuesto que no. Estoy algo cansada. De hecho, estaba a punto de meterme en la cama.

— ¿De verdad? —preguntó él, con un cierto tono jocoso.

—Sí —replicó ella—. ¿Es que tienes que burlarte constantemente de mí?

—Lo siento —dijo Jack , aunque su disculpa carecía por completo de convicción—. Es que te tomas muy en serio las cosas. Muy bien, no beberé de tu suministro de alcohol... al menos por esta noche. Nos veremos el lunes, Elsa. Que duermas bien.

—Buenas noches —murmuró ella.

Cuando colgó el teléfono, sintió que el arrepentimiento la embargaba. Miró a su alrededor y sintió un deseo irrefrenable de tenerlo allí, llenando el espacio con su presencia. Suspiró y se levantó de la silla. Sabía que no podía llamarlo para invitarle, aunque hubiera sabido dónde ponerse en contacto con él.

«Es mejor así», se dijo. «Es mejor evitarlo cuanto me sea posible. Si voy a tratar de superar la atracción que siento por él, la distancia será mi mejor medicina. Estoy segura de que él puede conseguir lo que quiere en otra parte. Astrid es más de su estilo. Yo nunca podría competir con su sofisticación.  Ella probablemente sabe hablar francés y sabe mucho de vinos. Además, seguro que se puede tomar más de una copa de champán sin empezar a decir incoherencias.

El sábado, Elsa se reunió con Merida para almorzar con la esperanza de que aquella salida pudiera animar su decaimiento. El elegante restaurante estaba abarrotado. Cuando vio a Merida sentada frente a una de las mesas, la saludó con la mano y se dirigió hacia ella.

—Siento llegar tarde —se disculpó Elsa—. El tráfico era terrible y me costó mucho encontrar un taxi. Se nota que ya se acerca el invierno. Hace mucho frío.

— ¿Sí? —preguntó Merida con una sonrisa—. A mí me parece primavera.

—Aparentemente el amor te ha desequilibrado, pero, aunque te haya afectado al cerebro, ha hecho maravillas con el resto de tu cuerpo. Creo que podrías relucir en la oscuridad.

Tu Dulce Mirada |•Jelsa•| Completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora