El garabato.
Siempre toca la puerta de mis pensamientos, entra sin preguntar.
Pero su rostro es borroso, como un garabato, como una pintura a medio terminar.
Su pelo es blanco, se arrastra con él, como si fuera un velo.
Sus manos son esqueleticas, llenas de anillos de oro, las cuales casi siempre me quieren invitar a bailar. Y aunque no acceda, lo hace solo, como si no estuviera allí.
Me pregunta si estoy satisfecho.
¿Pero de qué está hablando?
Se va a un rincón a acurrucarse.
Lo oigo llorar, lamentarse, llorar un poco más.
Hasta convertir su cabello blanco en uno color azabache, totalmente mojado con sangre.
Sus manos se vuelven trapos también ensangrentados, sus anillos pequeños trozos de cristal.
Pero su rostro...
Lo levanta lentamente, dejando ver un espejo roto, que refleja el mio dado vuelta.
No para de mirarme...
Susurra cosas como "olrajed euq seneit", "anep al elav on".
Mis manos comienzan a sangrar, igual que las de él. Y lloro.