Capítulo 4

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La noche había caído por completo cuando el joven salió, se apresuró a acomodar unos leños para encender una fogata, a su alrededor se había desatado una espesa bruma, que sólo permitía ver a unos cuantos pasos de distancia, alterando aún más a su atribulado espíritu. Las sombras entre la niebla le jugaban malas pasadas a su mente, haciéndole ver cosas que realmente no existían, inducido por un estado de conciencia alterada, producido en parte al singular suceso que había testificado momentos antes.

Su expresión rayaba en la representación misma del terror cada vez que escuchaba algo, ya fuera el agitarse de una rama o el ulular inquietante de una lechuza lejana. Tenía miedo, así como Altee, pero lo que le infundía más temor era que Camila muriese y entonces Lauren cumpliera su promesa. Miraba al fuego formar figuras danzantes cuando sintió que una mano se apoyaba en su hombro, acelerando su corazón en el pecho en una loca carrera, al punto de hacer un esfuerzo sobrehumano para no gritar y salir huyendo.

- No te asustes, por ahora ella está bien - pronunció Altee mientras se sentaba a su lado, para después enigmáticamente preguntar - ¿sigue acechando?...

- ¿Qué?, ¿Quién o Qué acecha?

- La loba negra... - contestó Altee mirando hacia los alrededores- ... Lauren.

- ¿Mi señora Lauren? ¿Loba? - exclamó el aturdido joven, recordaba el ataque del animal, esa noche cuando conoció a Camila.

Altee comprendió el asombro del muchacho, y no era para menos, enterarse de este modo del secreto de las personas con las que viajaban, era como para sacudir a cualquiera, entonces decidió revelarle por completo la historia de aquellos seres castigados por el destino, al ser obligadas a tan sobrenatural cambio entre la noche y el día.

La mujer tomó un trozo de madera para arrojarlo al fuego, avivando así las llamas de la fogata, "...le temo a Lauren" explicó "no quiero que se acerque así". Entonces se sentó a un lado del muchacho, que cada vez se sorprendía más; no podía dejar de ver a esta mujer entrada en años que desconfiaba de la noche y que estaba por desnudar la historia de las jóvenes mujeres.

Altee permaneció en silencio por un momento mientras perdía su mirada entre la bruma a su alrededor, después miró al suelo a sus pies e hizo una profunda inspiración para comenzar su relato.

"Lauren, Camila y yo fuimos amigas una vez... Hace más de treinta inviernos, las tres teníamos la misma edad y vivíamos en esta región. En ese entonces Lauren pertenecía al grupo de cazadores, Camila estaba siendo educada para formar parte de nuestro Consejo y yo... era aprendiz de sanadora.

Éramos inseparables, compañeras y amigas, crecimos juntas. Creí que las conocía, pero no era así, ellas se amaban en secreto, algo que yo no sabía, y que maldigo el momento en que lo hice, porque fui arrebatada por los celos, quería mucho a Camila, pero a Lauren... la amaba.

Al saberlo inmediatamente sentí que me relegaban, los celos nublaban mi entendimiento, torciendo mi amistad en resentimiento sordo, entonces no comprendí que ellas no habían cambiado, que me seguían queriendo igual; ciega y de la manera más infame, traté por todos los medios de romper aquella unión entre las dos. Además, me creía justificada, pues amar era prohibido, lo afirmaba el Consejo, pero amar a Lauren en secreto era mejor que verla viviendo por Camila; Altee que te pasa, me decían las dos, habían notado mi cambio hacia ellas, pero incrédulas me seguían queriendo, mientras yo me consumía en sentimientos encontrados de amor y odio por las dos.

Fue entonces que las vi, era a inicios del otoño y el bosque se vestía de rojo. Las había estado siguiendo sin hacer notar mi presencia, como aprendiz de sanadora sabía cómo hacerlo. Las acechaba entre los árboles, supongo que su amor relajaba sus sentidos y no me percibieron. Se detuvieron en un pequeño claro del bosque, lo recuerdo bien y cómo no habría de hacerlo, si el remordimiento no me permite olvidar.

Lauren tomó una hoja del suelo y adornó con ella el cabello de Camila, que le trasmitía con la mirada todo el amor que yo no podría expresarle a Lauren. Empezaron a besarse, primero suavemente, de manera lenta, disfrutándose una a la otra en cada intercambio, después el ritmo se hizo más intenso; yo no podía dejar de mirar, odiaba la escena pero era como si mis ojos se obligaran por voluntad propia a ver lo que estaba pasando para no perder ningún detalle; entonces ya no bastaban los labios para acariciarse, se desnudaron en angustioso anhelo, para fundirse en un solo ser, compenetrado, inseparable, que irradiaba un extraño brillo producido por la pasión, el amor o que se yo, era algo sobrenatural que sabía, yo nunca tendría. Cuando vi la expresión en sus rostros de extremo placer, las lágrimas en mis ojos se agolparon, pero aun así fueron renuentes a brotar, mientras que en mi garganta se encerraba la rabia de mi endureciendo corazón.

Me retiré del lugar con la balanza de sentimientos inclinada hacia el odio y la venganza, de momento quería que todo acabara, deshacerme de aquello que tanto me dolía, no estaba pensando, la furia me dominaba. Dirigí mis pasos hacia la aldea, las denunciaría ante el Consejo, pensando en la inocencia de que éste haría desaparecer a Camila, pues sabía que el Jefe Concejal la deseaba para él, esa era la razón por la que Camila estuviera siendo educada para ser consejera. Pero las cosas no fueron como las fui planeando, pues después de que yo las traicionara las atraparon, trataron de hacerlas confesar torturándolas de forma indecible, pero mi testimonio fue lo que las acabó.

El Jefe Concejal estaba furioso, había puesto sus ojos en Camila, la falta era muy grande, un insulto hacia su persona. Condenó a Lauren a muerte, aludiendo que ella había corrompido a su discípula. Camila lo negó defendiendo a su amada, asumió la culpa pidiendo el perdón para la otra. Fue escuchada por el Consejo, pero contrario a su petición se dictó sentencia, muerte para ambas.

Una oleada de culpa y remordimiento invadió mi alma, no sólo había condenado a una amiga, sino que condenaba también a la mujer que yo adoraba, entonces alcé mi voz oponiéndome a aquella injusticia que yo misma había desencadenado, forme un consejo alterno integrado por los jóvenes concejales que no estaban de acuerdo, por días se aplazó la decisión, días en que el remordimiento quemaba todo mi ser, entonces se cambió la sentencia, ahora era exilio. Por un momento respiré, aunque me dolía no volver a ver a ninguna de las dos, sabía que por lo menos vivirían, pero esta idea cambio inmediatamente.

A pesar de que la sentencia había cambiado, el Jefe Concejal seguía encarnizado en su contra, ordenando al sanador-hechicero a condenarlas al más horrible tipo de exilio, juntas por una eternidad, pero separadas en el hechizo de la noche y el día, mujer-lobo, mujer-Halcón, con sólo la posibilidad de ver por un segundo, mientras inicia o termina el día, el final de sus propias transformaciones.

Condenadas a no envejecer, pero si a morir por la mano de otro humano, recorren la tierra juntas y alejadas en doloroso tormento, pues los animales en las que fueron transformadas sólo forman pareja una vez en la vida, obligándolas, además, a vivir en soledad sin posibilidad de rehacer sus corazones. Así viven en busca de la cura al hechizo, la manera de romper éste, pero siempre sin éxito.

Desde entonces expío mi culpa, sola también en un castigo impuesto por mi propia mano, siempre buscando la manera de revertir el daño que les cause a pesar de amarlas tanto. Muchísimos inviernos llegaron sin que Halcón

yo pudiera descifrar el encantamiento, pero finalmente reuní casi todas las piezas necesarias para romperlo. Fue cuando mi mentor murió, él me lo dijo, pero la muerte fue más rápida cerrando su garganta antes de que terminara de comunicarme todo, arrebatándome la posibilidad de reunir todos los medios para acabar con esta pena.

Por mi dureza de corazón, ahora vivo con culpa y temor que la condición animal de Lauren, un día venga a cobrarme todo su pesar, o que suceda algo como hoy donde casi se pierden por completo una a la otra."

Las palabras de Altee removían los recuerdos del solitario, ahora todo era claro, también la fatalidad se había interpuesto entre el amor de ellas, también habían sido condenadas a vagar, como él, pero con la dolorosa diferencia de que ellas siempre estaban juntas, sin poderse tocar, sin poderse decir cuánto se amaban, viviendo sin respirar al pensar que de un momento a otro cualquiera de las dos se podría perder definitivamente. Ahora se identificaba por completo con ellas, compartiendo la desesperanza y el dolor de un amor interrumpido. Lloraba en silencio por su pena y por la de ellas, cuando la mujer a su lado se levantó para revisar a la joven herida, pues quedaba muy poco tiempo para el amanecer con su efecto transformante.

Errantes (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora