2

3 3 1
                                    

Cuando llegué a casa ese día, casi vi antes a Lucas que a mi hermano, aunque estaban los dos tirados en el salón jugando a videojuegos.

Ansel, mi hermano, se pasaba tanto tiempo en esa posición que a veces llegaba a dudar que no se le hubieran atrofiado los músculos. Mientras tanto, Lucas iba y venía en sus ratos libres, y le veía tan a menudo que ya su presencia en casa me resultaba indiferente. Como un mueble más del salón.

Sí que es verdad que cuando era más joven (vale, de los catorce hasta hace bastante poco) había tenido un crush bastante fuerte con ese chico. Porque siempre me habían tirado mucho los chicos altos y Lucas tenía unos ojos azules que quitaban el hipo.

Pero después de verle todos los días empantanado en mi sofá, con una mano en el mando de la XBOX y la otra metida en una bolsa de patatas fritas... cualquier tipo de sex appeal que hubiera podido tener se había desvanecido completamente.

Más o menos.

Pero el caso es que nada más verlos en el salón no pude evitar meterme con ellos:

- ¿Se os ha pegado ya el culo al sofá o aún lo tenéis como parte de vuestro cuerpo?- pregunté mientras dejaba el abrigo en el perchero de la entrada y miraba a través de la puerta de la izquierda, que daba al salón.

Lo único que obtuve por respuesta fue un bufido de mi hermano y una mirada de reojo de Lucas, con el ceño fruncido.

Sacudí la cabeza y avancé hasta el fondo del pasillo, donde estaba mi habitación. Una vez allí observé algo complacida mi desorden, que mi madre nunca podría domar (aunque ella siempre tendrá la esperanza) y dejé la mochila, con un resoplido, encima de la cama.

Lo siguiente que hice, casi sin pensar, es encender el viejo ordenador de mesa que tenía sobre el escritorio. Era un gesto que tenía automatizada desde pequeña. Por mucho que mis padres insistían en que ese trasto bien se podría tirar, que ya tenía el portátil (claro, como si la chatarra de portátil fuera algo mucho mejor...) yo le tenía un cariño especial a ese ordenador. Ahí había tenido todas mis conversaciones importantes, había leído los fics de las novelas que me enamoraban y había vivido mis primeros crush con actores y personajes de libros.

Mientras el sonido infernal del aparato comenzaba a llenarlo todo, noté una presencia a mi espalda que me sobresaltó.

- ¡Pero qué...!- chillé, dándome la vuelta cuando una mano tocó mi hombro para encontrarme de bruces con Lucas.

El chico parecía tan sorprendido como yo de haberme pegado un susto. Levantó las manos en señal de rendición, como si quisiera dejarme claro que no tenía planeado hacerme ningún daño.

- Eh, fiera- espetó- Que no te voy a comer, tranquila.

Algo en su tono me hizo sospechar.

- ¿Qué diablos quieres, Lucas?

- ¿Por qué deduces que quiero algo?

Dediqué un segundo a mirarle, con el ceño fruncido, y a dirigir mi mirada a mi habitación.

- Porque es la primera vez que estás en mi habitación y casi que me diriges la palabra en... ¿seis años?

- ¿Llevas la cuenta?- una sonrisa sarcástica se formó en su cara y yo no pude menos que poner los ojos en blanco.

- Es como una prisionera en su celda, cuento los días para dejar de ver tu careto plantado en ese salón. Y ahora, si no querías nada más...- alargué la mano para hacer el amago de cerrar la puerta, pero él puso el pie impidiendo que lo hiciera.

- Espera- pidió. Luego suspiró- Vale, quiero algo. Necesito algo. Un favor.

- ¿Qué clase de favor?- aquello empezaba a intrigarme cada vez más.

¿Qué podía querer el mejor amigo de mi hermano, ese chico tan normalmente callado y que parecía vivir en su propia burbuja, de mí, una chica a la que apenas había dirigido la vista en los últimos seis años?

- Tú eres una chica- afirmó, con cautela.

- Joder- exclamé, levantando los brazos- ¿No me digas? ¿Acabas de darte cuenta?

Él soltó una carcajada que parecía bastante sincera.

- Perdona, lo he enfocado fatal- se puso la mano en el pecho, como disculpándose, y le brillaron los ojos por un segundo- Quiero decir que me hace falta que una chica me ayude en una cosa...

- ¿En qué?- estaba empezando a impacientarme.

Él empezó a repiquetear con el pie en el suelo, y tuve ganas por un segundo de pisarle para que parara de moverse. Odiaba aquel gesto y parecía que él lo hacía demasiado cuando estaba nervioso.

- ¿Te puedo invitar a un café, y te lo cuento?

Aquella pregunta me dejó completamente descolocada. No pude evitar que se me abriera la boca de la sorpresa.

- ¿Me vas a invitar a un café... en mi propia casa?

Él volvió a sonreír ante mi suposición.

- No, joder. Nos vamos abajo, al Pepe, y así podemos hablar con calma.

Lo sopesé por un momento. Por un lado, siempre he sido una chica muy curiosa y a la que no se le puede dejar con la intriga sobre nada. Por otro lado, miré de reojo a mi ordenador de mesa y me dieron ganas de mandarle a la mierda y dejarle allí plantado para estar a mi bola.

Pero una parte de mí, la adolescente de quince años atrapada en un cuerpo de casi dieciocho, no podía decirle que no a esos ojos azules que tanto me habían mantenido despierta esos últimos años.

Así que, fastidiada, asentí y salí de mi habitación, preguntándome qué excusa le habría puesto Lucas a mi hermano para dejarle tirado e irse conmigo al Pepe a tomar un café.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 09, 2019 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Sobreviviendo al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora