Todo comenzó un diez de octubre. No parecía ir a ser un día muy especial, al menos no cuando me desperté e hice toda la rutina de siempre (lavarme los dientes, lavarme la cara, desayunar, hacer un caos en mi habitación para encontrar algo que ponerme y salir disparada a la universidad porque llegaba tarde), pero tardó poco en ponerse... interesante.
Mi mejor amiga, Ana, ya me estaba esperando en la puerta de la facultad con esa cara que pone ella cuando tiene algo en lo que enredarme.
— ¿Qué pasa?— le pregunté, enarcando una ceja y sin siquiera saludarle.
— Tía, ¿por qué piensas que me pasa algo?— puso su mejor cara de niña buena, que yo por supuesto no me creí ni por un momento.
— Porque esa carita nunca presagia nada bueno— le di un golpe con el hombro al pasar y adelantarla para entrar en clase.
Dejamos nuestras cosas tiradas en la penúltima fila, como siempre. A pesar de llevar poco más de un mes allí, ya nos habíamos hecho al sitio. Saludamos a un par de personas con las que ya empezábamos a hablar de vez en cuando antes de sacar los portátiles de los maletines. El de Ana era uno de última generación; el mío, un mamotreto de casi cinco kilos que me destrozaba la espalda cada día más y que mis padres se negaban a cambiarme mientras funcionara. Mi primer instinto siempre que lo sacaba era tirarlo al suelo "sin querer", pero en el fondo ni yo era tan mala ni me gustaba jugar con el dinero de mis padres de esa manera.
— Venga, escupe de una vez— presioné a mi mejor amiga— ¿Qué te traes entre manos?
— Deberías conocerme peor— dramatizó ella, con la mano en la frente— Me sería mucho más fácil colarte las cosas. El caso... es que me ha dicho el médico que me vendría bien hacer ejercicio, ya sabes, por la salud y esas cosas.
"Y esas cosas" se refería básicamente a que la muchacha no era capaz de andar un kilómetro sin fatigarse terriblemente, y eso preocupaba hasta a ella en ese punto, aunque nunca lo reconocería.
— ¿Y para qué me quieres liar?— volví a alzar la ceja, muy reticente— No pienso apuntarme al gimnasio contigo.
— No es al gimnasio— se apresuró ella a aclarar— Hay una piscina en el campus...
— Ni hablar.
— Pero tía, Dora...— gimoteó Ana.
— Que ni de coña.
— No me has dejado ni hablar...
— Porque no va a pasar.
La simple imagen de mí misma embutida en un bañador me producía escalofríos, y la última vez que había metido los pies en una piscina tenía doce años y era en las clases que me habían obligado a tomar mis padres de natación. Por si me ahogaba en el mar en las vacaciones en el pueblo y esas cosas.
— Pero ¡iríamos juntas!— insistió Ana, algo desesperada— ¡Y hay que hacer ejercicio! ¡E imagínate lo buenorras que nos pondríamos para el verano!
En ese momento, un viejo profesor hizo su entrada triunfal en el aula (no sé por qué siempre iba con tanta prisa, si sabía de sobras que los profesores eran los menos puntuales de toda la facultad) y mi amiga tuvo que cerrar el pico.
No obstante, no paró de insistir por mensajes y escribiendo notitas, que le devolvía malhumorada.
Una de ellas fue particularmente interesante:
"Si vienes conmigo, yo te acompañaré tooodos los viernes a Los Deseos".
Los Deseos del Corazón, o "Los Deseos", como le llamábamos nosotras, era el bar al que habíamos ido un par de veces y a mí me había enamorado. No solo la decoración, que era como vintage, sino el ambiente que había, con todo el mundo bebiendo cerveza y sangría y muy buen rollo en el ambiente. A Ana no le había entusiasmado especialmente, y una de las bromas más constantes que teníamos las últimas semanas era sobre ir allí.
La perspectiva de que me acompañara todos los viernes y convertir aquello en nuestra pequeña rutina (además de salir de fiesta con ella, que siempre me encantaba) empezó a dar vueltas y vueltas en mi cabeza.
Con el ceño fruncido, agarré la hoja de papel con la que me estaba intentando convencer y escribí, en mayúsculas:
AHORA EMPEZAMOS A HABLAR.
Mi amiga sonrió y yo supe que estaba perdida.

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Sobreviviendo al amor
RomansaDora (Teodora, porque sus padres quisieron ser muy originales) es una chica a punto de empezar la universidad. A ella le hubiera encantado irse lejos de Madrid para dejar de aguantar a sus padres y, sobre todo, a su insoportable hermano mayor, Anse...