» 3 «

73.2K 11.2K 6.2K
                                    

Dedicado a: Florenzia, responsable de varias carcajadas debido a su sentido del humor, inigualable ayuda, atenta a todas las locuras de mi cabeza, lectora intensa. ¡Gracias, Florenzia por todo!



Hourstone - Halfway House


Mariené, atónita, dejó su libro de lado, irguiéndose.

—¿Miedo? —preguntó descompuesta.

El hombre asintió, amistoso. Eso la descolocó aún más. Se incorporó por completo, observándolo intrigada. ¿Qué le ocurría?

—Lamento si he dicho o hecho algo que te causara una mala impresión —musitó con voz gruesa. Debía corregir el error de raíz. La joven entornó los ojos buscando algo extraño en los suyos. ¿Ese era él? No comprendía.

—Eres muy serio, supuse que...

—Tú también lo eres, ¿no te lo habían dicho? —reviró con tranquilidad. Ella dejó salir un bufido, desviando un segundo la vista. Sí, un montón de veces, era la respuesta. Resuelta, y notando que lo que él deseaba era arreglar de alguna manera lo que desde el inicio fue mal, o raro, se levantó asintiendo.

Maximiliano, imperturbable, aunque intrigado por lo que le respondería, solo la observó, atento, estudiando cada uno de sus movimientos tras esa mirada azulada que a ella le erizaba la piel, con aquellas cejas que lo hacían ver tan peligroso.

—Me iré a poner el bañador —y pasó por un lado dejando su libro sobre una de las mesas.

—Te esperaré ­—solo dijo, frotándose el cuello, dudando seriamente de su plan. Pero es que apenas había transcurrido un día y sentía que explotaría, no podía darle tanto poder, necesitaba bajarla a la realidad y, entonces, seguramente notaría que no había tantas razones para sentirse avasalladoramente atraído por cada espacio de su cuerpo, o cualquiera de sus gestos, o su voz.


Al salir anduvo hasta él con timidez, sin embargo, con esfuerzo dejó el pudor a un lado. No era de las que se escondía, pero ese hombre la cohibía. Maximiliano permanecía en su sitio, serio, con los brazos cruzados sobre su ancho pecho, enfundado en ese bañador oscuro que le llegaba unos centímetros arriba de las rodillas. Por un momento en su habitación estuvo a punto de no acudir, pero luego comprendió que no podía seguir comportándose como una niña, además, llevar una buena relación era algo maduro de ambas partes. Así que ahí estaba.

En cuanto él la vio, su gesto se descompuso, aunque logró contenerlo.

Ella pasó a su lado con serenidad, lo miró de reojo y lo alentó. Y como si estuviese hecho para obedecer sus órdenes la siguió buscando mirar solo al frente, pero le costaba. Ahora llevaba puesto un bikini que, si bien no era diminuto, se le veía asombroso. Su cuerpo se endureció en un santiamén por lo que se cuidó de ir un paso atrás, pero eso tampoco le ayudaba.

Mientras descendían por la vereda que comunicaba a la playa se arrepintió de sus buenas intenciones. No, definitivamente ella despertaba algo irracional en su cuerpo, en su maldito ser.

Solo el sonido de sus pasos y el tronar de las olas era lo que se escuchaba. Una vez en la arena ella no pudo evitar sonreír, dejó sus sandalias a un lado y corrió hasta el mar y, presa de esos impulsos que solían invadirla, aventó agua con sus pies haciéndose a un lado ese mechó que se le escaba de su moño mal hecho.

—¿Te gusta este lugar? —preguntó la joven al saberlo a su lado, aunque quizá a un metro de distancia. Ambos tenían la atención puesta en el oscuro horizonte que iluminaba la luna en su fase de cuarto menguante.

Casi Contigo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora