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Isabelle

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Isabelle.

Despertar al día siguiente había sido algo catastrófico. Los eventos de ayer habían pasado como pinceladas irregulares por mi mente, y con algo de esfuerzo logré comprimir todos mis recuerdos en una lista corta de acontecimientos: vacaciones, librería, Beverly Marsh, sangre, Eddie/Ben, la promesa de un dique, y Richie. Con una máquina para podar césped.

Todo se sentía muy confuso; tanto, que me tomé más del tiempo habitual en levantarme de la cama. Y es que aún no lo podía creer: en cosa de un par de horas, había pasado de vivir mi vida aburrida y monótona a tener un montón de personas con las que reunirme para completar un proyecto arquitectónico, en un lugar completamente nuevo, todo dentro de los primeros días de vacaciones. Era, sin duda, un extraño plan orquestado por el destino. Esperaba que tuviera un bonito desenlace.

Luego de alistarme y llevarme el desayuno en una servilleta (no alcanzaba a comer, ¡iba tarde!), les avisé a mis padres que pasaría todo el día en la biblioteca —investigando sobre un libro que nos habían dado para el verano, cuya autora era de Derry—, y luego de que no me cuestionaran nada más, porque su hija era tan aburrida que un proyecto en medio de las vacaciones era una actividad típica de ella, salí, completamente libre de culpabilidad alguna.

Era de mañana, y el sol aún tenía ese tinte pálido y casi invernal. La brisa me refrescaba por debajo del vestido, y me acariciaba el cuello desnudo: había decidido usar una coleta, con la esperanza de añadir algo nuevo a mi vida: me había inspirado en los extraños acontecimientos del día de ayer.

El camino que recordaba hacia Los Barrens era un trazo borroso, sinuoso y probablemente incorrecto, así que di varias vueltas en círculos antes de reconocer el camino que llevaba hacia las afueras del pueblo. Una vez me encontré en él, me di cuenta de que sería difícil perderse: era cosa de seguir el camino río arriba, y eventualmente encontraría el intento fallido de dique que Bill y Eddie habían tratado de construir ayer.

Habían acordado reunirse a las nueve de la mañana. Lo recordaba con exactitud porque pensé que no estaba invitada, hasta que Bill me preguntó si la hora me acomodaba: obviamente me apresuré a decir que sí; me había hecho infinitamente feliz por considerarme dentro de sus planes. No importaba si sus motivos estaban basados en el mero e impersonal agradecimiento por lo de la farmacia: nunca me habían invitado a nada, jamás, a ningún cumpleaños, a ninguna fiesta de primavera, ni a recoger basura para obtener créditos extra: era, simplemente, demasiado aburrida para ellos. Era claro entonces el motivo de mi emoción.

Miré el reloj en mi muñeca, y desaceleré mi pedalear: eran las ocho menos quince. Faltaba algo para que los chicos llegaran. Relajé el agarre sobre las asas de mi bicicleta, respiré hondo y traté de que el trecho entre mi ser y el árbol que marcaba el inicio del claro donde nos reuniríamos se hiciera lo más largo posible. Pese a mis esfuerzos, quizá porque la emoción me aceleraba corazón y sentía una maraña desagradable de cosas en la boca del estómago, llegué en un abrir y cerrar de ojos, y para mi grata sorpresa, Bill ya estaba ahí.

ɴᴏᴛʜɪɴɢ sᴘᴇᴄɪᴀʟ♡ ʀɪᴄʜɪᴇ ᴛᴏᴢɪᴇʀ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora