Capítulo 1

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𝐅𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐚, 𝐋𝐚 𝐑𝐨𝐜𝐡𝐞𝐥𝐥𝐞




— ¡Fabien! — un señor de lentes, bigote y cabello perfectamente recortado, de porte militarizado y con un uniforme de la marina que se alineaba a su cuerpo como si su piel fuese, caminaba por los pasillos de manera efusiva, haciendo sonar entre las paredes el tacón de sus zapatos impecablemente boleados.

— ¿Señor? — el joven asistente se levantó de su escritorio al ver a su jefe entrar por la puerta, sintiendo emoción en el estómago al verlo después de tanto tiempo— me da gusto verlo, señor Jung, ¿Qué tal el viaje?

— Excelente, después te contaré — guiñando el ojo, entró a su oficina — Programa una junta con el señor Fournier — en seguida se escucharon los lápices de su escritorio caer al suelo. Pronto la cabeza se asomó por el borde de la puerta y en voz baja dijo — dile que es de suma importancia.

El asistente movió la cabeza de arriba hacia abajo para luego salir corriendo en busca del otro señor que, a comparación de su jefe, este era bajito, panza prominente, mejillas rosadas y cabello platinado.

Más tarde, Damien Fournier se dirigía a la oficina de su compañero, con el joven asistente siguiéndole el paso.

— ¿Qué sucede, Kwan? Tenía entendido que tu llegada sería la próxima semana — entró al cuarto sin siquiera tocar la puerta, siendo algo normal para ambos, ya que no había esa relación de jefe-subordinado.

Kwan sentado en el escritorio, lanzó un avioncito de papel, mostrándose con aquél semblante alegre.

— Damien, lo que estoy a punto de contarte... Cambiará nuestras vidas — como si de una luz se tratara, sus ojos brillaron — no, ¡Cambiará el mundo! — y sus brazos se alzaron.

Fournier sin comprender ni un poco, tomó asiento en una de las sillas que estaban frente al escritorio, permitiéndole a su amigo soltar todo lo que su mente contenía. Tenía que admitir que, una que otra vez, a Kwan las ideas lo entorpecían o nublaban su cordura, pero para eso estaba él, para regresarlo a la tierra y dar solidez a sus innovaciones.

— Tienes tooda mi atención — con sarcasmo acomodó su espalda en el respaldo de la silla, sabiendo que se avecinaba un largo monólogo sin sentido por parte de su compañero —Trae algo de beber — esto lo dijo en voz baja hacia el joven asistente, quien miraba a ambos con atención.

— Que sean dos tazas de café, por favor — Ordenó Kwan y Fabien en seguida salió por las bebidas.

Pasó la tarde en la que el señor Jung explicaba con lujo de detalle el nuevo trabajo que tenía en mente, mismo proyecto que habían suspendido hace un par de años por falta de presupuesto y desarrollo, en especial porque lo consideraban peligroso y, por ende, ningún tripulante se ofrecía a participar. Era un acto homicida llevar a una tripulación de jóvenes a una parada desconocida.

— Es imposible — demandó Fournier, dando golpecitos a su puro con el dedo índice sobre el cenicero.

— ¡Lo es! Pero si rodeamos por esta zona, evitaríamos las mareas pesadas del océano atlántico y, hacia América del Sur, llegaríamos en un dos por tres — enfatizó con emoción, a la vez que movía un barco tamaño maqueta sobre el mapa trazado que descansaba sobre su escritorio.

The Hope Island ; NamseokDonde viven las historias. Descúbrelo ahora