II

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Esperanza ya tenía el té preparado cuándo por fin logré levantarme. Cierta resistencia había a la hora de despertar. Dolores de espalda, un calambre en el muslo y tos. Pero todo eso lo curaba la presencia de Esperanza. El olor a té, siempre seguro de mañana, y los niños jugando, corazón, vení, qué he preparado galletas. Había sido despedido hace no mucho tiempo atrás, empacaba libros. Mala costumbre mía. Tendía a echarles un ojo antes de sepultarlos bajo el papel periódico y dejarlos a la deriva. Siempre escamoteaba los paquetes para verse llenos y que nadie empezase a molestar por el poco profesionalismo. Pero la verdad siempre siempre está a flor de piel. El miércoles, desastroso. Carajo, Romero, con tanta razón tenemos muchísimas quejas. Libros sucios, con páginas dobladas, ¡Sí es que vos no para de leer! Despido, como se ha de suponer. Pero esperanza, sí, siempre contaba con ella. Aunque no la viese, aunque no estuviera, aunque fuese un fantasma. La tristeza vacilaba. Se escondía siempre bajo los zapatos. 

Varios reportes este mes, los gritos, los golpes, forcejeos. A lo mejor la cordura de Romero ha llegado a su fin. El chisme, claro, siempre. No es nuestro problema, tampoco obligación nuestra salvar a un loco, dejá ese asunto a un lado, siempre vos. A lo mejor un café te quita la amargura. 

Los escucho. Exacto, así es. Por favor, no empiecen otra vez, ya ha sido suficiente. Regresenme mi Esperanza. Y como el viento, qué va y viene. Ahí está otra pobre alma, víctima del suicidio diario. La rutina. Pero, jamás se va, el instinto de ir más allá de lo qué en realidad puede. Déjelo morir ya, la crueldad ya no funciona. Está muerto. Sólo inhala y exhala. Ya no quedan ideas que desmantelar. 

Las lágrimas en el cuarto blanco. El silencio apagaba el ruido de los lamentos. Y cómo escapar, si lo seguirían a todas partes, una persecución vil, interminable. Pocas veces la cordura visitaba, otorgándole ínfimas nociones de lucidez, más allá del horror, de la tristeza. Y se equivocaba, porque Esperanza nunca se había marchado. Siempre estaba ahí, en un extraño estado de ilusión. Aquí pero no aquí. 

La tristesse est éternelle,

Romero.

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