IV

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No entendía su manía de perseguirme a altas horas de la noche. De destruir mi horario de sueño y hostigar mi paz. Era un banquete, una presa, un pecado. A lo mejor con el cansancio del trabajo ya me dejaría de joder, pensaba yo. Y era todo lo contrario, salía de su escondite con más fuerza. Reventaba con inclemencia las barricadas qué hacía para alejarlo aquéllo (y digo aquéllo, porque con sinceridad no sé qué es).
Una manera muy sutil de alejarlo, pero con efectos colaterales, es/ era la música. Dificultaba el sueño, igual. Pero brindaba la paz necesaria qué el cuerpo requiere para funcionar sin averiarse, para seguir en el trajín.

Don't take this wrong way...
Cause' honey, there's no right way.
Quédate, te otorgaré el Edén,
Quédate, te brindaré la esperanza que sobreviva.

Y así iba, la guitarra, los contrabajo, las voces gritando a la esperanza, y ella riéndose en el balcón de la preocupación, tan ella.
Sin embargo, cierta noche, la tormenta no terminó. Aún los truenos zumbaban en los oídos, la lluvia cayendo a torrentes. La pesadilla no quería acabar, se negaba a regresar al abismo.
Es obvio, cuándo se está en un partido (cual sea el deporte) hay un ganador, y por supuesto. Aquéllo ganaba con creces.

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