Angie: Del orden natural de las cosas

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I

Saco mi espejo pequeño del bolsillo de mi buzo. Siento como se me va hinchando el rostro a medida que pasa el tiempo y mi labio se siente al doble de su tamaño. Mi reflejo muestra solo un poco de inflamación en la comisura de mi boca y un pequeño corte entre morado y rojizo en la esquina de mi labio, nada que un buen maquillaje no pueda ocultar.

Esa zorra me ha dado en la cara ¿Quién se ha creído? Primero me llama puta y después osa defenderse.

¿Qué nadie les enseña a los nuevos que el mundo tiene un orden natural? Hay quienes están arriba, hay quienes están abajo. Yo estoy arriba, me he ganado ese derecho, y como me lo he ganado a punta de sudor, merezco hacer todo a mi alcance para conservarlo. Si alguien quiere retarme, puede hacerlo, pero no es recomendable, no soy de esas personas que se miden antes de actuar, no me detengo a pensar en mis víctimas y no me agrada que recurran a la piedad.

El mundo es una gran selva, repleta de peligros inminentes. Quien lucha, sobrevive. Quien caza, come. Quien ataca, vive un día más. No es tan difícil de entender, pero si es difícil llevarlo a cabo. No todos tenemos madera de sobrevivientes, todo lo contrario, la mayoría no es más que ovejas de ganado.

Yo soy un lobo, y nadie va a venir a cuestionarlo.

Menos esa puta mulata del baño.

¡Que me ha llamado puta! Me ha tratado como su igual, como si yo en algún momento le hubiese dado la confianza para meter su nariz en mi vida. Las ovejas deben quedarse en el rebaño, relacionarse con el rebaño y por sobretodo temerle al lobo.

Zorra estúpida.

De cualquier manera fue una buena pelea, la he tomado del pelo y le he reventado la cara contra el lavamanos. No lo suficientemente fuerte para dejarla inconsciente, pero me he quedado tranquila. Nadie vuelve a sublevarse después de eso. Yo he vengado el insulto y ella ha entendido su lugar. Al final todos salimos ganando ¿No?

Me quedo un momento mirando a la secretaria de la escuela. Es una señora con cara de amargada que se pasa la vida detrás de un mostrador, negando todas las peticiones que los alumnos le hacen. Nunca le he pedido nada, aunque me he metido en tantos problemas que ya nos conocemos lo suficientemente bien.

En la radio suena Do y wanna know? Y yo me pregunto ¿Es que la gente no se cansa de esta maldita canción? Sí, es buena y todo lo que quieran pero ¡Suena en todas partes! Que lo único que queda es que Coca cola haga un comercial con ella. Esa sería la gota que derramaría el vaso.

Me tiene harta, tan harta que desearía que Arctic Monkeys siguiese siendo una de esas bandas desconocidas que solo los hípsters más ortodoxos alabaran.

Pero que calamidad.

La puerta del director se abre y la chica sale con una bolsa de hielo en el lado derecho de su cara. No parece tan afectada como esperaba, no parece temerme.

Alguien se ha ganado otra paliza.

Nos miramos como midiéndonos. Ella se irgue con soberbia y me desprecia con un gesto.

¿Quién mierda se cree?

—Dandelion, tú turno—avisa el director.

Me levanto y paso justo a su lado. No la toco, solo le susurro una amenaza. «La próxima no la cuentas» mascullo, ella se ríe.

Entro y cierro la puerta tras de mí. El director me mira de arriba a abajo y yo le devuelvo la mirada con toda la supremacía que sé que poseo. Él es solo otra oveja, una más para controlar.

Me siento frente a él y le presto toda la atención que tengo a mirar los diplomas en su pared. No me gusta verle la cara al director. El un hombrecito pequeño y regordete, con la cabeza calva y la piel repleta de manchas de la edad. Tiene un par de ojos saltones que me hacen pensar de inmediato en un sapo, y uno se le mueve hacia la izquierda involuntariamente de tanto en tanto.

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