Una buena manera de empezar el dia

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El ya había visto cosas de lo más extraordinarias y hermosas a lo largo de sus casi 200 años de vida. 
Había sido testigo ocular de los más bellos paisajes que ofrecía la naturaleza y la presencia de otras criaturas mágicas, igual a el.

Conocía las piedras más preciosas y los minerales más divinos que la madre tierra podría ofrecer a sus moradores; pero nada se podía comparar a la hermosura que era la del rubio humano al dormir.

Era algo simplemente adorable. Más lindo que los estúpidos ángeles y que los vanidosos elfos.

Verle roncar y con la baba saliendo de sus labios era un espectáculo digno de ver he incomparable, que le aceleraba el corazón con emoción.  
El nunca cambiaría esa vista por nada del mundo.
Y es que después de que se conocieron formalmente la noche anterior, el se quedo con el ojiazul mirandose mutuamente hasta que el sol cayó y el anciano, dueño de la casa llegó,  llamando al chico de ojos azules, el cual le pidió que no se fuera, prometiendo que solo iría un rato a hablar con su mentor y que de inmediato regresaría a su lado y el, incapaz de no complacerlo se quedo, para después de casi media hora regresara Sanji y hablaran un rato, hasta que el rubio cayó dormido, brindándole tan embriagante vista.

Y el aprovecho tan generoso regalo, al quedarse toda la noche despierto, mirándole. 
Lo que le sorprendió fue el hecho que el joven no se despertarse al sentirse observado y eso le indicó que tenía un sueño extremadamente pesado, así que en algún momento de la noche se ánimo a sí mismo a acercarse y pasear sus diminutos deditos por las facciones del rostro ajeno. Marcando con ellos la extraña ceja que se hallaba descubierta, disfrutando de lo aterciopelado de esta, tocando con suavidad los pachones labios rosados y disfrutando de inhalar el tenue aroma a cítricos que tenía Sanji.

Se mantuvo todo el tiempo de esa forma, hasta que el día llegó y baño con sus rayos  la habitación por completó y por defecto estos también tocaron en una caricia el rostro del humano, como si de largas manos de color dorado y de agradable calor se tratarán. 
Zoro siguiente mimando al muchacho sin darse cuanta que esos mares azules habían sido abiertos y lo miraban con curiosidad y complacencia, todo por que la luz de la mañana los habían incómodado lo suficiente como para perturbar su sueño.

-¿Que haces?- pregunto con voz adormilada y bastante gruesa, sorprendiendo al pequeño ser, que salto asustado, cayendo de espaldas   al verse descubierto.

-Nada- respondió con las mejillas tiñendose de rosa y desviando sus ojos hacia cualquier lado, evitando ver el rostro del otro hombre.

-Si, claro - rodó los ojos, mientras retosaba en su cama,  gimiendo audiblemente al sentir el calorsito que le brindaba sus sábanas y  provocando ante el movimiento que sus mechones rubios se desperdigaran a lo largo de las almohadas, dándole un toque celestial a su imagen. - ¡Que bien dormir!- se hizo bolita, dejando sólo su rostro fuera del agradable cobijo, el cual estaba en dirección al pequeño hombre - Parece que tu no pasaste una gran noche- comentó al ver las mini ojeras que se formaban debajo de esos rasgados ojos de color rojo- ¿No te deje dormir?- pregunto al sentirse más espabilado.

-Algo así - respondió, avergonzado de sus propias acciones, de las cuales nunca se las haría saber al rubio.
El ojiazul lo miro con su rizada ceja alzada en interrogación - Olvídalo- le resto importancia, mientras se acercaba de nuevo al rostro ajeno, dejandose caer en la almohada, a centímetros de la nariz fina del joven muchacho.

-Por cierto, Buenos días marimo - dijo con voz bajita, acariciando con su aliento el rostro del otro.

-Buenos días, cejas rizadas - le devolvió el saludo con el mismo tono íntimo y de complicidad.

El rubio le sonrió con cariño,  hasta que sus ojos se desviaron a donde se suponía se encontraba su reloj despertador, encontrando en su lugar un destrozado artefacto, con la pequeña pantalla rota y cables saliendo de su interior de forma dolorosa- ¡¿Que le paso a mi reloj?!- grito aterrado, y sentándose de un salto, destapando su cuerpo y asustando al otro, quien igual pego un brinquito.

Pièces d'orDonde viven las historias. Descúbrelo ahora