I- Magnolia

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Ella era una hermosa planta
que anhelaba con ansias la
llegada de su soñada primavera.
Pero para poder florecer primero
debía pasar por todas las
estaciones.
Debería sobrevivir al agobiante
calor del verano, a la abscisión
en el otoño y a las fuertes
heladas del invierno,
sólo así sería merecedora de tal
metamorfosis.
Así que se armó de vigor,
se regó con sueños y esperanzas,
se abonó con osadía, con bondad
y con amor, y emprendió su
viaje.
Los primeros días de verano la
habían vuelto fuerte y esbelta.
Transformó toda la luz recibida
en alimento, lo que la hizo crecer
mucho más bella.
Pero con el tiempo el calor
la fue secando.
Juntó todas sus fuerzas para
abastecerse con pequeñas gotas
pero ya era tarde, había perdido
sus hojas.
Sin embargo no se rindió, creía que
la primavera le traería unas
nuevas y mejores.
Llegó el otoño y con él se fueron
la mayoría de sus pétalos, se
inundó con su llanto y se cerró
en un capullo para que nadie
notara su carencia de belleza.
Siguió firme, tenía la esperanza
de que, en tan sólo una estación
más, los recuperaría.
Con la aproximación del invierno
tuvo que cubrirse con escarcha,
para proteger lo que quedaba de su
copa.
Y pasó mucho tiempo así, encerrada
en su propio refugio, esperando
el momento para salir y florecer.
Hasta que vio pasar un rayo de
sol.
Creyó que el invierno ya había
terminado y, esperanzada, decidió
abrirse para ir en busca del
deslumbrante resplandor.
Pero entonces la sorprendió
un viento y le arrebató todos sus
pétalos.
Gritó de dolor, pidió ayuda, pero
solo recibió risas y miradas de
desprecio por parte de todo el
jardín.
Y con la llegada de la última helada,
se quebró.
El mundo que conocía estaba de
cabeza, puesto que ahora prendía
de una pequeña fibra de un tallo
roto.
Buscó desesperadamente quien
pudiera levantarla pero se halló
sola.
Y al ver que comenzaba a
marchitarse,
se soltó.
Ahora estaba suelta, expuesta,
destruida.
Pensó en pedir ayuda una vez más
pero, ¿quién iba a posar siquiera
su vista en algo tan insignificante?
Sin sus hojas, sus pétalos ni su tallo
no era más que un palillo con
un corazón clavado en la punta.
Un corazón tan herido y roto
que ya no sangraba, no latía,
no sentía.
Se miró a sí misma y se encontró
fea, desnuda y sin gracia.
Opacada ante las sombras de
grandeza de las verdaderas
flores del jardín que
observaban expectantes el
escenario.
Esperando el momento en
el que un pequeño viento se
la llevara y la perdiera entre
los mil mundos.
Y por un momento ella se entregó,
ya no le quedaba nada, le habían
arrebatado todo.
No era más una flor, ya no
parecía siquiera una planta y
jamás llegaría a ser un árbol.
Pero recordó la razón por la que
estaba allí, debía llegar a su
deseada primavera.
Entonces, con un último suspiro,
se clavó en el suelo con la
esperanza de poder
sobrevivir.
Se alimentó de las burlas, del
odio y las transformó en amor.
Echó raíces, con sus semillas sembró
su propio dolor mutado y se
abandonó a la espera de un milagro.
De a poco sentía que la tierra
estaba cada vez más lejos.
Y después de mucho tiempo
dormida,
floreció.
Creció inmensa y hermosa,
tan llena de vida que brillaba
en todo su esplendor llegando
a ensombrecer su antiguo
tallo.
Lo miró con nostalgia y se
despidió de todo aquello que era
y que perdió.
Prometió que su mirada estaría
clavada siempre hacia arriba,
donde lo único que ve es su
propio ascenso.
Volvió a mirar por última vez
hacía abajo, donde yacían sus
restos y todo el jardín, el
pedazo de mundo lleno de
dolor y odio que la había
llevado a ser lo que era.
Y se despidió.

Hasta el siguiente quiebre, amado
suelo, quizá en la próxima estación
puedas hacerme más fuerte de
lo que ya soy.

Mis delirios en noches de insomnioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora