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  En cuanto llego a casa, tomo la fotografía que cuelga en el espejo del cuarto de baño y me escondo en mi habitación, a masturbarme de pie delante de mi cama con la nítida imagen de Mia presente en mi mente.

  Pienso en ella cada vez que lo hago: imaginándome que besa con desesperación mis labios, succionando con ligereza la piel de la curva que conecta mi cuello y hombro, viajando por mis clavículas, siguiendo el recorrido por mi pecho y torso humedeciéndolos a su paso, hasta toparse con los vellos de mi abdomen que se asoman a través del borde de mi pantalón, el cual me desabrocha y no tarda en despojar, llevándose mi ropa interior consigo.

Presiento que mis divagues están llevándome al borde y me detengo abruptamente creyendo que alcanzaré el clímax, sin embargo tan pronto como aparto los mechones cayendo en mi frente secando a su vez la fina capa de sudor en esta, las frías manos de Mia vuelven a hacer contacto rozando con delicadeza la cálida piel de mi entrepierna. Ella posa sus labios en la punta y un escalofrío atraviesa mi espina dorsal, instándome a arquear la espalda ligeramente. Su lengua lame la longitud de mi miembro y despacio, lo introduce en su boca, provocándome un glorioso extasis.

  —Mia —gimoteo sin vergüenza alguna mientras me sostengo con la mano izquierda puesta contra la pared.

Con las mejillas ardiendo y la cabeza echada hacia atrás, siento que el nudo que se asentó en el vientre se desata y por consecuencia libero entre gemidos leves aquella sustancia blanquecina que rápidamente ensucia mis piernas y parte de mi estómago. Sin detenerme y con los jadeos brotando de mis labios, derramo hasta la última gota.

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Las sábanas se enredan en mis tobillos y al darme cuenta de que he dormido desnudo, me pongo de pie y me coloco la ropa interior que guardo dentro de mi cajonera.

—Date prisa, he preparado el desayuno y no quedará para ti si no vienes —anuncia mi madre a través de la rendija de la puerta y dando golpeteos con los nudillos.

¿Mamá preparó el desayuno? ¿Acaso me he teletransportado a un universo paralelo en donde mi madre es dulce y no una alcohólica empedernida?

Vestido con un camisa de color sólido y un pantalón gris, me coloco el único par de zapatillas que poseo y salgo de mi habitación con el bolso en el hombro dirigiéndome a la cocina de la casa.

No me sorprendo pero sí quedo desconcertado cuando veo que en realidad mi madre ha cocinado huevos fritos en una sartén que daba por desaparecida y que colocó pan en la corroída tostadora oculta en un rincón de la mohosa y sucia cocina. La mesa está limpia, no hay rastros de mugre e incluso se pueden ver los mosaicos azulados en el centro de la madera.

—¿Segura que te encuentras bien? —interrogo con desconfianza limitándome a sentarme.

—Por supuesto que sí —gruñe, dándome la espalda mientras se mueve en el espacio esperando a que el agua hierva en la olla encima de la hornalla, porque es un hecho que no poseemos electrodomésticos. Me lanza una mirada—. ¿Te quedarás ahí mirándome? Levántate y haz algo —exige al verme fundido cómodamente en la silla.

Me abstengo a emitir comentarios y observándola en silencio, acato las órdenes alcanzando dos tazas y la misma cantidad de platos, dejándolos en la mesa después.

—¿Cómo amaneciste hoy? —indaga dejándose caer en la silla frente a mí.

  Frunzo la frente, receloso.

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