Capítulo 4

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Era ya de noche. Eliécer acababa de hacer las cuentas de la semana, la caja había cerrado perfectamente. Sonrió satisfecho y se estiró un poco. Decidió revisar el e-mail de la empresa antes de ir a dormir. Ya los niños estaban dormidos.
Entre el spam, un correo le llamó la atención. Era de Mr. Edwards, un hombre estadounidense, ya mayor y millonario, de sus mayores accionistas a nivel nacional. En él, le comunicaba los deseos que tenía de verle para darle una propuesta de ventas. El interés creció en Eliécer junto a la curiosidad. Las propuestas de Mr. Edwards eran conocidas entre el gremio por ser muy importantes y con elevado sueldo.
Apagó la portátil y se dirigió al dormitorio, donde Ile estaba cepillándose el cabello.

-¿A que no crees lo que me llegó al correo?- susurró cuando estuvo lo suficientemente cerca de su esposa. Ella le miró interrogante, sus ojos turquesa refulgeron a la luz de la lámpara- Un correo de Mr. Edwards, nos tiene preparada una propuesta de empleo.
Ile sonrió, mostrando unos dientes nacarados.
-¿En verdad amor? ¿De qué creés que trate?
-No lo sé. Siendo de Mr. Edwards, sé que es algo grande.
-¿Y cuándo hablarás con él?
-Mañana mismo, si es posible. Me dijo que no saque cita, me estará esperando toda esta semana, pero no quiero hacerle esperar. Es capaz que declina la propuesta.
-Tienes razón. ¿En la oficina o en su casa?
-En su casa. Vas a ver, Ile, que ésta será otra gran bendición- dijo él mientras la abrazaba y besaba.

***

A las diez en punto de la mañana, Eliécer se presentó en la casa de Mr. Edwards. Se vistió lo mejor que pudo, limpió sus zapatos de ir a la iglesia y condujo alegre. Ile quedó a cargo del negocio familiar mientras él iba, además los niños estaban en la escuela y Mateo estaría con la abuela.
Fue recibido inmediatamente por el portero en aquélla vieja mansión, con acabados rústicos y coloniales y rodeada de pradera y bosque.
-¿A quién anuncio?- pregunto el mayordomo una vez entró.
-Eliécer Calero, de la productora Feriolli.
El mayordomo desapareció entre los pasillos con suelo de nogal, sus pasos repiquetearon en el piso encerado. Eliécer observó el techo, finamente decorado con aplicaciones en madera. Esa casa tenía un ambiente acogedor, a pesar de todo. Se imaginaba a Manuel, vestido con traje, paseándose bajo aquélla bóveda de madera con aires de importancia, a Marien y a Mateo... Pero por más que trató, notó con una creciente angustia que no podía imaginar a Mike en un ambiente así.
El hombre de frac regresó, para conducirle a través de aquél laberinto marrón oscuro, hasta una puerta de doble hoja, grande y presuntuosa, labrada igual que un tablero de ajedrez.

-Señor Calero, ¡Qué alegría me da verle!- murmuró Mr. Eliécer al verlo entrar, quien se levantó de su escritorio de roble junto al ventanal para saludarle con un fuerte abrazo- El tiempo pasa sin piedad ni misericordia- añadió, con un ya levísimo rastro de acento de Ohio.
-Lo mismo digo, Mr. Edwards.- respondió Eliécer algo cohibido.
-¿Gusta algo de tomar?- el hombre no esperó respuesta, llamó a un criado y pidió dos copas y un vino de su reserva personal.- Bueno, Mr. Calero, se preguntará usted cuál es el motivo por el que yo le envié ese correo. Y razón tiene, dado que no soy de contactar frecuentemente a mis accionistas y allegados en el gremio. Después de analizar mucho una situación que me ha traído dolores de cabeza y cierto malestar, he decidido recurrir a usted, no como uno de mis productores, sino como a dos iguales
-¿A... A qué se refiere?- Eliécer notó otra vez la misma ansiedad que sintió afuera.
-Verá, Mr. Calero, para usted ni para nadie es una sorpresa lo sucedido con la compañía agrícola que tengo en Kansas. Lamentable, no hay otra palabra. La mala administración anterior hace que esté a punto de quebrar, y esa quiebra no es absolutamente nada beneficiosa, ni para mí (dejando en claro que es una de las arterias de la economía del estado), ni para los trabajadores de allá. He analizado a cada uno de mis productores asociados de Estados Unidos, Costa Rica, Colombia, Perú y Chile para nombrar a un nuevo mente, una nueva cabeza para la compañía, sé que ninguno de los trabajadores de allá pondrán objeciones, la semana anterior viajé allá para hablar de esta situación, y literalmente no les importa a quien nombre, mientras tengan a alguien diestro que les guíe.- Tomo aire, pues ya se estaba poniendo colorado- Y bueno, después de escrutar esto minuciosamente, mis esperanzas recaen en usted- le señaló con las manos unidas por los dedos entrecruzados y los índices apuntando a él.
Eliécer abrió mucho los ojos, ¿Había oído bien? Mr. Edwards le miró con sonrisa benévola antes de continuar.
-Sí, usted. Desde hace un tiempo he mostrado bastante interés por la empresa Feriolli, sin sentir la necesidad de comprarla, considerando además que es un negocio totalmente familiar, «microempresas» les dicen ahora. He visto su forma de administrar, de llevar la contabilidad, de equilibrar finanzas, los netos, promedios y el nivel de producción, y es precisamente lo que busco. Es por eso, Don Eliécer, que le pido y le ofrezco (por raro que suene) que se vaya a Estados Unidos a administrar mi compañía en Kansas.
Eliécer le miró sin decir nada, una sombra cruzó por su mente que Edwards adivinó con precisión.
-¡Ah, su familia, no piense en ella!- exclamo el viejo canoso y rechoncho- ¡Claro que he considerado! Tendrán una casa allá, una vacation house que perteneció a la familia de Annie- hizo un gesto refiriéndose a su esposa- allí podrá vivir con comodidad, con Misses Ile, Misses Rita y sus tres adorados pequeños. Ellos tendrán los colegios pagados de parte mía durante un semestre, una vez que la economía Edwards-Feriolli- Mr. Edwards enfatizó este nuevo nombre de una manera tal que sonó como algo ya hecho- esté estable nuevamente, correrá por cuenta suya el resto de gastos.
A todo Eliécer le pareció un sueño. Sintió que todo se desvanecía y aparecía en una de aquellas casas gringas que se ven por televisión, con la compañía de Edwards al fondo, un vasto jardín y con Ile, Rita, y sus tres...
Sintió como si el suelo se moviera bajo sus pies. ¿Tres? Pero si eran cuatro... De repente recordó que tenía más de cuatro años de no ver a Mr. Edwards, y en esa época el pequeño Mateo ni siquiera estaba en camino. El terror le invadió.
-Sé que es una decisión que no se debe tomar nada a la ligera, Mr. Calero- el viejo le sacó de sus pensamientos- Y más si involucra a la familia. Le doy quince días, me parece un tiempo suficiente para que hable con ellos, analicen bien la propuesta...
-Disculpe, Mr. Edwards, ¿Sólo nosotros seis?- trató de controlar su voz trémula, consciente de que se estaba saltando uno.
-Así es, solamente ustedes seis- la ese la pronunció muy enfática, lo que pareció que fuese condicionado y totalmente sin protesta.- No he recibido ganancia de ella, desde hace tres años va de pique ¡Y no puedo permitir llevar allá a todo el país!- rió, esperando que Eliécer lo hiciese, pero se quedó callado.- Piénselo bien, Eliécer, en estos momentos de crisis, no puedo confiar más que en usted.- Eliécer asintió, y entonces el estadounidense se levantó y le estrechó la mano. Bebió lo que le quedó de vino de un sentón y salió del despacho. El mayordomo llegó nuevamente para sacarle de ese laberinto, pero Eliécer no se movió. La propuesta sonaba muy tentadora, sí, era muchísimo más importante de lo que se había imaginado. Pero, ¿A qué precio? No tuvo el valor para decirle a Mr. Edwards que la familia había crecido otro poco, que no eran tres, sino cuatro niños. Estaba completamente seguro que reconocería a Marien, no sólo por ser la única mujer, sino por sus ojos y sonrisa que casi nada habían cambiado. A Manuel, quizá también, por los ojos del mismo color que los de su madre, aunque no estaba seguro. Y Mike estaba muy pequeño cuando Edwards le vió, ni siquiera había cumplido dos años. Si como dijo el mismo viejo, no tenía noción del tiempo, mas sí del dinero, ¿Cómo reaccionaría al saber que eran cuatro y no tres? ¿Le permitiría llevar los cuatro, o sería igual de tajante? Se levantó bruscamente y le pidió al mayordomo la salida. Una vez fuera, respiró el aire puro de la arboleda y trató de aclarar sus ideas sin mucho éxito.

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