Capítulo 7

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Danna se disponía a abrir la puerta de la casa, pero Rey la detuvo.
-¿Y si es algo malo?- le espetó él, enojado.
-Rey, Federico jamás me llamaría si fuese algo malo. Es más, yo lo veo urgente, no malo. Y Federico no llamaría por tonterías.
Y tenía razón, Federico la había llamado a las 7:13 de la mañana un sábado, una hora totalmente inusual teniendo en cuenta que Federico los fines de semana se daba por desaparecido desde viernes hasta sábado a la hora nona. Además, su tono de voz denotaba cierto apuro y preocupación, algo que siempre había tenido por los monaguillos y fieles más allegados.
-Bueno.. Igual iré contigo- murmuró poniéndose una suéter beige igual de horrible que las colchas que quizás pudo haber tenido su bisabuela.
Danna puso los ojos en blanco, se miró en el espejo, donde se encontró algo guapa con su camisa roja manga corta y el pantalón azul y salió, acompañada de su guardaespaldas.
La mañana era fría, pequeñas gotas de agua eran arrastradas por el viento y depositadas en las ventanas de las casas. En el parquecito junto a su casa, Lucía estaba aperezada sobre una banca a la sombra de un árbol de manzanas que la abuela de Danna había sembrado.
La joven pensaba seriamente en cuál sería el motivo de tan extraña llamada. Ella, como coordinadora de un grupo de liturgia, sabía que cualquier cosa podía pasar, que un niño renunciara o que entrara otro nuevo eran cosas naturales, pero que el párroco la llamara... No tanto.
Entró a la sacristía por la iglesia en vez de por calle como solía hacer. Antes de entrar, Rey le dijo que se quedaría cerca, aún desconfiado. Danna suspiró y dirigió un gesto de impaciencia a la imagen de la Virgen de Schoenstatt, cuyo Niño pareció asentir como si la comprendiera. Ya Danna se había hecho unas cinco teorías de por qué la llamaron, pero todas se vinieron abajo al descubrir a Hugo, sentado en un rincón.
-¡Hugo!- ella corrió hacia él, sorprendida. Tampoco era natural que Hugo estuviese un sábado en la mañana en la iglesia. Ni siquiera lo llamaban a los bautizos -¿qué hacés aquí a esta hora?
-Ya decía yo que Federico te llamaría apenas saldría el sol- murmuró él, abrazándola.
-No has contestado a mi pregunta- ella lo miró seriamente.
-Vos tenés sólo una, yo tengo como cien, pero no para vos, sino para el destino, para la vida... - suspiró.
-¿A qué te referís?
-Ya verás...

En ese momento Nando salió por la puerta que conectaba casa cural con sacristía.
-¡Ah, muchachos, qué bueno verlos! Federico los está esperando en su oficina- murmuró.
Ambos intercambiaron una mirada. Hugo, como queriendo tranquilizar a Danna, decirle que no se preocupara (¿o sí?) tratando de suavizar su mirada lo más posible, el problema era que no podía suavizar su mirada desde... Aquéllo. Danna, pidiéndole a Hugo una respuesta grácil, ligera, que pudiese aclarar sus dudas, al menos las más ridículas.
Al entrar en el despacho de Federico, Danna centró su mirada en éste. Estaba tenso, sentado ante su escritorio de madera de roble, con las manos entrelazadas y apretandose los pulgares en un gesto ansioso. Pulcro como siempre, pero había algo que lo preocupaba.
-¡Danna, hija, gracias por venir!- el sacerdote se levantó y rodeó el escritorio para abrazarla efusivamente.- Tomen asiento.
"Hugo, ¿cumpliste con tu parte? - el organista asintió.
-Padre, ¿de qué va todo esto?- Danna suspiró. - No es para nada usual que usted me llame tan temprano, y mucho menos es usual que Hugo esté despierto, bañado y listo un sábado a esta hora- Hugo le dirigió una mirada asesina que ella ignoró.
-Bueno hija, el problema que tenemos ahorita es algo que incumbe a los monaguillos... Ayer se nos presentaron dos bajas, aparentemente.
-¿Dos bajas? ¿Quiénes? ¡Como si tuviéramos un montón! - resopló.
-Marien y Manuel. Al parecer se mudaron todos, Doña Rita incluida.
Danna frunció el cejo. ¿Marien y Manuel? No tenía sentido, si la abuela de los niños era la encargada de lavar las casullas y pulir los objetos sagrados. Además, todo niño que se saliese debía notificar primero a Danna para que esta diera su aprobación y ella nada sabía.
Federico tenía la mirada cansada, pasó toda la noche averiguando con otros ministros, con gente allegada. Y al parecer sí, se habían esfumado. Pero, ¿Dijo Manuel y Marien?
-Pero Padre, ¿y Mike?
-De eso es lo que te quiero hablar... Averigüé un poco, ellos se fueron del país. Rita, Eliecer, Ile y casi todos los niños...
-¿Casi?- miró a Federico pero Hugo fue quién contestó.
-Ayer ellos vinieron a misa de 6pm, toda la familia. Los vi desde arriba, sabes a lo que me refiero... La cosa es que ellos se fueron y yo debía quedarme con el Padre a hablar unos asuntos. Y encontré a Mike en la bodega, solo.
Danna parpadeó un par de veces.
-¿Estás insinuando que... Ellos se fueron del país y dejaron a Mike?
Hugo asintió. Ella incrédula, miró a Federico quien le devolvió la mirada.- ¿Y dónde está?
-Está en el dormitorio de Henry, ya tuvo que haber despertado.
-¿Y él sabe...?
-Creemos que sí. Aparentemente sus padres y hermanos están en vuelo a Estados Unidos. Tengo contactos con unos templos en Nueva York y en Tennesse. Buscaré más contactos si es necesario.
-¿Y el niño?
-Se quedará aquí, entre los tres trataremos de reubicarlo.
-Padre- Hugo suspiró - Vuelvo a lo mismo que le dije ayer. Ellos lo dejaron, no querrán volver a verlo. Hay un motivo de peso aquí, un motivo que ni siquiera mi sexto sentido es capaz de describir. Esta familia decidió separarse de aquél a quien consideraban la oveja negra porque puede ser un obstáculo para ellos mismos... Para él mismo. Tal y como hizo mi... Mi padre conmigo...- suspiró, apretando la mano de Danna. Aún no lo había superado...
-Padre, ¿pero por cuánto tiempo serán capaces de mantenerlo aquí?- Danna hizo memoria. Aparte de los tres curas y Rosita, habían decenas de personas que día a día entraban y salían de la casa cural. Don Jesús el chófer y su esposa Carmen, la cocinera y lavandera, Doña Paulina, Doña Ana Sánchez y Ana Matamoros, las encargadas de las solemnidades. Raúl y Hansel, los sacristanes. Más Claus el administrador, las secretarias Angie y Patty, el entrometido de Andrews, hasta el mismo obispo... Eso iba a ser una locura.
-El que sea necesario. A mí no me importa y a los chicos tampoco.
-¿Y si el obispo se entera? No será posible mantenerlo aquí.- Danna sabía que era imposible hacer entrar a Federico en razón, pero lo intentó.
-Algo haremos. Por el momento él se queda aquí.
-¿Y que siga de monaguillo? Los demás preguntarán dónde demonios se metieron sus hermanos. Van a descubrirlo tarde o temprano.
-No lo harán. No si puedo evitarlo.
Danna miró a Federico, perpleja. ¿Es que se volvió loco?
Hugo compartía la misma opinión de Federico con una resolución que Danna no podía creer del más inepto de todos. No podía dejar de pensar en lo que se venía encima, y cómo afectaría este pequeño su futuro y su cargo.
Salió del despacho y de la casa, donde Rey la esperaba aún. Al verla la abrazó, pero pareció que percibió las nubes de tormenta en la lejanía.

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