Capítulo 5

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Las sombras apenas lograban tapar a Kendall. Oculto entre el armario del rector del Santuario, en la sacristía, estaba sentado en el suelo de éste, con las mangas de la camisa gris arremangadas y la corbata algo floja. Jugueteaba vagamente con un dije en forma de corazón con la letra D escrita. ¿Quería a Danna? Sí, y mucho. Recordaba perfectamente el día que la conoció, y como ella entraba y salía del Santuario como perro por su casa, sin tener autorización alguna y sin preocuparle las cámaras de seguridad, ni los guardias externos. Lo único a lo que le temía era al enorme órgano tubular que poseía el Santuario, y no era el instrumento el sí, sino el celo enorme con que lo guardaban como la joya que era.
«Tengo que decirle... que declararle lo que siento... Hay que dar el paso, con Sofía pude, con Danna también podré. Pero siento que Danna... no sé, no está lista. Si ese tal Rey no estuviera sobre ella siempre, las cosas serían diferentes, ella sería sólo mía- susurraba para sí- Y sé que ella quiere poseerme, y amarme hasta el amanecer, y yo también quiero. Pero...
-¡Moooonteeeeeeero!- la voz de Víctor, el viejo organista ciego del Santuario le hizo ponerse alerta. Salió estrepitosamente del armario y cayó a los pies del hombre.- Vaya Montero, son las 8:25 de la mañana y estás tratando de dormir. Si yo hiciera éso, Anabelle me arrancará la cabeza. Ya suficiente tengo con mis ojos- sonrió con sorna.
-Disculpe Maestro, no estaba dormido, estaba... meditando, sí.- notó cómo el color se le subía a las mejillas- Me gusta meditar en el armario de Pancho. Ya sabe, es oscuro, tranquilo.
-¿Crees que me creeré ese cuento, Ricardo?- Kendall se puso tenso.
No se llamaba Kendall, su verdadero nombre era Ricardo. La segunda vez que vió a Danna, ella estaba sentada en el órgano electrónico del Santuario, mirando la tapa cerrada con llave con desasosiego y tristeza. No sabía cómo ella había llegado allí, si sólo había paso por la sacristía. Estaba a punto de sacarla, cuando ella le vió.
-Ah, Hola- murmuró ella con voz quebrada- Perdón si estoy estorbando o en lugar prohibido o algo así. Sé que no debería estar aquí siquiera. Estoy acostumbrada a ser invisible desde pequeña y pensé que hoy también iba a funcionar. Sólo... Sólo quería sentir qué siente Arce cuando viene a tocarle a Nuestra Señora, aunque sé que jamás podré hacerlo. Una mujer organista es igual a una mierda... Sólo mi abuela... Mi abuela sufrió más que yo, pero cumplió sus sueños, llenos de luto eso sí, aunque nunca más logró tocar este órgano desde que Pancho la humilló frente a todo el país. Y yo... soy la vergüenza de mi familia... Mi mejor amigo está desaparecido desde hace más de dos años... Perdón, no debería estar diciéndote esas cosas.- se echó atrás el cabello, que en ese entonces llevaba largo.
Ricardo la miró, sorprendido. Intuyó que ella debía estar muy sola, o no tenía a alguien que la escuchara.
-Mm... tranquila. No te preocupes.
-Ya me voy. No quiero meterte en problemas, ni que formes parte de los que ya tengo.
Hizo ademán de salir por sacristía, pero el joven la detuvo, la tomó del brazo y bajó con ella por el sótano, a salir por una puerta debajo del Santuario.
-La baticueva- murmuró ella.
-¿Qué?- Ricardo la miró.
-Nada... olvidalo.
-Bueno, señorita, será mejor que salga- él la empujó sutilmente afuera.
-Tranquilo. Ya me iba. Hasta luego, joven...
-Kendall. Me llamo Kendall- dijo el primer nombre que se le vino a la mente, con tal de no tener que dar explicaciones si después ella le buscaba. Jamás imaginó lo que vendría después...

Cuando volvió en sí, Víctor no estaba. ¿Cuántas veces lo habría llamado tratando de sacarlo del éxtasis? Se lavó la cara y se peinó, rogando a Dios que no se notara la confusión que amenazaba con estallar.

***

Luis se quitó el abrigo y miró la puerta de su oficina con resentimiento.
-¡A ver, puerta estúpida! Te abres o te reviento de una patada, o peor aún, de un vergazo!- la llave no quería ceder y Luis estaba perdiendo la paciencia. Las vecinas de la parroquia se entretenían todas las mañanas viendo al secretario parroquial, pegándole cuatro gritos a la puerta. Bien ganado se tenía el apodo de «Cerebro de Avestruz».
-¡Mira, me estoy helando en este pueblito de las mil putas, y vos no querés abrir! ¡Te voy a...!- la puerta se abrió de improviso y Luis cayó dentro de la oficina. Se levantó ufano, se sacudió las ropas y cambió el letrero de la puerta a «Abierto». Para entrar en calor, tomó el trapeador, la cubeta de aluminio y el limpiador, y puso música gregoriana.
-Aaaaaaaaaaveeeeeeeee Maríiiiiiiaaaaaaaa- los alaridos de Luis cruzaban la calle y llegaban a los oídos del Padre Julio, quien más de una vez había llamado a la policía pensando que estaban descuartizando vivo a su empleado. Éste le había dado quejas a Hugo del espantoso cantor que tenía, pero no hacía caso.
-Esta oficina tiene que relumbrar, porque es parte de la casa de Dios, y donde hay orden está Dios. Si Dios no estuviese acá, ésta carajada sería un chiquero, pero como el buen Dios todo lo ve, pues tendrá que ver qué todos los días me dejo la espalda limpie y limpie, barre y barre, sacude y sacude, y que las viejas chismosas digan lo que quieran, pero si es verdad que esta oficina está más limpia que la iglesia, ni que me vengan que acá hay gérmenes patogénicos de su chingada madre. ¡Miseeeeericooordiaaa Señoooor, misericoooordiaaaaa, que estaaaamos cargaaados de cuuuulpaaaasssss! ¡Ay Virgen, que tengo que sentar las jueputas actas de los matrimonios de aquellas del Bajo! Ni me acordaba, ya tengo media mañana perdida en eso.- todas las mañanas solían ser así, Luis hablando sólo mientras aseaba, pasando de un tema a otro de manera espontánea. Su celular sonó con el canto «Eres tú mi vida», tomó configurado para Hugo.

Pendejo:
No se te olvide el ensayo del lunes ni la práctica vocal del fin de semana, que Federico está empeñado que debemos cantar como coro de Viena el día de San José.
Saludos.

-¡Ah, lo que me faltaba!- murmuró Luis entre dientes.- ¡Cómo si uno cantara feo! Jueputaaaa- No se percató que la señora de los misales ordinarios estaba en la puerta.
-Buen día, Luis- la señora le miró con claro desprecio.
-¡AY Doña Iris!- se ruborizó ligeramente, tapándose la boca con la mano.
-¿Tenés la plata de los libros? ¿O tengo que reportar a Vicaría esto?
-No... no, no, no se preocupe, aquí está- con cierto nerviosismo tomó el fajo de billetes que había dejado para eso y se lo entregó.
Doña Iris lo contó, dejó la caja de los misales en el escritorio, guardó el dinero y miró a Luis con total indiferencia.
-Sigo sin comprender cómo Julius despidió a Doña Susana y la cambió por este inservible- murmuró meneando la cabeza y saliendo, mientras Luis la miraba con odio, pero estremeciéndose de arriba abajo.

***
Mike estaba en clase, tratando de poner atención a las palabras de la maestra sin conseguirlo. Veía como el globo terráqueo daba vueltas, sin distinguir país alguno. A pesar de que el efecto de la pastilla era sumamente desagradable, el sueño que traía desde casa empeoraba las cosas.
Mateo había vomitado en la madrugada, y las voces de sus padres lo habían despertado. Le costó mucho volver a dormir, sentía ansiedad y ganas inmensas de gritar pero se abstuvo. Trató de contar ovejas y de jugar en silencio. Una de esas cosas le devolvió un poco el sueño, pero lo que soñó después lo dejó confundido.
Un largo pasillo a oscuras de una casa se extendía frente a él. Las paredes eran de madera, y por un tragaluz se veía la Luna llena. Detrás de las paredes se oían diversas voces, masculinas en su mayoría. Reconoció las de sus padres y hermanos.
-¿Mamá?- susurró.- ¿Papá, Mati? Miró a todo lado, pero estaba solo. Un viento frío proveniente de un extremo le hizo temblar, y algo parecido al aullido de un lobo le sobresaltó.
-¿Mamá? ¿Dónde están?- el niño corrió a lo largo de aquél pasillo que parecía no tener fin.
-¡Hijo!- una voz masculina resonó en el pasillo, pero no era la de Eliécer. Mike reconoció la voz del Padre Federico. No contestó.
Una figura apareció ante él. Una persona alta y algo gorda le hizo detenerse. Su pelo se veía ligeramente gris, y sus ojos brillaban de forma malévola. Hizo ademán de querer atraparlo, pero Mike corrió hacia el otro lado. Un olor a incienso surgió de alguna parte, y se empezó a marear. Una ola de gente surgió ante él, pero el niño reconoció a Danna, al Padre Federico, al Padre Henry y al Padre Fernando antes de desaparecer en la oscuridad.

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