«Se arrodillan ante su soberana, pero a mis espaldas susurran la palabra "maldita"».
Las maldiciones persiguen a cualquiera, sobre todo si naces con una corona sobre tu cabeza. Tras seis meses formándose en el vientre de su madre, la primera primogé...
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Yo confieso.
No soy inocente.
Mi alma no es pura.
Y mi sangre está envenenada.
No negaré mis pecados y no perdonaré las traiciones. La turbulencia con la que la guerra se avecina me han vuelto una asesina, un arma mortal que está dispuesta a recurrir a lo más perverso de su naturaleza con tal de defender su honor.
En un mundo plagado por traidores y mentirosos, tu peor error es confiar. El enemigo duerme a tu lado, te extiende la mano en lo adverso y te acaricia el rostro con ternura para proceder a extirparte las entrañas.
La calidez de la sangre me conmovió y el legado de mi verdugo me alcanzó.
Sostuve su mano con ternura, mientras nuestras miradas se conectaban y trataba de encontrar los resquicios de su amor. El corazón se me endureció, mientras que la sangre se escapaba a borbotones de mi boca y una promesa de odio gritaba en el cielo.
La familia me traicionó.
El corazón amargado de una mujer pudo más que el amor maternal.
La avaricia de un hermano pudo más que la lealtad fraternal.