"Mi superioridad no se define por tener la frente en alto, sino saber que vivo en la cima estando de rodillas"
†
Bríxida
Nuestras pisadas son la única presencia de sonido que puedo destacar, y me resulta insoportable. Trato de que los nervios no se agolpen en mi estómago, pero no sé qué hacer para controlar mi molesto pulso. No le temo a Marshall, como tampoco le temo a nadie, así que no entiendo porqué hay tanta ansiedad fluyendo por mis venas.
Me niego a aceptar que albergo un poco de culpa. Está bien, han pasado ocho años desde que nos besamos y lo que hice después de eso, pero él nunca ha dejado de sacármelo en cara de una u otra forma. Sé que estuve mal, nunca me he disculpado y no lo haré ahora, solo necesito que lo olvide de una vez por todas como tanto le he exigido. «Nosotros» es algo que nunca podrá existir. Lo que hice y el beso son dos cosas imperdonables, esto último por sobre todo. Sin ese beso, no habría nada qué resentir. Nada que involucre el corazón, al menos.
Dioses. Marshall tiene muchas cosas qué reprocharme, aunque si debo ser honesta, nunca lo hace directamente; suelta un comentario referente con esa arrogante sonrisa suya y no ahonda más en el tema.
Espero que, por esta vez, prefiera hacer a un lado todos los actos insensibles que he cometido a lo largo de los años y me escuche sin tener que tratar con el pasado. Ahora, nuestra pelea de hace casi dos meses donde le negué cualquier puesto relevante en mi vida es algo que, por obvias razones, no va a ignorar. Es mi barbarie más reciente.
Echándole un vistazo al hombre que me escolta, me veo obligada a decir lo que me ha estado molestando:
—No me está agradando este silencio y mucho menos los grilletes.
Liam me observa con indiferencia. Y necesito golpearlo.
—Es una mera formalidad —dice a secas, su semblante no muestra signos de nada —. Perdónenos si la estamos ofendiendo.
Suelto una risa entre dientes, por supuesto que no lo siente. El sarcasmo gotea de cada palabra, lo que me resulta inadmisible. Mi posición actual no es una invitación a que me falten el respeto, con corona o sin un trono el cual tomar, pertenezco a la dinastía de los dragones. Y nadie puede quitarme eso aunque me drenen la sangre.
Por lo menos tiene la gentileza de no tocarme, eso le habría costado algo más que sus manos. Podría dejarlo inconsciente, podría deshacerme de estos grilletes como también podría emprender mi huida lejos de aquí. Sin embargo, ¿a dónde iría? Y por sobre todo, ¿con qué propósito lo haría? ¿Para no tener que ver a Marshall? No soy tan cobarde e infantil. Llegada a este punto, lo mejor que puedo hacer es hablar con él, por incómodo y tenso que pueda resultar.
Un punzada hiere mi pecho. Antes de aquel beso, no, antes de lo que hice después de besarnos, las cosas no eran así. Éramos, por doloroso que le resulte a mi orgullo, muy buenos amigos. Cuando ascendí al trono yo era una chiquilla inocente de dieciséis años, no albergaba suficiente repulsión a abrirle mi corazón a alguien. O al menos, no lastimaba a las personas que intentaban conocerme.
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La Soberana Maldita ©
Fantasi«Se arrodillan ante su soberana, pero a mis espaldas susurran la palabra "maldita"». Las maldiciones persiguen a cualquiera, sobre todo si naces con una corona sobre tu cabeza. Tras seis meses formándose en el vientre de su madre, la primera primogé...