Capítulo 4 | Efectos secundarios de Natalia Lacunza.

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Menos mal que Natalia no estaba conmigo esa noche. Primero, porque mi cara tuvo que ser un poema al ver esa nude, y segundo, porque habríamos hecho más que estudiar Historia del Arte.

Yo, tan convencida de que no iba a caer en sus tonterías, llevo dos días con los nervios a flor de piel por la fiesta. Y la muy tonta no ha dejado un solo día de recordármelo, aderezándolo con algún que otro guiño o piropo frente a los que quise mantenerme estoica, cuando en realidad me muero por liarme con ella.

Porque eso es todo lo que ella quiere de mí, un lío. Quizá pase una, dos o hasta tres veces, pero luego me dará la patada. Estoy segurísima, viendo el historial que se trae y lo que la gente comenta.

Suspiro, confusa. Por eso y porque son las siete y media y no sé qué ponerme. Mi móvil vibra.

Nat: Cómo está la mujer más hermosa del mundo? 😏 [19:30] ✓✓

Alba: Mi madre está bien, gracias [19:30] ✓✓

Quito la vibración, lanzo el móvil a un lado y me tumbo en la cama, mirando el techo. No sé qué ponerme, no sé cómo maquillarme, no sé qué hacer. Tengo un cacao de sentimientos que se me atraganta cada vez que intento resolverlo.

Marina entra, con Nico en brazos, y me mira.

–Pero, ¿todavía estás así? Vas a llegar tarde –me dice, dejando al perro sobre su cama y acercándose a la mía. – Venga va, que yo te ayudo a decidir.

Nos ponemos en pie y prácticamente le damos la vuelta a mi armario entero. Me hace probarme varias cosas, le acabo cediendo un par de camisetas y... Y seguimos sin nada para la fiesta.

–Espera, ¿tú no tienes una falda negra? –le digo, con una bombilla metafórica encendiéndose sobre mí. Iluminación divina, que lo llaman.

–Sí, claro, esa que me está un poco grande y que sólo me pongo cuando mamá me obliga –responde, colgando las camisetas que le he dado en unas perchas. – Cuelgo esto y te lo doy, espera.

Una vez ha terminado de colgar cosas, rebusca en los cajones hasta sacar la falda. Está prácticamente nueva y me llega un poco por encima de la rodilla, y como tengo las caderas más anchas que Marina, me queda perfecta.

–Tía... estás guapísima. Quítate la sudadera que te voy a dar la parte de arriba.

Obedezco, quedándome en sujetador. Mientras Marina sigue rebuscando entre todas las perchas, aprovecho para ponerme unas medias negras semitransparentes, hace demasiado frío como para ir sin ellas.

–Toma, póntela –me dice, lanzándome una camisa blanca. Me abrocho todos los botones menos el último, porque no quiero ahogarme.

Marina me aparta la mano de un golpe y me desabrocha dos botones, dejándome parte del escote al aire.

– Pero, ¡Marina! –me quejo, abriendo mucho los ojos.

–Alba, aquí hemos venido a ganar. Ahora tira al baño a maquillarte, que son las ocho y tardas mil –me apremia.– Yo te busco el bolso, se le van a caer las bragas contigo.

Me meto en el baño y, cuando termino de maquillarme los ojos, se oye el timbre. Son las nueve menos cuarto en realidad, así que aún tengo tiempo de ponerme iluminador y pintarme los labios. ¿Nerviosa? Muchísimo.

A toda prisa, me calzo los tacones y salgo de la habitación, deteniéndome en el umbral de la escalera.

– Cuidadito con mi hermana eh –escucho a Marina.

–¡Marina! No se trata así a los invitados. Natalia, cariño, siéntate. ¿Has comido algo? ¿Quieres cenar? –esa es mi madre, hospitalaria y preocupada siempre.

In Art We Trust || albaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora