11. ¿Por qué no?

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Gabriel. 

Mierda, no puede dejar de mirarlo un solo segundo.

—Gabi, acá está la investigación que me pediste.

Cuando Andrés me contó sobre el trabajo que hacía Renato, no podía creerlo, era la excusa que necesitaba para tenerlo todo el día a mi lado. Esta mañana, cuando me desperté y lo vi con el pelo alborotado, sus ojos brillosos, su piel sudorosa, casi cometo el error de cogerlo ahí mismo. Todavía tengo el sabor de sus labios en mi boca. Tan suaves y carnosos. Quisiera poder besarlo todo el día, no soltarlo más. Me destruyó el alma ver su cara de arrepentimiento, empujándome a un costado para ir a encerrarse en su habitación. Fui muy impulsivo, ahora estoy pagando el precio. Pero eso no significa que vaya a rendirme.

Me reclino más en el sillón de cuero frente a mi escritorio. Estamos los dos trabajando en mi oficina. Tengo la vista fija en él, en la forma en que arruga su frente mientras se concentra. Es la persona más tierna que conocí. No sé si pueda aguantar estar así, los dos solos y sin poder hacer nada. Quisiera acostarlo sobre el escritorio de vidrio, cogerlo hasta que excitado acabe diciendo mi nombre. Después llevarlo a mi cama y no dejar que salga del cuarto hasta que nuestros cuerpos estén en carne viva. Hasta que no podamos movernos más.

Sacudo mi cabeza. Una erección se forma en mi entrepierna.

No puedo pensar en eso por ahora. Tengo que ir de a poco esta vez. Tan acostumbrado estoy a que la mayoría de las personas que conozco se tiren a mis brazos inmediatamente después de conocerme, que no sé cómo ser más paciente con él. Tengo que ser lo bastante listo como para irme acercando. Quiero disfrutarlo, llegar a descubrir cada uno de sus secretos, tomarme el tiempo necesario para conquistarlo y, cuando el momento ideal llegue, reclamarlo como mío. No pienso permitir que se aleje.

A partir de ahora Renato Quattordio será por siempre mío.

—Gabi... ¿me escuchás?

Cuando Andrés me dijo que encontrar a tu otra mitad era una de las experiencias más gratificantes que podés tener, me burlé por lo estúpido y cursi que sonaba. Nunca creí que sus palabras llegarían a ser ciertas. Tener en frente tuyo a esa alma predestinada, es una de las experiencias que te marcan por toda la vida. En las pocas horas que tenemos de conocernos ya descubrí algunos de los pequeños detalles que forman la identidad de Renato. Sus ojos brillan cuando mira a las personas que ama. Oculta su sonrisa tras las palmas de sus manos cuando ríe a carcajadas. Se sonríe y se le forman unos hoyuelos a los costados tan tiernos que me quedaría a vivir en ellos. Se pellizca uno de sus dedos cuando está pensando. Muerde su labio inferior cada vez que se pone nervioso.

¡Mierda, quisiera poder besarlo de nuevo!

—¡Gabriel! ¿Estás bien?

La voz de Andrés me saca de mi ensoñación. Me golpea en el hombro con una pequeña carpeta. Doy vuelta y lo miro con el ceño fruncido. ¿Quién mierda se cree que es para golpearme? Está parado frente a mí, tiene las manos cruzadas sobre su pecho. Me mira a los ojos con las cejas levantadas, la nariz arrugada. Tira un sobre amarillo a mi derecha. Con dramatismo pone una mano sobre mi frente. Cierro los ojos por la frustración. Andi tiende a ser muy infantil.

—No, no estás enfermo.

—No seas tarado,— golpeo su mano —estaba distraído. ¿Qué querés?

—Estás así desde esta mañana. ¿Pero qué carajo es lo que te pasa? Vos nunca sos así. Sos una de las personas más centradas que conozco. Es como si estuvieras viviendo en otro plantea. ¿Qué pasó?

Miro de reojo cómo las manos de Renato se tensan.

Por un momento considero la idea de contarle toda la verdad. Decirle que tengo a mi compañero frente a mí, sentado en la silla de cuero tras mi escritorio, que en estos momentos está mordiéndose el labio inferior mientras intenta fingir, patéticamente, que no está escuchando nada. No sé si confesarle que en lo único que puedo pensar ahora es en ir hasta él, desvestirlo lentamente y enterrarme en su culo. En esa necesidad de hacer que se corra para mí tantas veces, antes de morder su cuello y reclamarlo como mío. Narrarle todas las cosas sucias que quiero experimentar a su lado. En lo mal que me siento cuando esos preciosos ojos marrones no se giran a verme.

Dejame amarte. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora