23. Horrible rutina

558 46 26
                                    

Gabriel

Un año después.

—Gabi,— dice Andrés desde la puerta —Gastón está acá.

—Hacelo pasar por favor.

Me reclino más en la silla de cuero. Aliso las arrugas de mi traje y aprieto más el nudo de la corbata. Me alegra saber que todo salió tal a como lo planeé. Con una sonrisa de satisfacción y orgullo veo cómo Gastón entra a mi oficina con los ojos en llamas. Sus manos apretadas en un puño. Levanta el rostro y me mira, es una pena que esos ojos que antes trasmitían seguridad, determinación y poder, ahora no sean más que una sombra de lo que un día fueron. Fui muy claro desde el principio al decir que con un Gallicchio nadie se mete. Yo no perdono una ofensa, mucho menos cuando intentan chantajearme de una manera tan patética como la que él intentó hacer.

Me pongo de pie y señalo la silla frente a mí. Gastón me mira con odio, con la rabia corriéndole por las venas. Incluso cuando ha perdido todo, intenta seguir demostrando que es él quien tiene el poder en la habitación. Suspiro con indiferencia, con un poco de aburrimiento. No quería llegar al extremo al que llegué, pero él no me dio otra opción. Intenté disculparme en su momento por lo que había pasado con su hijo, admito que llegué a ser un tanto cruel con él, pero eso no le da el derecho a Gastón de querer aprovecharse de la situación, mucho menos utilizarlo a su favor. Es asombroso cómo en el mundo hay persona que sin importar nada, pueden usar a su propia familia para sus intereses mezquinos.

—¿Qué mierda acabás de hacer? ¡Hijo de perra!

Camino con tranquilidad hasta la licorera junto a una de las ventanas que dan a la ciudad de Florencia. Sirvo un poco de whisky en un vaso de cristal cortado. El líquido escurre entre los hielos. El silencio en la habitación es tenso, pero me importa un carajo que así sea. Volteo y veo a Andi parado en la entrada, con las manos cruzadas en su pecho, la misma mirada de siempre. Quiero terminar con este asunto de una vez por todas. Regreso a mi asiento, cuelgo el saco en un perchero y pongo el vaso sobre el escritorio de madera.

Gastón se retuerce en su lugar. Me mira como si quisiera matarme ahora mismo. Creo que no es para menos, yo en su lugar estaría igual que él. Debe ser difícil aceptar que lo que tuvo un día, todo el poder y las influencias, hayan desaparecido de la noche a la mañana. Aunque yo no tengo la culpa de nada de lo que pasó. Fueron sus malas decisiones, un año problemático y la crisis con la salida del Reino Unido de la Unión Europea, las que afectaron de manera negativa sus empresas. Yo sólo empujé un poco más el barco.

—¡Contestame idiota, ¿qué fue lo que hiciste?!

Lo miro sin responder.

Está más viejo que antes, como si el tiempo y la presión sobre sus hombros hubieran afectado de manera negativa en su salud. Tiene una calvicie más pronunciada, los cabellos que antes eran oscuros y resplandecientes, ahora son blancos y opacos. Tiene la piel marchita, arrugada y ligeramente pálida. Viste un impecable traje negro hecho a la medida, una camisa blanca y corbata roja. Lo observo con curiosidad, guardándome cada detalle del hombre que tengo frente a mí. Muy lejos quedó ese Gastón que conocí en España, ese hombre que podía paralizarte en tu lugar con una sola de sus miradas.

Lo que tengo frente a mí no es más que un vil despojo de lo que fue.

—¿Yo?— doy un trago al whisky —Pero si yo no hice nada.

Golpea con sus puños el escritorio.

Andrés da un par de pasos, preparado para intervenir si es necesario.

—¿Qué mierda es lo que buscabas? ¡¿Arruinarme?!

—¿Arruinarte?— alzo las cejas —Debés estar muy confundido. Yo no hice nada para afectarte. Sólo vi de lejos cómo el hombre más poderoso de España caía por su propia avaricia y sed de poder.

Dejame amarte. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora