6. Madrid

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Gabriel. 

Hace un calor de la puta madre.

Estoy cubierto en sudor. No pude dormir en toda la noche, me siento asfixiado, como si estuviera atrapado en un sauna. El aire acondicionado está prendido a mi derecha, pero no es suficiente para aliviar el ahogo que me consume por dentro. Me siento incómodo por haber dejado mi manada sola durante tanto tiempo. Hice algunos viajes importantes fuera de Italia, pero ninguno en el que me haya quedado fuera de mi territorio por más de cuatro días seguidos. ¡Mierda! La boda de mi mejor amigo es mañana y yo todavía estoy atrapado en España.

Mi cuerpo arde, mis manos tiemblan. Me siento en el borde de la cama, apoyo mis codos sobre mis rodillas. Intento respirar profundamente, pero eso sólo me altera los nervios aún más. Tengo un extraño presentimiento en la boca del estómago. Es como si algo malo estuviera por ocurrir, en cualquier maldito segundo, y yo no pudiera hacer nada para poder evitarlo. Cierro mis manos en un doloroso puño. Siento como las uñas de mis dedos se entierran en la carne blanda de la palma. Estoy desesperado.

Observo las vigas del techo. Es la segundo noche en la que no puedo descansar en lo más mínimo. Con furia, y algo de resignación, tiro las mantas al suelo. Necesito tanto salir a correr, perderme durante un par de horas hasta que mi lobo pueda tranquilizarse y esa presión sobre mis hombros desaparezca. ¡Pero qué mierda! En medio de Madrid es imposible hacerlo. Es por eso que detesto tanto las ciudades. Un lobo como yo, especialmente uno con sangre de alfa, necesita de campos abiertos para poder correr y cazar, para dejar salir su parte animal. No me he trasformado en casi una semana entera, ya comienzo a sentir los estragos de mantener a mi lobo adentro durante mucho tiempo.

Arrastro los pies hasta el baño de la habitación. Prendo la bombita, la luz blanca ilumina mi rostro cansado. Me encandilo durante unos segundos. Cuando por fin veo mi imagen nítida en el espejo, me asombro por lo descuidado que me veo. Tengo los ojos irritados, dos sombras negras debajo de ellos. Abro el agua helada, salpicándome el rostro con ella. No sé lo que está pasando conmigo. Nunca antes me había sentido de esta manera, tan débil, tan cansado, desesperado por algo que no puedo describir. Me siento como si en cualquier momento fuera a estallar en mil pedazos.

Camino por la habitación hasta llegar a la licorera junto a dos sillones de cuero negro. Vacío un poco de Whisky en un vaso de vidrio. Veo como el líquido ámbar se agita en círculos. Abro la ventana al balcón, la brisa nocturna acaricia la piel desnuda de mi abdomen. La luna comienza a ocultarse en el horizonte. Falta una hora para que amanezca. Observo con atención la ciudad bajo mis pies. Las luces iluminando las semi-desiertas calles de Madrid. El extraño, y a la vez hermoso juego de colores entre el azul oscuro del cielo y el amarillo intenso de los focos en las veredas. El ruido de una ciudad que comienza a despertar de un corto descanso.

Bebo el whisky de un solo sorbo. Siento un ligero calor bajar por mi garganta, dejándome en la boca un sabor a frutos secos. A lo lejos, atrapa de pronto mi atención, un grupo de jóvenes que caminan tambaleándose por la calle hasta llegar a una parada de taxis en la esquina más próxima. Clavo mi vista en una pelirroja, de caderas anchas, piel suave y blanca. Se pavonea por la vereda, moviéndose en un delicado vaivén. Me humedezco los labios al ver cómo su vestido negro se levanta un par de centímetros, dejando ver parte de su culo redondo. Sus amigos caminan delante de ella, riendo entre caídas.

—¡Mierda Gabriel, comportate!— me recrimino a mí mismo —Por pensar con la maldita pija es que te metiste en este quilombo en primer lugar. No hay tiempo para eso. Tengo cosas más importantes en mente.

Si tan sólo las cosas no se estuvieran yendo la mierda, estoy seguro que habría utilizado mis mejores encantos para atraer a esa pelirroja hasta mí. Tal vez una buena cogida en algún parque, o entre las paredes de esta habitación. Me hubiera encargado de convertir su noche en una que jamás olvidaría, llevándola al éxtasis de varios orgasmos seguidos. Pero a la mierda eso, no hay tiempo para pensar en estupideces. No cuando mi empresa está en peligro.

Dejame amarte. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora