13. Lujuria

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Gabriel.

Froto el tronco de mi nariz.

—¿Qué mierda estás haciendo conmigo, amor?

Pasó una semana desde que Renato y yo nos besamos.

Siete días en los que he ido aprendiendo mucho sobre él. Lo que le gusta hacer cuando está solo por las tardes, lo que le desagrada al momento de conocer a una persona, cada uno de sus deseos más íntimos y los sueños que siempre ha tenido, como conocer Japón o andar en góndolas por Venecia. En este poco período de tiempo empecé a enamorarme con locura de él. De ese Renato que parece existir sólo cuando está conmigo. Alguien con mucho que dar, pero con miedo a dar demasiado y no recibir nada a cambio.

No sé a ciencia cierta cómo carajos es posible que, en tan poco tiempo, pueda sentir toda esta clase de emociones por un chico más joven, delgaducho, un tanto débil y miedoso, pero sumamente encantador. Podrá ser la conexión que nos une desde el instante en el que nacimos, un hilo rojo que ata nuestros dedos meñique. Prefiero creer que es otra cosa la que me hace enamorarme. Que es su verdadera esencia, la que me cautiva de tal forma de no poder vivir sin él.

En estos días, pude llegar a conocer a un Renato distinto a lo que proyecta. Una persona que, durante gran parte de su vida, vivió encerrado en una burbuja con miedo a salir de ella. Temeroso, nunca se arriesgó a salir de esa zona de confort en la que estaba. Esperaba en silencio un cambio, algo, cualquier cosa que le hiciera abrir los ojos y salir a un mundo desconocido. Hasta que ocurrió. Hasta que abrió los ojos, comprendió que no podía seguir sentado viendo la vida pasar, que tenía que ser él el protagonista de su propia historia.

Es tan diferente a mí en tantos sentidos.

Sus padres y su hermano menor murieron cuando era chiquito, su hermana se hizo cargo de Renato lo mejor que podía. Creo que es por eso que tiene el carácter tan retraído. Siempre le hizo falta una figura paterna en su vida que lo ayudara a comprender el camino por el que estaba pasando. Que le enseñara que no siempre todo lo que parece malo, en realidad lo es.

Aunque tengo que aceptar que me gusta esa parte de él. Es, en esencia, todo lo que yo no soy. Mientras él es un poco tímido, yo soy un tipo seguro de sí mismo. Él es una persona que disfruta de la tranquilidad, leer algún libro bajo la sombra de un árbol o ver una película en una tarde lluviosa. Yo soy un hijo de perra que ama sentir cómo la adrenalina corre por mis venas, que no tiene miedo a lanzarse a la aventura sin pensar en los riesgos. Renato es alguien con pocos amigos, yo alguien que disfruta conocer a una persona nueva cada noche. Bueno, al menos así era antes de conocerlo. Pensar en meter en mi cama a un extraño, me hace querer vomitar del asco.

Por eso mismo se podría decir que estoy así, frustrado.

Pasaron casi dos semanas desde la última vez que estuve íntimamente con alguien. Mi lobo desesperado, aúlla por un poco de contacto con su pareja. En lo único que puedo pensar es en arrastrarme hasta su habitación, desgarrarle la ropa y hacerlo mío hasta que Renato no pueda soportarlo más. Desde ese maldito día en el restaurante que tengo un serio problema allá abajo. Parezco un maldito púber masturbándome en la ducha todas las mañanas. Aunque por ahora me conformo sólo con todos los besos que nos damos cuando tenemos oportunidad.

Fui yo quien insistió en querer mantener nuestra, si se podía llamar relación, en secreto por su propio bienestar. Al principio pareció dolido por mi suplica, pero logré convencerlo. Lo hago por ahora, para ganar un poco de tiempo antes de revelarle la verdad. No quiero que algún idiota arruine mi oportunidad con él, diciéndole mi secreto de forma accidental. No podría soportar ver cómo se aleja de mi lado, temeroso de llegar a conocerme mejor. He avanzado tan poco, que tengo miedo de mandarlo todo a la mierda por un error.

Dejame amarte. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora