8. Encuentro

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Renato. 

 Mi vista está un poco borrosa.

Creo que el vino empieza a hacerme efecto.

Clavo mi atención en Bruna y Andrés, ahora esposos. Me alegra ver la felicidad marcada en el rostro de mi hermana. Los dos bailan un delicado vals en el centro de la pista, los ojos de los invitados sobre ambos. El vestido blanco de ella agitándose en pequeños círculos, siguiendo los acordes de una melodía que no logro reconocer del todo, pero que por siempre estará en mi mente. Él, un brazo en su cintura, dirige el baile. Sus ojos en ella, como si se tratase de la joya más hermosa del mundo. Me voy satisfecho de saber que Bru está en buenas manos.

Un nudo se forma en mi garganta al pensar en mis padres. Sé que desde donde sea que nos estén viendo, estarán orgullosos de su pequeña. Bruna es, sin lugar a dudas, una mujer excepcional. Alguien que supo salir adelante frente a todos los problemas que se le presentaron, una mujer que supo encontrar la felicidad en un mundo que en esencia parece empeñarse en ocultarla. Hacer de ella una meta que muy pocos logran alcanzar. Me hubiera gustado que estuvieran acá, a su lado, festejando la boda de su hija mayor.

Tomo la copa de vino frente a mí, sorbiendo el último trago.

La brisa nocturna sacude mis cabellos. La recepción es en uno de los enormes jardines que rodean la finca. Ya pasaron cuatro días desde que llegué y todavía no puedo conocer toda la propiedad. Hileras e hileras de plantas de uva hasta donde alcanza la vista. Mi cabeza zumba por el alcohol. Nunca antes había tomado tanto como hoy. Intento enfocarme en la pareja, pero me distraigo fácilmente. Luces blancas decorando los troncos de varios olivos. Una pista cuadrada de baile de cerámica oscura. Varias mesas con manteles color crema, sillas de madera con almohadones blancos y moños del mismo color, atados a los respaldos.

—Tu hermana es hermosa.

—La verdad que sí.

Aún puedo recordar la manera en la que su brazo se aferró al mío cuando los dos entramos por las enormes puertas de madera. Las lágrimas que brotaron de sus ojos minutos antes de entrar a una iglesia rebosante. En cómo los invitados se giraron para verla caminar, en su día más especial. Los dos recorrimos el largo pasillo, Bruna contenta de ver a un Andrés sonriente al fondo, esperando al lado del padre el que sería el momento en que sus vidas se unirían para siempre. Me hubiera gustado que mi padre fuera quien la entregara, pero al no estar entre nosotros, me siento honrado de haber sido yo el que tomara ese rol en la historia.

Mis manos sudaron durante toda la ceremonia. Mi hermana con los ojos puestos en Andrés, como si nada más existiera para ella. Tengo que admitir que Bruna nunca fue una mujer que idealizara su boda. De hecho había días en los que después de llegar del trabajo, afirmaba que jamás se comprometería. El matrimonio es una pérdida de tiempo, decía ella, cuando disfrutás de tu trabajo. La observo ahora, con el vestido blanco y el cabello recogido, y no logro evitar preguntarme qué fue lo que pasó con esa Bruna.

En el fondo creo que en realidad esa mujer siempre estuvo ahí, viviendo en su interior, a la espera de un compañero digno que la siguiera hasta el final del mundo. Después de estos cuatro días a su lado, he descubierto que Andrés es precisamente el indicado. Un hombre que sin dudarlo se tiraría desde lo alto de un edificio si con eso pudiera rescatar a mi hermana. Un hombre dispuesto a enfrentase al mundo entero por ella. Me lo demostró en tantas ocasiones que no tengo más que agradecerle. Está en las mejores manos.

—Espero poder encontrar a alguien como Andrés algún día.

Es Ángela que está a mi derecha. Veo cómo acaricia el borde de una copa de vino vacía con el dedo índice. Parece distraída, los hombros caídos y el cabello que le cae a ambos lados de la cara. Tiene el rostro apoyado sobre su mano derecha. Lleva un vestido violeta que deja al descubierto parte de su espalda. Sus mejillas ligeramente sonrojadas. Los ojos parecen un poco turbios, perdidos, como si estuviera viendo el infinito frente a ella. Muchas veces antes la vi tomar, pero nunca de esta manera. Me giro en la silla, dándole la espalda a la pista de baile, me reclino sobre la mesa.

Dejame amarte. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora