''Rehén'' [Frank Castle]

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La pequeña campanita de la cafetería tintineo cuando la joven muchacha entró por la puerta, sujetando entre sus manos su móvil con la pantalla encendida. Su rostro, a pesar de que tenía los ojos rojos y las mejillas ruborizadas, era hermoso, fino y lleno de pequeñas pecas decorando sus pómulos. El desordenado cabello le caía por toda la mitad de la cara, mientras resoplaba en voz alta y se quejaba en pequeños suspiros. A pesar de que algunos se habían vuelto a mirarle, ella caminó continuando hasta el final del lugar, sentándose en el pequeño rincón entre la ventana y la puerta de los servicios. No apartaba la vista de la pantalla de su dispositivo, excepto cuando el camarero se acercó para tomarle nota de su pedido.

—¿Va a tomar algo? - preguntó el chico, su voz ronca y dulce hizo que le mirara de frente.

—Un café - pidió, y fue algo cortante en ello, pero no se preocupó - Por favor...

El muchacho asintió, desapareciendo en la lejanía de la sala y comunicándole el pedido a su compañera tras la barra, que se volvió a preparar su café. No era usual que tomara esa clase de bebidas, y solamente lo hacía cuando estaba inquieta, aunque eso no le ayudara.

Por la ventana podía ver como el atardecer arrastraba la luz de la mañana con él, y pronto fue la oscuridad de la noche la que apareció, y obligaba a los locales a encender las luces para tener mejor visión. Su café se había quedado frío, pero no le importaba, no era capaz de dejar de mirar calle arriba y abajo, callejones y esquinas, como si se le hubiese perdido algo y estuviera rastreando con la mirada. Tal vez era aquello, el mensaje que recibió anoche, lo que le tenía así, sin dormir, llorosa, y con miedo en su cuerpo. Sabía que no vivía en un sitio agradado, y que sus padres pertenecieron a una mafia. Tal vez aquello era uno más de sus traumas por los que ahora se cuidaba más a menudo.

La campanita de la puerta le sorprendió, y giró su cabeza a ver. Un hombre alto, vestido de negro y con una gorra en su cabeza, tapando su rostro con la visera, se presentó en el lugar. Tenía las manos en los bolsillos, y recibió las miradas de varias personas cercanas, que parecían ponerse alerta. Respiró lentamente, pero podía escuchar el latido de su corazón acelerarse cuando le vio caminar a ella, tal firme que parecía que en cualquier momento iba a tomarla del cuello y ahorcarle ahí mismo.
Este se sentó en frente de ella, y cuando levantó la vista, dos ojos duros como rocas le miraron, tan escalofriante que sintió una corriente eléctrica subirle por la espalda en aquel momento. Mordió el interior de su labio inferior, antes de pestañear y suspirar.

—Cuando alguien llega contigo es conveniente saludar con un “Hola” al menos - susurró el mayor - También me alegra de verte, niña.

—Frank... - dijo con un pequeño temblor en su mandíbula - ¿Qué cara... Qué coño haces aquí? - dijo, con los puños encima de la mesa ahora.

—Relajate, ___, no vengo a comerte - se mofó, luego sacó esa sonrisa de lado peculiar en sus burlas - Sólo venía a ver si viste mi mensaje anoche.

—¿Eras tú? - le miraba con la cara blanca, como si hubiese visto un fantasma delante de si misma - ¿Eras tú todo este maldito tiempo?

—¿Quién más te iba a llamar “Princesa” a parte de mí?

Había suspirado tan fuerte que su pecho se quedó sin aire, después desvío la mirada a la ventana, con una mano tapando sus labios. Él percibió el enfado de la chica, así que se apoyó sobre sus antebrazos en la mesa para tomar la otra mano de ella, quien se sonrojó al poco.

—___, estoy en problemas, ¿vale? Perdón por desaparecer así. Ya te dije que no soy gran influencia para ti - Hablaba, mientras miraba la mano de ella contraerse contra la suya.

—No es eso para mí, Frank.. - se volvió a él de repente - Sé que no eres una gran influencia, pero cuando alguien promete proteger a alguien que quiere no significa que tenga que huir del país durante seis semanas seguidas - su enfado estalló, aunque no quería levantar la voz ahora y allí - No sé que clases de problemas tienes, pero no significa que tengas que abandonarme de tal forma que lo hiciste..

—___ entiende que no puedo estar contigo las veinticuatro horas del día toda la semana, no estoy ligado a ti de ninguna manera y mucho menos me gustaría que tú lo estuvieras a mí - le habló de nuevo, aunque si tono era dulce y duro al mismo tiempo - Eres alguien a quien aprecio, pero no soy el hombre que solía ser.

—¿Entonces quién eres, Frank? ¿Eres el mismo hombre que me salvó la vida, o sigues siendo un criminal para mí?

El silencio se hizo entre ambos, él la miraba con los ojos firmes y los labios apretados, y ella con los ojos cargados en lágrimas, porque en el fondo todo eso le dolía.

La calma se vio interrumpida cuando las puertas fueron rotas a patadas, y al menos diez agentes de policías irrumpieron en el lugar. La gente comenzó a gritar con locura, mientras Frank se abalanzaba encima de la chica y la tomaba por el cuello. Ella ahogó un grito, hasta que de la chaqueta sacó un arma y la puso en su barbilla, como si disparara y la bala saliera por su cabeza.

—Confía en mí.. - le susurró al oído, y ella sólo apretó su mandíbula y miró a los agentes, que apuntaban a ambos.

—¡Frank Castle, tire el arma! - gritó uno de ellos, y los demás, al igual que él, le apuntaron a punto de disparar.

—Dejenme salir y la suelto - amenazó, y ella sintió su brazo ahorcarle con algo de fuerza - No le haré daño, pero voy a salir, o me llevo a la niña conmigo.

Los agentes le miraban por debajo de sus cascos de protección, y ella mantuvo la mirada en el arma que sostenía en manos. Uno de los agentes pulsó algo cerca de su oreja, y segundos después, hicieron un camino abierto para que pudieran pasar. Suspiró, y cuando él empezó a caminar aún con ella entre sus brazos, le siguió el paso. Miraba a los agentes mientras salían, quienes mantenían la mirada firme en ambos.

Todo pasó deprisa, un coche se abrió tras ella y la empujaron adentro, y después este arrancó a velocidades que hicieron que las ruedas hicieran un ruido molesto al empezar a rodar.

—¿¡ESTÁS LOCO!? CASI ME MATAS DE UN INFARTO - gritó, mientras le miraba desde el asiento del copiloto.

—¿No querías venir conmigo? - le preguntó, mirándole de reojo - Pues ahora sabrás lo que es estar conmigo todo el día, durante toda la semana.

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