Parte 1

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El libro de su muerte lo decía con claridad. «Dean Winchester construirá una jaula celestial y se encerrará a sí mismo. Michael se liberará en su mente y destruirá su alma al descubrir que está atrapado».

¿Cuántas veces debía resignarse a la no-existencia? Había renunciado a su alma para salvar a Sam; la había envenenado con la Marca de Caín, para poder derrotar a Avadon; estuvo a punto de quemarla con la bomba para Amara...

Pero todas esas veces no había sabido a ciencia cierta qué iba a suceder. Ahora tenía el libreto. Con todo y spoilers. No había otro modo. Cualquier otra solución acabaría en desastre.

Buscó en los registros de propiedades de Los Hombres de Letras y encontró el sitio perfecto. Un viejo depósito subterráneo a unos veinte minutos del búnker.

Las instrucciones para la construcción de la jaula fueron fáciles de hallar. Solo tuvo que mirar en las páginas del libro de Billie. Todo estaba allí.

Era trabajo pesado para un solo hombre.

Los primeros dos días fueron duros, y las terribles jaquecas lo hacían aún peor.

Al tercer día de ver a Dean escabullirse, Castiel decidió seguirlo. Luego de varias horas intentando disuadirlo sin éxito, se quitó la gabardina y la chaqueta y comenzó a ayudarlo en silencio.

En menos una semana la jaula estuvo completa.

Dean tomó las llaves del impala y su teléfono y se los entregó a Castiel.

—No lo hagas —volvió a rogar.

—Ya hablamos de esto, Cas. Es el único modo.

—Iré contigo entonces —dijo el ángel, con resolución.

—¿Estás loco? Michael va a matarte. En cuanto tome el control del cuerpo te destruirá, hombre.

—No quiero dejarte solo —dijo Cas con suavidad. No quitaba la vista de la jaula. Muy en el fondo, esperaba que no funcionara. Que Dean no tuviera que pasar la eternidad ahí adentro con Michael—. Permíteme entrar contigo —suplicó una vez más. Dean negó lentamente con la cabeza, apretando el puente de su nariz—. Me quedaré aquí, entonces. Vigilando la jaula. Cuidando de ti hasta que encontremos el modo de salvarte. Hasta tener la gracia suficiente para sacarte, como hice con Sam.

—E-eso es una locura —protestó Dean, con una risa nerviosa—. Podrían pasar siglos. O más. No puedes estar aquí hasta que se congele el infierno, Cas.

—Sí, puedo. Lo haré —insistió, obstinado—. Debe haber algo que yo pueda hacer... —dijo con voz temblorosa, bajando la vista a sus pies.

—Hay algo que quiero pedirte.

—No me pidas que cuide de Sam —dijo Castiel, buscando su mirada. Se veía firme en su decisión. Nada de lo que Dean dijera lo haría alejarse de allí—. Sam no me necesita. Tú sí.

—No es eso —susurró Dean. Su garganta se sentía áspera y su voz sonaba más grave que lo habitual. Titubeando, muy despacio, tomó a Castiel de la mano—. No estoy seguro de si es siquiera p-posible. O si es demasiado pedir. Tú dime si es muy raro, ¿de acuerdo?

—Por supuesto, Dean. Te escucho.

—Okay... —Dean tragó con fuerza y se mojó los labios antes de volver a hablar—. Antes de cerrar la puerta, quisiera que-que t-tú... tomes mi alma. —Ya casi estaba, solo un poco más. Dean apretó la mandíbula, alzó la mano que tenía libre y la posó con cuidado en el plexo solar de Castiel—. Y que la guardes a-aquí. ¿Puedes hacer eso?

Voy contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora