KEMSO
Para ejecutar a alguien allí, los procedimientos resultan imaginativos y benévolos. Al condenado, que no sabe que lo es, y cuyo proceso ha corrido por completo en silencio, le es suministrada una cápsula del tamaño de una cabeza de alfiler. La droga, camuflada en el pan, surte efectos extraordinarios en la percepción, sin que opere como alucinante, sino como facilitador de una especie de laberinto que desvía y cruza los estímulos y las definiciones. Libre también de toda sensación de dolor, el condenado acariciará el lomo de una tarántula, como si se tratase de un pollito o un conejo; colgará alrededor de su cuello un collar que, en realidad, es una serpiente; o se acostará sobre un tendido de cuchillos que tomará por las caricias de una ducha de agua tibia. Lo que se espera es que las mordeduras de la araña o de la serpiente, o las heridas de los cuchillos, o los efectos de otro instrumento cualquiera, resulten letales en medio de un estado de completa calma o de alegría. Para garantizar aún más la muerte dulce (así es conocida popularmente), el condenado, y esta es otra de las virtudes suavizante de la droga, hace el amor con la mujer que ha deseado toda su vida y, justo en el momento del orgasmo, expira. Por eso la sonrisa insinuada y el rictus de éxtasis en el rostro de quienes dejan la vida mediante este procedimiento