I

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»Eres un bastardo miserable y mereces morir. Al igual que tu madre.

Un trago.

»Eres sólo un niño estúpido jugando a ser un matón. Pero jamás serás un hombre.

Otro trago.

»¿Acaso te sientes bien causándole el mismo dolor que has sufrido, a otros? ¿No te cansas de vivir así?

Un trago más.

»Desearía poder verte caer al fango.

Bajando la cabeza, Levi Ackerman sonrió con sorna bajo los efectos deseados del alcohol. ¿Al fango? El fango era su amigo. Cuando era niño, era lo único que comía; incluso aún después de 30 años, él seguía saboreándolo.

»En el infierno te esperan cientos de almas malditas, que como tú, pensaban que nada iba a poder destruirlas.

Él ya estaba destruido.

En más de un sentido.

Levi Ackerman vació la botella de vodka en el vaso de cristal para poder beber más; más y más. No le importó qué si estómago se derretía ahí mismo o si sus pulmones claudicaban después de tanto tiempo obligándolos a recibir nicotina. ¿Cuántos serían? ¿20 años desde que fumó un cigarrillo por primera vez?

El establecimiento tenía prohibido los cigarros, de no ser así, Levi ya habría terminado con el quinto o sexto a estas alturas.

—¡Otra botella! —exclamó a una de las chicas con minifalda del fondo. Ésta asintió desde lo lejos y corrió.

Levi se quedó sentado esperando. ¿Esperando qué? ¿La muerte, quizás? Cómo le encantaría invitarle un trago a esa imagen cadavérica con túnica, sentarla enfrente de él y pedirle un agradecimiento por hacer su trabajo incluso desde antes de empezar a caminar.

¿Cuántos bastardos tendría Levi anotados en su lista? Quién sabe. Siendo franco tampoco le importaba cuántos eran. Daba igual. Todos ellos eran desechables.

—Cuando me hieres; cuando me insultas; cuando me ignoras o me dejas. Me haces daño, y te dañas también.

La botella golpeó su mesa, la chica le pidió disfrutarla como era su trabajo y después de preguntarle si necesitaba algo más (Levi negó), se alejó.

Iba a abrir el vodka para engullir su sexta... ¿o quinta ración?

—Me dañas y te dañas también.

El sonido de las cuerdas de la guitarra lo sacaron de circulación aún mejor que el alcohol y los cigarrillos. Y esa voz... él, casi con euforia, se negaba a sí mismo a pensar que la poseedora de dichosa voz era el verdadero motivo por el cual él siempre regresaba con la cola entre las patas a ese lugar para beber hasta recordarse que su vida ya no era solo de él.

Pero beber era lo único que le hacía volver a la realidad. La verdad de quién era él.

¿Un asesino? ¿Un violento? ¿Un enfermo? ¿Un traidor?

Todo eso podría ir en conjunto. Levi Ackerman lo sabía; sí podía. Él era la representación de todo eso.

Había matado hombres; mujeres; niños y ancianos. Nunca dudó a la hora de levantar la pistola y tirar del gatillo, o lanzar granadas y ver volar en pedazos un completo habitado. Cada vez que se le ordenaba cazar una cabeza, Levi Ackerman no fallaba, simplemente iba; no retrocedía.

Tampoco perdía el tiempo cuestionándose si lo hacía estaba bien o no; si las personas que asesinaba eran buenas o malas; para él sólo las personas eran números, objetivos que debían ser silenciados por una cantidad sustanciosa de dinero.

Él podría vivir tres o dos vidas más sin preocupaciones con todo lo ya que tenía, sin embargo ahora mismo en su billetera sólo cargaba un par de euros que le servirían para pagar sus tragos y un poco más. ¿Había comido al menos?

»¿Quieres comer más, puta?

Era necesario alimentar a su cuerpo con sólidos y lo hacía, pero él aún no lo disfrutaba. En serio quería degustar de un maldito sándwich al menos, pero todavía no le era posible.

—Quiera volar; quisiera bailar; quisiera que tú también lo quisieras. Desearía liberarte, salvarte, y amarte. Mataría por ti, y moriría por ti.

Soltando una pequeña carcajada llena de acidez, Levi pensó en que ella, aunque no haya tocado un arma asesina jamás, no mentía ni adornaba sus palabras aunque la música hiciera crear esa ilusión.

Pero Levi no quería que ella lo comprendiese; no quería que ella sintiese nada de este infierno... absolutamente nada. Las llamas que lo apresaban... eran solo suyas.

Levantando la mirada desde que se le dio la botella, Levi Ackerman se encontró un par de ojos que lo veían de vuelta.

—Aprende a perdonar; aprende a dejar; aprende a seguir. Sin ver atrás; sin herirte más. Sin dolor.

Abrió al fin la botella de vodka, pero no la sirvió. Como si de pronto hubiese olvidado cómo servir una copa.

—Cuando me hieres; cuando me insultas; cuando me ignoras o me dejas. Me haces daño, y te dañas también.

Dios debía odiarlo, en serio debía odiarlo para hacerle esto. ¿Acaso antes de su nacimiento, Dios había decidido que su vida no sería más que un pésimo chiste? ¿Algo con lo que no valía la pena lidiar por sí mismo?

Hubo aplausos cuando se acabó la canción.

Levi por su lado se levantó de la mesa hastiado; tambaleándose en su sitio, ignorando la botella nueva de vodka. Una vez que recuperó el equilibrio sacó todos los euros que cargaba del bolsillo derecho de su pantalón y los azotó sobre la mesa sin importarle si dejaba dinero de más o no; a él eso le sobraba, podría dejar todo en una iglesia y hacer que el sacerdote sufriese un paro cardiaco cuando viese la cantidad exacta.

Pero Levi era demasiado malo como para hacer eso.

Demasiado malo para perdonar. Demasiado maldito como para dejar ir todo lo que le había dañado hasta deformarlo en lo que era ahora.

—¿Ya te vas? —oyó esa voz atrás de él, no muy lejos del bar.

𝑳𝒂 𝑽𝒐𝒛 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝑺𝒂𝒍𝒗𝒐́ | 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora