⇝ Encuentro ⇜

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No siempre fue todo así, aunque en realidad yo no he conocido otra forma de vivir. Mi padre solía hablar de esos años de felicidad con Noel, mi madre. La verdad es que ella nos dejó, por así decirlo, cuando yo solo tenía un año. Él me solía contar que se marcharon del pueblo en el que se criaron porque ella necesitaba huir de su tribu.

Mi madre pertenecía a una tribu india, los Hulúa. Cuando todo pasó, o al menos eso creo, volvió al pueblo, compró una gran mansión y la restauró. Yo solía ir en ocasiones a ese lugar, pero sinceramente nunca le perdoné que me dejara. No merecía mi respeto porque fue como si me abandonara, entregando toda la custodia a mi padre al separarse. No obstante, a la larga acepté que era mi madre y que tenía que ir a verla.

Hoy es una situación distinta... Sin poderlo creer aún, me comunicaron que falleció aproximadamente hace un mes. Durante todo ese tiempo he tratado de convencer a mi padre, y a mí misma, para que me llevara a la casa, lo único que tengo de ella y que me ha dejado en el testamento. Tengo pensado pasar una temporada allí y buscar respuestas. Puede sonar absurdo, pero siempre creí que mamá tendría una buena razón para volver y eso es lo que busco.

El sol es cálido para ser otoño. Llevamos unas dos horas en el coche y hace unos treinta kilómetros que solo vemos bosque en ambos lados de la carretera. Mi padre parece fuertemente concentrado en la carretera, pero sé de más que piensa en ella. Siempre supe que él la quería mucho más de lo que ella nunca le querría, pero digamos que eso nunca fue impedimento para mi padre. Nunca dejó que otra mujer ocupara el lugar de Noel y siempre la disculpaba ante mí. Miles de cumpleaños olvidados e infinidad de fechas importantes que pasé sin ella. Ahora todo eso carece de importancia.

Al final, llegamos a un pueblo que parece haber nacido con el bosque. La casa estaba poco después. Más adelante se encontraba la reserva de la tribu de Noel. Lo siguiente que hacemos es entrar en los jardines de una gran casa blanca con infinidad de cristaleras. Mi padre para junto a la puerta y suspira cansado.

- ¿Estarás bien de verdad? – La voz de mi padre era tan suave como su delicada piel blanca.

- Sí, papá. Ya te dije que esto es cosa mía. – Le digo mientras rozo los cabellos rizados de su pelo castaño.

- Vale, te llamaré. Lo prometo. – Me dice.

Me permito distraerme en sus ojos castaños, que con el reflejo de la luz del sol se vuelven dorados. Siempre me gustaron más que los míos verdes, tan claros como una manzana aún sin madurar.

- Vale, papá. – Le digo y le beso en la mejilla.

Salgo del coche y cojo mis cosas. Respiro hondo y observo como mi padre mira con admiración la última obra de mi madre, la casa. Después, asciendo por los escalones de mármol hasta la puerta. Poco después oigo como el coche de mi padre sale del terreno de la vivienda. Al fin sola en este mi «nuevo hogar».

Solo necesito un simple giro de muñeca y ya estoy dentro. La sala de la entrada es amplia, con pasillos a ambos lados, tanto a la derecha como a la izquierda. En el trozo de pared de la izquierda hay unas escaleras de mármol que dan a las estancias del segundo piso, realizando en este una especie de terraza por la que, seguro, se ve toda la entrada.

Se supone que aquí viven dos personas. Mi tía Carol, la hermana de mi abuelo, y una chica que la cuida, ambas de la tribu de mi madre, dos hulúas. Doy un paso al frente. Parece una casa fantasma.

- ¡Hola! – Una voz dulce me hace mirar a las escaleras.

Es una chica con más o menos mi edad, unos dieciocho. Su pelo es marrón chocolate y su piel morena, como la de mi madre y la mía. Mientras la observo venir hacia mí, algunos mechones de mi pelo negro salen de la cola en la que recojo mi melena y me acarician la cara.

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