Rachel

676 31 19
                                    

                                                                                                             Nocturna Suppressio

Era ensordecedor. El sonido de la tormenta la abrumaba. La humedad golpeaba con fuerza cada hueso ofendido de su cuerpo.

El primer trueno ocasionó que tomara conciencia de cuan entumecidas estaban sus piernas; la presión de las pinzas sobre los dedos de sus pies se le hacía insoportable. Intentó no temblar, mantener su respiración dificultosa a raya, pero la incómoda posición en la que estaba se lo hacía difícil. Sus brazos se encontraban atados sobre su cabeza, mientras que el peso de su cuerpo oscilando en el aire mantenía a sus muñecas dislocadas.

Estaba segura que la mantenían despierta a fuerza de golpes hacía más de tres días pero también podía estar equivocada. Su mente desvariaba a causa del cansancio y estaba rodeada de reflectores que además de luz generaban un calor que le abrasaban la piel.

El siguiente trueno le quemó las retinas con su luz, dejándola ciega. El miedo la tenía paralizada, atenta a todo lo que sucedía a su alrededor. Sus ojos se hallaban vendados y su cuerpo encerrado en una diminuta caja. El movimiento era escaso, casi imposible debido a la cigüeña que la mantenía fija en una posición que le causaba un dolor lacerante. Desnutrida y deshidratada, sentía como sus riñones amenazaban con colapsar cada vez que su cuerpo intentaba eliminar las toxinas por vía de una orina espesa y teñida de sangre. El frío le calaba los huesos y, aun sin poder ver, estaba convencida que pronto perdería los dedos por la hipotermia.

Los truenos aumentaron.

Otra estela de luz la llevó a una mesa inclinada ligeramente hacia abajo. Atada, con una toalla sobresu rostro escuchaba las risas de un hombre y una mujer mientras empapaban el trapo. La sensación de asfixia; la ilusión de ahogarse; las señales de emergencia que su cerebro enviaba a falta del esencial oxígeno; las gotas de agua de la toalla escurriéndose por su piel, humedeciendo labios ya secos, rotos, descascarados. Cada sensación era tortuosa. Y la electricidad que cada tanto le inducían también. Hacían temblar cada nervio de su sistema. Pero el miedo que le causaba no saber cuándo y por cuánto tiempo volverían a ahogarla le ocasionaba ataques de histeria y convulsiones. Porque aunque lo hiciera, aunque dejara sus cuerdas vocales como sacrificio en el acto, jamás —nunca— podría vociferar lo suficientemente alto como para que Dios la escuchara.

No había escondite alguno. No había espereza. En su lugar sólo se acumulaba desolación, desesperación y toneladas de locura.

Otro truenoy las hienas rabiosas intentaban entrar a su diminuta jaula. La llenaron de terror, mientras permanecía lo más quieta posible esperando que las arañas a su alrededor nola mordieran. El agua podrida que había logrado tomar le subía por la garganta. Su cuerpo quería expulsarla, pero ella no poda permitirlo, no cuando los vívereseran tan escasos y una manzana podridaera lo más sabroso que podía esperar ingerir.

Otro trueno y sentía como le extirpaban cada uña.

Otro trueno y oía sus huesos romperse a causa de la tortuga.

Otro trueno y sonidos de gritos a altísimo volumen le hacían sangrar los tímpanos, a la par que en vano asimilaba las amenazas que el cuchillo escribía sobresu piel.

Otro tueno y ya había hecho un tour por el museo de la tortura.

Mil truenos y mil tormentos. Un millón de truenos y un millónde suplicios. Un billón de truenos y un billón de humillaciones. Otro trueno... y otro más. Porque jamás bastarían las tormentas. Porque jamás sería suficiente el llanto, los gritos, las suplicas, los lamentos, las maldiciones ni las imploraciones. Ya no era una persona. Solo era un cúmulo de emociones encerradas en un cuerpo lacerado y roto. Roto. Demasiado roto, tanto en sentidos literales como mentales.

A dos Bandos, la frontera entre el bien y el mal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora