Jason

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                                                                                 Cicatrix et sanatio animorum

De todas las llamadas que Red X esperaba recibir esa noche, la de su proveedor de armamento pesado estaba al final de su lista. El sujeto se caracterizaba por ser un hombre duro, tal vez debido a eso el tono aterrorizado que empleó del otro lado del teléfono, puso en alerta al ladrón. El alemán insistía con persistencia, arrastrando las palabras, que debía ir urgentemente a su casa, que un ángel negro estaba exigiendo su presencia.

Al principio, Red X pensó que el hombre estaba teniendo un mal viaje. No sabía si era consumidor de drogas alucinógenas, pero tampoco podía descartarlo. Por lo tanto, estaba a punto de ignorar sus delirios cortando la llamada con el fin de seguir su idea de ir a dormir cuando oyó las palabras que lo dejaron atónito.

-¡Me está mirando con sus cuatro ojos rojos! –Vociferó el vendedor de armas-.

Red X ignoró que el alarido por poco le perfora los tímpanos, para concentrarse en la última parte de la oración. Ese dato específico no podía ser fruto de una alucinación. A su vez, solo existía una persona que entraba en esa descripción. En todo el mundo solo había un ser que se parecía a un ángel negro con cuatro ojos rojos. Y esa única persona respondía al nombre de Raven; fuese lo que fuera lo que ella quería, estaba claro que si no la frenaba, algo explotaría y él no permitiría que su barrio —y por ende, su casa— terminara destruido a causa de una jovencita que juega a ser héroe. Aún con su ropa de entrecasa, se colocó su cinturón, se puso su máscara, tomó las mejores y más letales armas que tenía en esos momentos a mano.

Tras una breve teletransportación, llegó al hogar del alemán. Entrar no fue algo complicado: la puerta estaba destrozada en el otro extremo de la calle y las ventanas no poseían cristal alguno. Una vez dentro, notó como los muebles flotaban de manera antinatural. Debido a que el lugar era pequeño, no le costó llegar a la habitación donde se encontraba su "problema". La joven se encontraba suspendida en el aire, con su capa ondeando de la misma forma que una bandera en una tarde otoñal. A su alrededor, los objetos inanimados se movían sobre su eje irregularmente, tomando diversas posiciones, desde giros circulares hasta parsimoniosas subidas y bajadas. Los pocos vidrios y vasos que habían sobrevivido temblaban a punto de hacerse añicos en cualquier instante. En una esquina, el hombre tan humano y tan pequeño no podía apartar de la vista de la titán —esta vez tan alejada a pertenecer al grupo de héroes y más cercana a ser parte de la mitología cristina, como el cruel ángel que traerá consigo el fin de los tiempos humanos—; la figura que ella proyectaba era tanto atemorizante como fascinante, como si fuera la revelación de un apocalipsis divino.

En ese momento, Red X no supo si fue el instinto o la respiración errática de la joven que le permitió afirmar que eso era solo una rabieta adolescente. Manteniendo ese detalle en mente, junto con la firme creencia de que podía manejarla a su antojo debido a que seguía siendo su juguete, hizo acto de presencia tomándola con extremada fuerza de su tobillo. Sin importarle las marcas que pudiera dejar en su nívea piel, la jaló con brusquedad hasta que sus pies casi rozaron el piso. Antes de que ella entendiera lo que acaba de suceder, él le dio una cachetada que resonó tanto en su mejilla como en la habitación. El rostro de Raven era la perfecta descripción de la sorpresa y los objetos detuvieron sus movimientos, aún flotando en el aire. Red X comprendió que esa era su oportunidad, que si dejaba pasar un solo segundo más entonces perdería su autoridad. Era su momento para desarmarla de la única manera en la que sabía que podía calmar a un metahumano: imponiéndose.

-¡BASTA! –comandó-. ¡ESTAS HASCEINDO UNA ESCENA!

Su voz sonó exactamente como lo pretendía: dura, impotente, autoritaria y segura. Él tenía el control, como siempre. Raven se desplomó y él la tomó entre sus brazos, como si estos fueran cadenas que colocaba en sus alas para impedirle volar libremente hacia el descontrol. El mobiliario más pesado colisionó con el suelo, generando un golpe seco y estrepitoso. Ella lloraba desconsoladamente, templando de forma errática. Sin embargo, a su alrededor, pequeños fragmentos de cristal, astillas, balas y hojas de papel seguían suspendidos. Entonces, Red X deshizo el agarre para tomar con una mano un vaso que flotaba en su campo visual y lanzárselo al alemán.

A dos Bandos, la frontera entre el bien y el mal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora