Capítulo 4

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THERESA

26 de septiembre de 1944

Después de arrancar los dientes, se los entregué al soldado, solo que me indicó que yo misma tendría que colocarlos dentro de una de esas casas grandes.

Fui junto con algunas personas que también arrancaron dientes y llegamos a una gran sala, donde tenían un pozo enorme y estaba lleno de dientes al interior, los arrojé y me quedé pensando en la cantidad de personas a las que le pertenecían esos dientes.

—Este campo ejecuta a judíos y prisioneros desde 1939, son llamados kapos. Es obvio que varias personas terminan muertas, cerca de millones han sido ejecutadas, en las cámaras de gas o en los crematorios, o debido al trabajo de esclavo. —Oí decir a la chica de mi lado. Hablaba discretamente, cabizbaja para no correr el riesgo de que alguien la descubriera.

—¿Cómo así las cámaras de gas? —pregunté, con un tono similar al de ella.

—Los agentes de la SS te mente ahí, junto con cientos de personas más o menos, vierten un tipo de polvo o alguna cosa de vapor, y mueres allí sofocada. —dijo mientras caminábamos. Estaba demasiado delgada, creo que estuvo aquí por mucho tiempo.

—¿Cómo funcionan los crematorios? —pregunté.

—Así como lo imaginas, colocan varias personas dentro, muertas o vivas, o muertas y vivas... ¡Y bam! Las queman. —dijo haciendo pequeños gestos con las manos—. Y también tienes los fusilamientos, te giran en dirección a la pared, y te quedas esperando los disparos en la nuca. Se escuchan los gritos y los tiros en nuestro dormitorio. —Asiento, ¡eso era absurdo! Y ella hablaba de eso con tanta tranquilidad, como si eso fuera normal para ella—. Bienvenida al Auschwitz, —suspiró—. El sitio en donde si vives más de dos días ya es una victoria.

Aceleró más su paso, donde fue a cavar a lo que creía que eran cuevas...

—Niña, toma esa carretilla... Y ve a recoger esas piedras cercanas al muro, pero ten cuidado porque la cerca es eléctrica. —Me dijo una prisionera y asentí, después de todo ella estaba tratando de ayudarme ¿no?

Tomé la carretilla y seguí en dirección a las piedras, levanté cada una, las más pesadas que podía y las puse en la carretilla, corriendo de regreso al sitio y volqué una pequeña montaña de piedras que había ahí.

Regresé de nuevo a aproximarme a la cerca, y estaba encantada por el bosque al otro lado de ella, y fui a recoger una piedra que estaba muy pegada a la cerca...

—¡¿Quieres morir niña?! —exclamó una voz ronca y retrocedí chocando contra un cuerpo.

Era aquel soldado... cabellos castaños, ojos verdes fríos, alto, muy alto.

—E-yo... —fui interrumpida por el.

—¡No te di permiso para hablar! —Asentí mirando hacia abajo.

Puse la piedra en la carretilla mientras él me miraba, intimidándome. Era atractivo, pero parecía un completo... asesino.

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