La Chica de la Mancha en el Cuello

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Es cierto que en estos cuatro meses he sido todo un gilipollas, vamos, que no lo niego. Las tías me llueven por donde sea y no he sabido decirles que no.

Después de pasarme un rato con Teresa, una tía que conocí hace dos noches en un show, me vine a casa a darme una ducha, comer algo y luego salí de nuevo.

Fui directamente a comprar un ramillete de flores para ir a visitar a Marisa, quien había llegado ayer por la noche. Ella no me esperaba, ni siquiera me había dejado ir a por ella al aeropuerto "lo tengo arreglado" no insistí porque sabía bien que me mandaría a tomar por culo si me ponía de insistente.

Le timbré a uno de sus vecinos para que me abriese la puerta y ella no se enterase de nada, y que tío tan guapo, que dejó a un desconocido con flores pasar a su edificio. Cuándo toqué al número 23, esperaba que Marisa se sorprendiera tanto que se cagara encima o algo, me la imaginé saltando a mis brazos y diciendo que me había extrañado. Pero en cuanto se abrió la puerta todo fue como una patada en la espalda. Ella tenía los ojos llorosos y estaba tan ebria que parecía broma que siguiera de pie.

―¿Qué haces aquí?―dijo Marisa arrastrando las palabras.

¿En dónde quedó el abrazo y la bienvenida de película?

Pero qué coño te pasa Marisa, ¿estás bien?―ella no contestó, entró y yo la seguí, de la mesilla en el salón tomó una botella de licor y dió un gran trago.

Corrí a quitarle la botella de la boca y Marisa se dejó caer en el sofá, sus maletas estaban intactas en la puerta de su habitación, en el suelo estaban sus zapatos, el jersey y su bolso. En el sofá Marisa encendió un cigarrillo y lanzó el mechero al suelo.

―Marisa, ¿Puedes decirme que cojones te pasa?―alcé la voz y ella apenas dió un respingo, estaba preocupado y aún no sabía porqué.

―Nada, nada... problemas en casa―respondió ella y miró su cigarrillo por largo rato―sabes, lamento que tengas que ver todo esto, hace mucho que no lo hacía, lo siento.

―¿Qué no hacías qué? ¿Ponerte como una cuba con―leí la botella que aún llevaba en mano―con whisky de cuatro euros?

―Que no ahogaba mis problemas con esta mierda y no me regañes, quieres, que ya tengo suficiente con lo que pasa.

Me senté a su lado y dejé la botella fuera de su alcance, ella puso su cabeza en mi hombro, pregunté que era lo que había pasado y ella comenzó a sollozar.

―Es mi madre, que parece que nunca está contenta con lo que hago y ahora que se enteró de mi problema...es como si...me habló por teléfono sólo para reclamarme por no haberle dicho antes―se enjuagó las lágrimas con la orilla de la blusa y siguió―pero más que nada es porque ahora se ha enterado que le pedí ayuda a mi padre y no ha ella y eso la hace encabronar.

―Vamos a ver, iremos por partes vale, porque que ya me he perdido, ¿Qué problema?―dije.

―¿Recuerdas la cicatriz en mi barriga?―yo asentí― bueno pues cuando tenía como 15 años, tuve un accidente muy feo en auto con mi padre, y bueno esa cicatriz es de un tubo o algo que se me clavó en el vientre...no fue tan grave, todo fue bien pero hace unos dos años tuve un problemita con mi ciclo menstrual y me hice algunas pruebas...

―ostia puta ¿Cómo no tan grave? Qué se te ha clavado en el cuerpo―solté y ella me miró con cara de "cállate tonto"―lo siento, continúa.

―total que me dieron un tratamiento y como no andábamos tan bien de dinero por entonces le pedí ayuda a mi papá...pero no sirvió de nada, porque aún así no podré tener hijos.

Eso no lo esperaba, di un trago a la botella y esperé a que ella siguiera hablando. Su madre se enteró de todo cuando la clínica en dónde Marisa recibía el tratamiento se comunicó a su casa para ofrecer otro tipo de tratamiento.

―No es culpa tuya de ninguna manera, lo sabes―aseguré intentando que ella se sintiera mejor.

―Lo sé, pero sigo sin entender porqué le pedí ayuda a mi padre, ni siquiera quería tener hijos yo no sé qué se me metió que quería el tratamiento ese―dijo entre la risa y el llanto.

De su padre no quiso hablar, tampoco del hecho de que no podría quedar embarazada. Se quejó de su madre un rato más y luego corrió a sus maletas.

―Te compré algo―con torpeza abrió la maleta más grande y dentro habían dos estuches negros largos y delgados―ten, ábrelo ya.

―Mejor sentémonos en el suelo y ya lo abro―dije al ver que se balanceaba sobre sus pies.

Abrí el estuche y de una funda de tela, descubrí una bella espada plateada.

―¡Joder! ¿Pero qué es esto, tía? ¡qué coño...estoy flipando!―grité de asombro―no, no,no que coño...

―Pero mira el filo, está grabado y todo...las compré en Toledo, fue un pedo subirlas al avión pero pues ya, están aquí, ¿Te gustó?

La hoja de la espada rezaba "adipem bastardis, asinus faciem tuam", cuando lo leí en voz alta ella empezó a reírse.

―¿Qué es tan divertido? ¿Qué significa?...Marisa―reí yo también.

―Buscalo, pero después―ella desenfundó su espada y se puso de pie, me dio un golpe con la hoja en el culo y salió corriendo

Cómo no estaban afiladas jugamos con ella un buen rato, cuándo por accidente, yo resbalé con uno de sus zapatos y caí al suelo como imbécil, ella se recostó con la cabeza en mi estómago y reímos hasta que comenzó a dolernos. Cuando paramos  pude ver la marca roja de su cuello con más claridad que nunca y pregunté, Marisa se puso seria un segundo y me respondió mientras se sentaba.

―¿qué parece?―yo me senté a su lado.

―sinceramente, una de esas guarradas que se hacen los chavales, creyéndose sexys o alguna gilipollez.

―Lo mismo pensaba, pero es una cosa que salió después del accidente, realmente no sé qué es pero crece a veces.

―¿Crece?―pregunté y ella asintió mientras recogía su cabello y yo tocaba suavemente la mancha.

―Sí, cuando me estreso o me da mucho calor―dijo viendo de reojo mi mano en su cuello, recorriendo delicadamente ese hermoso tono de su piel.
Ninguno dijo nada por un instante, y de repente sus ojos me penetraron el alma como nunca, me pedían algo y sin saberlo, yo también me moría por eso.
Marisa cerró los ojos y su respiración se agitó, yo la cogí de los hombros y ella se sentó sobre mis piernas, comencé a besarle el cuello, sus manos me acariciaban el pelo, pude sentir como su cuerpo entero elevaba la temperatura del lugar y yo también me elevaba con ella. Nos vimos a los ojos y estaba apunto de besarle la boca cuando la puerta del departamento de abrió y ella saltó rápidamente de mí.

Ostia, quién hubiera pensado qué yo sólo venía a darle unas flores.

Jugando A Ser Eternos (AuronPlay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora