1 Despierta

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Clarke

Miro a Lexa acostada en la cama. El ceño lo tiene fruncido, y las manos, reposan inertes a sus costados. El aire se me traba cada vez que respiro, y cae denso por mis pulmones. Saco la mirada. Al lado mío está Titus, con la cara fija en el piso. Parece que dice una plegaria, aunque creo que lo hace para evitar mirarla a la cara... Lexa estaría bien si no fuera por él. Aprieto los puños. No puedo pelearme ahora, igualmente, es el único que conozco, aquí en Polis. Además de Murphy, claro, aunque tampoco sabría encontrarlo.

Lexa suspira. La miro.

-Eso al menos significa que no está muerta, ¿Cierto? - No respondo, ni siquiera lo miro.

 La herida fue grave. Tengo miedo, y furia. Tanto tiempo ignorándola, esquivándola, y cuando por fin habíamos llegado a algo...

Cierro los ojos, contengo las lágrimas, pero arden, arden y se humedecen, y siento las mejillas empapadas. Me hundo en su hombro.

-Lexa... - digo.

Me quedo allí un instante, en silencio.

La respiración de Titus me atraviesa los oídos.  Pequeñas gotas de sudor están estáticas en el pliegue de sus ojos cerrados. La pupila, detrás, no para de moverse, y en sus manos, sostiene un pequeño collar con cuentas de colores. Nunca lo había visto. Algunas están manchadas de gotitas de sangre, a otras les faltan partes. 

Agarro las manos de Lexa. Está tibia, pero en cada lugar que nos tocamos, siento escalofríos. La suelto y le doy un beso en la mejilla, que termina húmeda.

Se escuchan gritos y pasos fuera de la habitación. No quiero ver. No quiero levantar la cabeza, ni pararme. No quiero dejar de sentir su olor, sus callos, sus marcas. No quiero alejarme de cada respiración, de cada movimiento. No quiero separarme de ella. No sabría qué hacer sin ella. 

Un sabor amargo me recorre la boca. 

No es por mí la tristeza. No es por mí el odio. No es por mí el miedo.

Es por ella. 

Cierro los ojos.

Pasos. Pasos, y Titus, que se mueve hasta quedar al lado de Lexa, y apoya el collar en su pecho. Le susurra algo al oído, como un cántico, que no entiendo. me aferro a su pecho cuando el hombre intenta agarrarla. No dice nada, y yo tampoco. Cada uno vuelve a su lugar, y el frío es más intenso que nunca.

-¿Clarke?

Levanto la cabeza y veo a Lexa, sonriendo. No digo nada. Tengo la imagen clara, de ella recostada, inconsciente, del disparo, de la ausencia, y quieren imponerse sobre las nuevas; ella sentada, y mirándome, casi de costado, con una mano en mi hombro, y una en su estómago, arriba de las vendas.

-¿Estás bien?

-Yo...

-¡Heda! fui un... lo lamento es... - Un grave zumbido tapa su voz, y los ojos de Lexa, abandonan solo por un instante los míos, y luego vuelven. Vuelven unos ojos que conozco y reconocería en cualquier lugar, unos ojos que me son completamente irreales. Aprieta más la presión de su mano, y por fin entiendo que es suya, realmente suya. La tomo y lloro otra vez, aunque el frío de antes, me es ajeno.

-Clarke. - La aprieto en mis brazos, y ella hace lo mismo, y la beso, y el zumbido se va, y Lexa, Lexa enfrente mío está viva, y la vuelvo a besar, pero ella se separa, aunque me sonríe. Le dice algo a Titus, algo que no escucho.

No escucho su voz, pero sus ojos, verdes, ocupan toda la habitación, y me hablan, me hablan con palabras que no perciben mis oídos, pero las entiendo, y me mira. Me mira y la miro, y escucho la puerta cerrarse. Estamos solas.

Saco mis ojos de los suyos, aunque no consigo más que fijarlos en sus labios, tan perfectos y carnosos.  Lexa me inspecciona de arriba a abajo. Pasa por mi abdomen, se detiene en mis pechos. Respiro con dificultad. Estamos demasiado cerca. La punta de sus dedos helados rozan apenas mis muslos, dándome una descarga cada vez, tapando por instantes el golpeteo incesante que me retumba en las costillas. Levanto la vista y siento su boca chocando contra la mía, sus manos en mi pelo. La abrazo con fuerza, pegando nuestros cuerpos. Me siento sobre sus muslos y correteo con mis dedos por su tatuaje de manchas negras, desprendiendo gotitas de sudor que se cuelan por entre mis yemas, distinguiendo cada parte de su piel.

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-¿Por qué llorabas? - pregunta. 

Los pelitos de la frazada me acarician los pies, que no paro de mover por toda la cama. Me hacen cosquillas.

-Pensé que no iba a volver a verte. 

-¿Temió perderme Wanheda?

-Si hubiera sabido que ibas a revivir todo habría sido diferente. - respondo, tragándome cada sensación, cada comparación, cada comentario que podría haberle hecho, por esa frase pelotuda. 

-Pero entonces, no tendría sentido - responde, y me besa la nariz, mostrando cada uno de sus dientes en una gran sonrisa.

Mis músculos se tensan. Río. Miro mis manos, la ventana, sus ojos. 

Sus ojos.

Por primera vez en mucho tiempo, me siento segura.

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora