Frenesí

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Al despertar, un terrible dolor de cabeza la golpea con rudeza. Cierra los ojos al sentir como la luz del sol acribilla sus pupilas. Los vuelve a abrir muy despacio, girando su cabeza a un lado para ver el reloj sobre su mesita de noche.

—¡Mierda! —farfulla y de un salto sale de la cama.

Agradece que su madre no la hubiese despertado a las ocho de la mañana, como debió haber sido, y que la dejara dormir un poco más para reponerse del trasnoche. Sin embargo, el cargo de conciencia es inmenso. Sabe que llegará tarde.

—¡Joder! —masculla y se quita el pijama a toda prisa.

Se ducha en un santiamén y se pone un vestido rojo ceñido al cuerpo con escote de hombros caídos. La falda del mismo le llega unos cuantos centímetros debajo de la rodilla. Lo compró el mes pasado, solo para lucirlo ese día. Hace un gesto negativo con su cabeza al recordar que ha sido un despilfarro de dinero. Está por completo segura que no se lo pondrá nunca más. No es el tipo de ropa que suele usar. Estaba con Henry el día que estaba probándose vestidos. Él se emocionó tanto al vérselo puesto que no le quedó otro remedio que comprarlo, incluso sabiendo que luego de usarlo, lo dejaría arrumado para siempre en el rincón más profundo de su armario.

¡Odia los vestidos! Solo los usa en ocasiones especiales, y la graduación de su hermanito califica como tal.

Se maquilla a la velocidad de la luz; un delineado de color negro, sencillo, en sus ojos, un poco de polvo para eliminar cualquier atisbo de brillo no deseado de su rostro, algo de labial rojo con un poco de gloss y, ¡listo! Tampoco es amante del maquillaje. De hecho, lo usa muy poco. Solo cuando lo amerita la ocasión.

Se detiene un momento a mirar sus zapatos. ¿Tacones altos? No. Eso sí que no. Cuando su hermanito insistió en verla con unas zapatillas de plataforma con tacón de agua de quince centímetros de alto, ella se negó en rotundo. Ni muerta se expondrá a esa tortura. Además, no sabe caminar con ellos. Así que se decanta por unas zapatillas de tipo stiletto con tacón de cinco centímetros. Tampoco es que sea muy diestra caminando con ellos. Tuvo que practicar dos semanas antes con ellos, para caminar de manera decente.

Un abrigo de gabardina de color gris, a ras de las rodillas, complementa el atuendo. No se siente ella misma. Lo hace por Henry, a quien le hace mucha ilusión verla vestida de forma "femenina".

Sale de casa a toda prisa. Piensa en tomar un taxi. Sin embargo, cambia de idea de inmediato. No piensa malgastar cincuenta dólares, cuando muy bien puede ahorrárselos tomando el subterráneo, además de que es una mejor opción para evadir el tráfico.

La estación queda muy cerca, así que se apresura para tratar de llegar a tiempo. El calzado no le es de mucha ayuda, y no puede evitar soltar improperios entre dientes, con cada paso que da. ¡Podría haber usado sus converse de color rojo. Como le habría encantado ver la cara de muchos padres al verla llegar con un calzado tan inusual, llevando un vestido tan elegante. Una risita escapa de sus labios.

Mira la hora en la pantalla de su móvil. 10:20 am.

—¡Es tarde! —Se recrimina. En efecto, va con veinte minutos de retraso—. ¡Rayos! —exclama en voz baja, casi como un susurro.

El acto de seguro ya comenzó, pues estaba pautado para las diez de la mañana en punto. Maldice una vez más para sus adentros y se lleva la mano a la cabeza y una tenue jaqueca le recuerda que no debió irse de juerga con Cinthia y Lara, la noche anterior. Sabía que no era buena idea hacerlo, y más si al día siguiente era la graduación de Henry, pero igual lo hizo, y más si era barra libre.

Nunca ha sido muy buena para decir que no.

Le duele la cabeza y tiene acidez estomacal. Lo único que desea es tomarse un caldo de pollo y volver a meterse en su cama e hibernar hasta que llegue el día del juicio final.

Limerencia y FrenesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora